Amanecer con Carpentier

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Alejo Carpentier está inscrito en la vanguardia de la cultura cubana e hispanoamericana.


24 de enero de 2025 Hora: 19:12

Desde una ventana del venido a menos Hotel La Rusa de Baracoa, puedes imaginar al amanecer, a Vera reclinada frente a la inmensidad del Océano Atlántico.

Es la hija de un mercader ruso asentado en Bakú a principios del siglo XX, obligado a emigrar a Petrogrado en la Primera Guerra Mundial. Allí se inicia en el ballet al que dedicará posteriormente su vida, una vez establecida en Inglaterra, a donde huyen sus padres como consecuencia de la Revolución de Octubre de 1917.

Después de muchos avatares y un amor perdido, surge un nuevo idilio que determina el destino de Vera, ante los acontecimientos internacionales que vaticinaron la Segunda Guerra Mundial, entonces decide abandonar el Viejo Continente y asentarse en Cuba. A la vuelta de los años, quien huyó de la Revolución bolchevique, es alcanzada por la Revolución cubana, con quien simpatiza y colabora.

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Lo descrito, no es más que una aproximación a la obra de Alejo Carpentier (1904-1980), “La Consagración de la Primavera”, basada en hechos reales de la vida de una mujer de extraordinaria belleza llamada Magdalena Menasses Rovenskaya, nacida en Siberia, Rusia en 1911 y que enalteció la cultura de la Villa de Baracoa donde terminó su vida.

En realidad Magdalena Menasses fue hija de un militar zarista ajusticiado durante la Revolución de Octubre. Dada la casta donde nació, logró una vasta cultura de la cual escogió el canto lírico para desarrollarse como soprano. Debido a su matrimonio en 1924 con Albert Menasses, un diplomático ruso en Turquía, salió de la Rusia revolucionaria y consiguió ofrecer conciertos en el Gran Teatro de la Ópera de París, en el Teatro de la Scalla de Milán y en Las Palmas de Gran Canaria, entre otros escenarios.

Magdalena se codeó con lo mejor del mundo cultural e intelectual de La Habana, asistentes a sus conciertos a su arribo en 1929; al año siguiente su vida cambió rotundamente cuando fue a dar al otro extremo de la isla, Baracoa.

Cuenta la historia que el fallecido tío de su esposo Albert Menasses, tenía negocios en aquella ciudad recóndita, donde se incrementó la producción bananera. Con el tiempo, el matrimonio vio posibilidades de permanecer en la localidad marítima, al adquirir otros negocios como una propiedad agraria, un restaurante, un bar y una tenería.

Los rumores de que tal vez ella era una espía se desvanecieron con el día a día y tras su decisión de adoptar a un huérfano baracoense, el niño José René Frómeta -actualmente un nonagenario pintor naif-, “La Rusa” simpatiza aún más con la población local y viceversa.

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En 1944, el matrimonio obtuvo la nacionalidad cubana y en 1949 vendieron todas sus empresas, cuando visualizaron la factibilidad de atraer a los viajeros hacia su hermosa casa pintada de naranja, frente al intenso azul del Atlántico. En el mismo lugar, en 1953 terminaron la construcción de un hotel frente al malecón baracoense que nombró “Miramar”, como el guardián de un océano hasta entonces desconocido.

Dicen que el célebre actor Errol Flyn fue uno de sus huéspedes en aquella ciudad perdida del mapa mundial, a donde, sin embargo, llegaban comerciantes estadounidenses de paso por la Base Naval de Guantánamo o desde Nicaro, pequeño pueblo situado al norte del municipio Mayarí, donde la transnacional yanqui tenía el control económico de la Nickel Processing Corporation.

Estaba claro que la mayor atracción del hospedaje, además de la indescriptible belleza de la Ciudad primada de Cuba, ubicada privilegiadamente entre el mar y la montaña, era la Sui Generis anfitriona conocida como La Rusa, por lo que el hotel cambió naturalmente de nombre.

