Argentina. Cipriano Reyes y el precio de desafiar a Perón | Blog | teleSUR
17 octubre 2020
Argentina. Cipriano Reyes y el precio de desafiar a Perón

Hace 75 años y dos meses la localidad bonaerense de Berisso era un hervidero de protestas y cargas de la “policía brava”, que es como en aquella época se denominaba a la “maldita policía” de estos tiempos. No estaba Sergio Berni a su mando pero siempre había algún comisario a doble sueldo del político conservador o de las patronales de los frigoríficos, que ordenaba a sus bulldogs aplicar picana a discreción a quienes sacaban los pies del plato. Cipriano Reyes era un blanco móvil en la mira de esos represores y ya su cuerpo podía mostrar huellas de lo que significaba ser más rebelde que otros, frente a las injusticias de lo que el denominaba “el sistema oligárquico que sirve a los intereses imperialistas”.

Argentina. Cipriano Reyes y el precio de desafiar a Perón

Cipriano había nacido en 1906 en Líncoln, un pueblo típico de la provincia de Buenos Aires, donde también llegó al mundo otro ilustre de la lucha y la cultura popular, llamado Arturo Jauretche. Hijo de un uruguayo artista circense y de una madre indígena, que lo criaron en un ámbito de total humildad pero enseñándole desde muy chico que “a la vida hay que enfrentarla poniendo el cuerpo y no andando con dobleces”, como él solía recordar ya de grande, al evocar a su madre.

Como todos sus hermanos se adaptó a la vida nómade de los circos y muy joven se enganchó como contorsionista, en una compañía famosa de la época, la de los Hermanos Podestá, y así fue recorriendo pueblos y palpando la miseria en cada uno de los sitios por los que pasaba la caravana. No podía entender tantas desigualdades como las que iba observando o que le relataban amigos eventuales. De esas lides y vivencias fue recogiendo testimonios que lo hicieron definirse como anarquista siendo un adolescente. Un poco cansado de esa vida errante, un buen día cambió el circo por una fábrica de vidrios en Parque Patricios, luego recaló -tenía solo 15 años- en el Frigorífico Anglo de Zárate, donde conoció lo que era el trabajo esclavo para los más pobres de la sociedad. Lo pusieron en la tripería, uno de los peores lugares por la suciedad, el olor insoportable de las vísceras de los animales y el rigor de los capataces contra todo aquel que se descuidaba unos minutos sin trabajar. Allí, siguiendo a otros peleones como él pero con más experiencia gremial, participó de su primera huelga, se enroló en el sindicato, lo metieron preso y en una de las tantas refriegas callejeras contra la policía, mataron de un balazo a su hermano Baldomero. Conmocionado por esa muerte, juró continuar la lucha “en donde sea pero siempre contra los enemigos de nuestra clase”. Marcado a fuego por ser activista sindical y sin trabajo, optó por probar suerte en el campo como peón rural, luego se marchó a Necochea donde trabajó como portuario, hasta que en la década del 40 regresó a Buenos Aires y se empleó como mucamo en la mansión de un juez en la Recoleta, hasta que harto de “soportar las veleidades de un pituco que se creía Dios”, se marchó hacia lo que sería el lugar donde dejaría de ser un desconocido para convertirse en uno de los arietes principales de la gesta de octubre del 45. 

Berisso, a pocos kilómetros de la Capital era una de las localidades que -junto a Avellaneda- más frigoríficos concentraba, y por lo tanto se convertía en un atractivo para decenas de miles de desocupados -muchos de ellos inmigrantes que venían huyendo de las guerras en Europa- que acudían allí a tratar de salir a flote de la miseria. Fogueado ya en ese tipo de circunstancias y atraído por un aviso que leyó en el diario, donde uno de los grandes frigoríficos de la época pedía peones, Cipriano no dudó ni un instante y con una pequeña muda de ropa como equipaje se trepó al tren, convencido que allí haría pie. Días después entró a trabajar en Armour, que junto con el Swift, también ubicado en la misma zona, acaparaban el conchabo de miles de trabajadores y trabajadoras.

Hay que recordar que en 1907 un establecimiento ya existente como productor de carne, había sido adquirido por la empresa norteamericana Swift, aunque recién cambiará su nombre en 1916, convirtiéndose en el frigorífico más importante de la Argentina. Esta actividad era tan lucrativa que en 1915 se instaló muy cerca otro establecimiento, también de capitales norteamericanos: el frigorífico Armour. 

El trabajo en los frigoríficos era pesado, sucio y con un ritmo extenuante. Los trabajadores varones predominaban en la playa de matanza. El matambrero se destacaba por su destreza en el uso del cuchillo y el matador por la fuerza utilizada para asestar el golpe mortal a los animales. En las cámaras reinaba el frío intenso mientras que en otras áreas el calor era insoportable.Las mujeres realizaban sus tareas en los departamentos de tripería, en la despostadora y en el enlatado de conserva. “La patronal negrera las enviaba allí porque por un lado las creía más sumisas y por el otro porque se destacaban -según los estereotipos- en aquellos trabajos que requerían habilidad manual, prolijidad, orden y limpieza”, recordaba Cipriano, quien siempre inculcó a los trabajadores hombres que no discriminaran a sus compañeras. 