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La Rusa, que había apoyado el proceso insurreccional cubano con dinero, medicinas y alimentos, recibió también a varios líderes nacionales en su hotel, al principio del proceso revolucionario como Fidel y Raúl Castro, el Che Guevara, Celia Sánchez y Vilma Espín y ya era al final de su vida para los pobladores baracoenses, cariñosamente “Mima”. Murió el 5 de septiembre de 1978, con la fértil existencia recreada a través del personaje de Vera, por Alejo Carpentier en su novela La consagración de la primavera.

Poco antes de su deceso, declaró: “La vida es ganar y perder y muchas veces se pierde para ganar. Yo he perdido mucho, no solamente en lo monetario, sino de mis costumbres y raíces, pero gané una Revolución muy hermosa”.

El especial vuelo imaginativo de Alejo Carpentier, con su novela La Consagración de la Primavera, tuvo una gran significación para la historia de la danza en Cuba. En la actualidad, la Escuela que fue sede de la primera institución creada por la Revolución para la enseñanza del ballet, que acoge a la Escuela Elemental de Danza Moderna y Folclórica, lleva el nombre del afamado escritor.

Como gran estudioso de la música y la danza, Carpentier conoció a Ana Leontieva, creadora y pedagoga rusa que le dio un sentido social a su obra. Nacida en Petrogrado el 10 de julio de 1919 -hija de un general zarista y de Eugenia Klemétskaya- fue bailarina graduada del Teatro Imperial Marinsky.

Con solo cinco años de edad, para 1928 su familia emigró a Alemania y a Francia, donde Ana Leontieva cursó estudios de ballet en el célebre Teatro de la Ópera de París. De adulta integró el Ballet Ruso de Montecarlo, el Ballet Ruso de León Woizikovski y el Ballet del Coronel de Basil, hasta que el azar la trajo a Cuba en 1941.

En la isla mayor antillana se asentó con su madre, para comenzar la enseñanza del ballet en el Lyceum Lawn Tennis Club, el Conservatorio Nacional de Música Hubert de Blank y la Sociedad Infantil de Bellas Artes. Desplegó además una valiosa labor como coreógrafa, profesora y directora en la Academia y en el Ballet que fundó con su nombre en 1943.

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Justamente por ser Alejo Carpentier el asesor musical en la fundación de la Agrupación teatral-danzaria ‘La Silva’, constituida en 1942, comenzó sus vínculos con esta bailarina rusa, un poco después de su llegada a Cuba. También se relacionaba con Alicia y Fernando Alonso, entre otros, quienes desde entonces deseaban darle una proyección social y masiva a esa manifestación artística completamente elitista.

En 1960, Leontieva se sumó al proceso cultural impulsado por la Revolución, al que ofreció su talento como coreógrafa del Ballet Nacional de Cuba y al año siguiente como la primera directora de la Escuela Provincial de Ballet de la Habana, de donde surgirían figuras tan valiosas como Jorge Esquivel, Marta García y Rosario Suárez. La bailarina rusa falleció en su ciudad adoptiva, La Habana, el 21 de agosto de 1978, refiere una investigación de la revista cultural La Jiribilla.

Las vivencias de Carpentier fueron delineando el personaje de la bailarina de Vera, en su novela publicada por primera vez en México en 1978 y cuyo título procede de la obra del mismo nombre que evoca un ballet y obra de concierto orquestal del compositor ruso Ígor Stravinski.

Fue a partir de las vidas de las dos rusas que nació Vera, la Menasses y la Leontieva; esta última le inspiró por crear una danza escénica de alta técnica universal, capaz de expresar las raíces culturales más esenciales de Cuba. Lo real y maravilloso, también expresado en la mundialmente reconocida y libre, Escuela Cubana de Ballet.

Alejo Carpentier está inscrito en la vanguardia de la cultura cubana e hispanoamericana. Su vocación narrativa surgida desde la primera adolescencia, es fácilmente reconocible en sus palabras.

“A los 15 años escribí una pequeña novela bajo la influencia de Flaubert y de Eca de Queiroz. Ocurría en Jerusalén, en tiempos de Pilatos. Para suerte mía, permaneció inédita. Antes escribí otros cuentos inspirados en Baroja y en Anatole France. A los 11 años tenía una novela policíaca; y otra, imitada de Salgari. Cosa curiosa, desde mis primeros balbuceos siempre tuve la seguridad absoluta de que sería escritor”, dijo. 