A Reyes, lo destinaron, de entrada, al “infierno de las calderas”, donde generalmente estaban los más entendidos en ese rubro fundamental para que el frigorífico funcione, y también, como castigados, los más díscolos o protagonistas de “acciones contra la empresa”.  

Buen conversador y mejor organizador social, Cipriano se fue haciendo poco a poco con la amistad de muchos de sus compañeros de trabajo, que vieron en él un referente para pelearle a esos gerentes y capangas que actuaban de supervisores, y que hablaban en inglés, cada una de las demandas salariales o condiciones laborales que se les negaban. Reyes fue hablando, uno a uno, con los que consideraba más propicios a unirse y organizarse.  Solía hacer pequeños encuentros dentro y fuera del frigorífico, ponía el oído a quienes vivían en casas muy humildes y no tenían ni para remedios, y siempre buscaba soluciones como sea. Era hombre de andar armado, porque en esos arrabales bonaerenses, enemigos no faltaban para quitar del medio a los retobados. En medio de todo eso tenía tiempo para la lectura: autodidacta, devoraba todo tipo de libros que le prestaban algunos amigos de la época y de esa manera se fue familiarizando con las ideas anarquistas de Bakunin y Kropotkin y también con Tolstoi y su “Guerra y Paz”.

Metido de lleno a la tarea sindical, no solo organizó sabotajes a la producción, paralizando las calderas, sino que profundizó la actividad sindical, pero con su propio estilo que no era el de los comunistas que dirigían la Federación de Obreros de la Industria de la Carne (FOIC) conducida por el dirigente  José Peter, Él con Peter había llevado adelante algunas luchas comunes pero cada vez más los separaba la ideología. Cabe recordar también, que por esos días había sucedido un cambio importante en lo que hace a la política del país. Se había producido la llamada Revolución del 43 y Reyes fue uno de los sindicalistas que integró la alianza que un sector del movimiento obrero (Ángel Borlenghi, Juan A. Bramuglia, José Domenech, David Diskin, Alcides Montiel, Lucio Bonilla, Luis Gay, Modesto Orozo, René Stordeur, Aurelio Hernández, Ángel Perelman, etc.) mantuvo con un grupo de jóvenes militares, encabezados por los coroneles Domingo Mercante y Juan Perón. Este último, se hizo fuerte en la Secretaría de Trabajo y desde allí empezó a preocuparse por los reclamos, reivindicaciones y tragedias que vivía el proletariado de esa época. 

Por su parte, Cipriano había comenzado a darse cuenta que al calor de lo que ocurría en el mundo, sin abandonar totalmente su ideario anarquista, sentía que con “socialistas y comunistas que pactan con quienes nos explotan y que visitan la embajada yanqui” no se podía llegar muy lejos. Muy pronto, esos enfrentamientos -que creía solo ideológicos- iban a acrecentarse. 

Hastiados los trabajadores de los malos tratos que venían sufriendo, todos los días se producían situaciones de conflicto. Cipriano se puso a la cabeza de estos y declaró su primer enemigo a la patronal norteamericana de los frigoríficos. Acostumbrado a la lucha, se movía entre sus compañeros y compañeras como el pez en el agua, agitaba a sus pares del Armour acusando a los gringos de “esclavistas”. “Ellos son -gritaba en las bulliciosas asambleas que convocaba en el interior o fuera del establecimiento- los que nos explotan pagando jornales de hambre, permitiéndonos,  como si fuera un premio un descanso de solo 15 minutos para comer, de pie, un sandwich”. También insistía en que “contamos con dos míseras letrinas en las que más de un centenar tenemos que hacer colas para usarlas”. 

De buenas a primeras, esa patronal difícil de convencer, acostumbrada a tratar a los trabajadores como si fueran animales, se encontró con una huelga general que se extendió por otros frigoríficos. Aparte del mísero aumento salarial (pasar de 17 a 20 centavos), Cipriano agregó: media hora para comer, antiparras, guantes, y algunas letrinas y un par de baños más. Los gringos respondieron con represión policial contra las movilizaciones, y despidos. El paro tuvo repercusión fuera de Berisso, corrió la voz por Avellaneda y llegó hasta la Secretaría de Trabajo y Previsión, donde el coronel Perón trabajaba de manera incansable, atendiendo a toda hora a delegaciones de obreros que reclamaban ayuda, y por primera vez encontraban un oído que los escuchara. 

Cuando Perón se entera de la lucha de Cipriano y lo justo de los reclamos, éste ya había sido detenido por gestión de los dueños de Armour con la policía local, lo habían garroteado fuerte en la comisaría. Chúcaro y retobado, como acostumbraba ser, le había escupido la cara a uno de sus golpeadores, gritándole “no me voy a olvidar de vos, así que preparate hijo de puta, porque cuando salga de esta nos veremos”. Peter y otros sindicalistas de la Federación también habían ido a parar a la cárcel.