Aunque dijo que nació en la calle Maloja de La Habana vieja, pudo haber sido -en principio- una estrategia para burlar la represión de Gerardo Machado, Presidente de Cuba de 1925-1933, quien tenía la potestad y la ejercía de deportar a los extranjeros no gratos.

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Precisamente, debido a sus andanzas revolucionarias, su primera novela, Ecué-Yam-ba-O, fue escrita durante el confinamiento en la cárcel machadista. De esta obra se dijo que la había rechazado posteriormente.

“No es que la haya repudiado. Sencillamente, creo que cometí el error de caer en el tipicismo de la época, y de pensar que bastaba con asistir a dos o tres ceremonias de religiones sincréticas para conocer a los negros. Ahora han vuelto a publicar, la han pirateado contra mi voluntad. Los meses de cárcel me resultaron muy provechosos, pues pude leer y escribir. Solamente tuve problemas con otro preso peruano, cuyo padre había sido domador de osos. Yo le dije que no aceptaba eso de la explotación del oso por el hombre…” 

Pese a su acento francés, era un genuino cubano. Realmente llegó a Cuba cuando sus padres -un arquitecto francés y una profesora rusa de piano- se trasladaron a La Habana entre 1908 o 1909, ya nacido Alejo en Lausana, Suiza, el 26 de diciembre de 1904. En Cuba recibió una esmerada educación bilingüe -en español y francés-, con énfasis en la lectura y la música, que se convirtieron en dos pasiones.

A través del conocimiento adquirido por el estudio consistente y la rigurosa investigación, conformó una idea Latinoamericana desde donde interpretó los mitos, la magia y la religión. Todo fue parte de un bagaje que le hizo incursionar en el ejercicio de un periodismo culto, como crítico de literatura, pintura, teatro, cine, historia, etnología, filosofía y política, entre otras materias.

Como escritor Alejo Carpentier fue considerado icono de madurez narrativa insular, del siglo XX. Sus obras barrocas lo sitúan entre los literatos más descollantes de la época, por El reino de este mundo (México, 1949) y El siglo de las luces (México, 1962). También resaltan: ¡Ecue-Yamba-O! (Madrid, 1934), Los pasos perdidos (México, 1953), El acoso (1956), Concierto Barroco (México, 1974), El recurso del método (México, 1974) y La consagración de la primavera (México, 1978).

En 1977 recibió el Premio Miguel de Cervantes, que se entrega anualmente desde 1976. Por lo tanto, el primero en ganarlo fue el poeta español Jorge Guillén y el segundo Alejo Carpentier. Es otorgado por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte de España, como el galardón más importante de la literatura en español, concedido a un autor por la importancia del conjunto de su obra y por haber contribuido a enriquecer el patrimonio de la lengua española.

“Las dificultades de un escritor son siempre de orden formal: llegar a decir correctamente lo que se quiere decir. Tres veces reescribí completamente Los pasos perdidos, y el capítulo del rompimiento entre Sofía y Hugues, en El siglo de las luces, lo escribí 15 veces. Por lo general, trabajo en dos o tres novelas a la vez, para no saturarme”, comentaba. “Primero escribo con bolígrafo, que considero un gran invento para los escritores: se puede tachar fácilmente, sin emborronar, no hay que estar cargándolo continuamente como las plumas, y se puede perder, que es lo que me ocurre a menudo”.

“Desde hace varios años empiezo a trabajar todos los días a las cinco y media o seis de la mañana (aunque me haya acostado tarde la víspera, es una mera cuestión de costumbre). A las ocho tengo un par de páginas escritas. No hace falta más. Al cabo de un mes, son 60 páginas, y, poco a poco, se va construyendo un tomo. Al final de la tarde reviso y paso a máquina lo escrito. Pero si hay entusiasmo y las cosas salen bien, renuncio a la comida y sigo trabajando hasta terminar un capítulo o llegar a un punto determinado del relato. En esos casos, suelo terminar en un momento próximo a la media noche”.

Con una amplia trayectoria política, desde su ingreso al denominado Grupo Minorista (1923-1927) hasta el triunfo de la Revolución Cubana, Carpentier regresó a la capital cubana proveniente de Caracas, Venezuela en 1959 y a partir de aquí, fueron muy valiosos sus aportes sociales.

Designado administrador general de la Editorial de Libros Populares de Cuba y el Caribe, recién fundada la Imprenta Nacional de Cuba, en marzo de 1959, sale impreso El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha con 100 mil ejemplares, como el inicio de publicaciones masivas para consolidar la Campaña de Alfabetización.

Fue un activo periodista en los diarios El Mundo, Revolución, Granma, y publicaciones de La Gaceta de Cuba, Unión, Cuba, Islas, Casa de las Américas, Bohemia, Revolución y Cultura. Para 1960 es nombrado vicepresidente del Consejo Nacional de Cultura, posteriormente designado vicepresidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, y representó a la Isla junto con Nicolás Guillén en el Séptimo Festival del Libro Mexicano.

Fue Director Ejecutivo de la Editorial Nacional de Cuba desde 1962 al 1966, participó en la formación de profesionales en la Escuela de Historia de la Universidad de La Habana y de 1966 a 1980, fue designado Ministro Consejero para Asuntos Culturales en la Embajada de Cuba en Francia.

Previamente a este retiro diplomático, se realizó un homenaje en Cuba por su aniversario 70 y recibió de la Universidad de La Habana el título de Doctor Honoris Causa en 1975. El célebre novelista fue diputado a la Asamblea Nacional del Poder Popular hasta su fallecimiento.

“No veo ninguna incompatibilidad entre el escritor y el ciudadano. Algunos estetas de comienzos de siglo, como Oscar Wilde y D’Annunzio, que detestaban todos los movimientos socialistas de su época, tenían esa prevención. Pero ejemplos tenemos de escritores que supieron encarar las realidades sociales. Víctor Hugo, por ejemplo, fue un ciudadano íntegro. Recordemos que en los peores momentos de nuestra primera guerra de Independencia (1868-78) escribió cartas admirables a las mujeres cubanas. Se alzó contra la invasión de México por Maximiliano, y envió una carta de apoyo a Benito Juárez, que este mandó reproducir en carteles que se pegaron en las plazas y calles de las ciudades, argumentó Carpentier.

“En mi caso diría que prefiero ser ciudadano antes que escritor, pues me parece más importante ayudar al destino de nueve millones de seres humanos que escribir una obra más o menos. Y esos nueve millones hacen posible que los libros de Nicolás Guillén, los míos, o El Quijote, o los clásicos en general, se tiren a cientos de miles de ejemplares. Añadiré que estas labores de ciudadano me proporcionan unas experiencias que nutrirán mi obra futura. Estoy adquiriendo conocimientos que no podría alcanzar encerrado en una biblioteca. Y, además, ningún escritor puede permanecer ocho o diez horas sobre las cuartillas; terminaría detestándolas. Surge el cansancio, la concentración decae”. Explicó a Ramón Chao en una entrevista para la revista Triunfo en 1970.

En 1979 recibió el Premio Medicis Extranjero por la traducción al francés de “El arpa y la sombra”, novela histórica de Carpentier publicada por primera vez en 1978.Entonces varios intelectuales creyeron que era un valioso candidato para ganar el Premio Nobel de Literatura, cuando la muerte lo asaltó en la capital francesa el 24 de abril de 1980. Para el homenaje póstumo, el pueblo cubano lo reverenció en la base del Monumento a José Martí, en la Plaza de la Revolución.

Todavía se recuerdan sus significativas estancias en México, Sudamérica, el Caribe y en Francia. Desde Cuba, la Fundación Alejo Carpentier resguarda su legado y promueve el pensamiento del gran novelista e intelectual cubano, quien cumplió en 2024 su 120 aniversario.

En el prólogo a El reino de este mundo, el autor dijo que “para sentir lo maravilloso presupone una fe, una creencia, tal como ocurría con la épica clásica”. Y para los noveles escritores dejó claro el consejo que le dio un amigo, el director de orquesta Erich Kleiber, que decía: “Un compositor es, ante todo, un señor que se pone a escribir música todas las mañanas, a las siete”.

Autor: teleSUR - Rosa María Fernández