Pronto, a Cipriano lo soltaron por gestiones “desde arriba”, Perón había jugado sus cartas, dándose cuenta que allí, en ese conflicto, había un dirigente nato al que debía conocer. Sin embargo, ya en la calle, Reyes tantea a su gente y se da cuenta que hay que profundizar la huelga, más aún al sentirse “ poyado” desde el Gobierno. Peter también negocia su libertad con el gobierno y vuelve al ruedo. Para decidir el futuro inmediato, se convoca a una asamblea de todos los trabajadores en huelga, y en ella los comunistas afirman que hay que volver al trabajo, Cipriano y sus compañeros, entre ellos su hermano Doralio, pujan para que la lucha siga y por amplia mayoría se imponen a los “traidores” y “vendidos a la patronal”, como les endilgaron a los comunistas. 

Reyes se da cuenta que la situación no da para más y que la Federación ya no les resulta útil a los luchadores y decide escindirse y crear el Sindicato Autónomo de la Carne, instalando de inmediato la sede principal en la parte delantera de su casa.

La huelga, que duró 96 días, finalmente triunfó y todas las conquistas planteadas fueron ratificadas por un decreto, que para más orgullo de los trabajadores y trabajadoras de Berisso, tuvo alcance nacional. Es decir, todos los obreros y obreras de frigoríficos recibieron lo que se había peleado con tanto ahínco allí, en esa trinchera bonaerense.  Días después, el 10 de agosto de 1944, acompañado de varios colaboradores, el coronel se abrazó con Reyes en su feudo de Berisso, mientras una multitud  los vitoreaban a ambos. En su discurso, Cipriano elogió el gesto y dejó claro de qué lado de la vereda iba a jugar él a partir de ese momento: “Apoyamos a este gobierno popular que ha venido a enmendar la plana de la vieja oligarquía, empeñando en llegar a la Justicia Social”. Un Perón emocionado y feliz de recibir tanto apoyo, se dio cuenta que ese hombre valía lo que pesaba y lo comprometió a sumarse con todo a su proyecto liberador.

Sin embargo, la política internacional empezó a influir muy fuerte en la Argentina. Gobernaba el general Edelmiro Farrell y Perón campaba a sus anchas en Trabajo, pero esos militares que presionados por Estados Unidos y los aliados, no querían declarar la guerra a los países del Eje  (Alemania, Italia, Japón y otros) comenzaron a sufrir duros ataques. Eso se extendió a todo aquel que apoyaba al gobierno, fundamentalmente a los gremios y trabajadores que habían encontrado en Perón un nuevo liderazgo. Esa situación también tuvo repercusión en Berisso, donde un buen día llegó para participar en un acto, el embajador norteamericano Spruille Braden, quien acusó públicamente a Perón de “nazi fascista”. En esa misma sintonía, José Peter aprovechó para convocar a otro gran acto donde él sería el orador principal. Toda la ciudad amaneció empapelada acusando a “los cómplices del eje nazi fascista” que “están en los sindicatos”, haciendo referencia a Reyes y sus compañeros. En ese acto, se suscitó un tiroteo, en el que, Doralio, el hermano más querido de Cipriano, cayó bajo las balas del arma de un militante comunista, mientras que un hermano de Peter resultó también gravemente herido. Perón, por segunda vez, bajó a Berisso, esta vez para acompañar el dolor de Cipriano, y allí selló con él una alianza que ambos creían definitiva. Por otro lado, los enfrentamientos entre los partidarios del gobierno y los opositores se trasladaron a todos los ámbitos y el país empezó a sufrir una inestabilidad más que peligrosa.

El 17 de Cipriano

La victoria en Armour, la jerarquización del Sindicato y la luz verde otorgada por Perón, pusieron a Cipriano Reyes en el candelero. Ya no solo era dirigente sindical si no que empezaba a pensar, con razón, que podía pisar fuerte en la arena política. De pronto, los acontecimientos se precipitaron: la camarilla interna que se movía en el gobierno contra ese coronel (también vicepresidente) que cada vez ganaba más apoyos, operó de tal manera que lo obligó a renunciar y de paso lo llevaron detenido a la Isla de Martín García. 

El rumor corrió como la pólvora por todo el Gran Buenos Aires, de fábrica en fábrica, de barrio en barrio, la consigna era una sola: “Hay que rescatar a Perón”. La CGT titubeó -esa vez también- más de la cuenta, y ese fue el momento que dirigentes populares como Cipriano o Aníbal Villaflor, referente de los municipales de Avellaneda jugaron un papel importante en movilizar a los trabajadores hacia la Plaza de Mayo aquel 17 de octubre de 1945. Si bien la versión oficial del peronismo siempre le otorgó un papel importante a Evita en esa cruzada, es indudable que semejante concentración no se la puede adjudicar a una o muy pocas personas. Quienes desde distintas coordinadoras zonales (funcionaron algunas en Avellaneda, Quilmes, Ensenada, Berisso y otros sitios de la provincia) fogonearon el rescate del Coronel, primero paralizaron todos los establecimientos el día 16.  En lo que hace a Berisso, Cipriano se encargó con sus muchachos de hacer que los frigoríficos cesaran sus labores bien temprano y luego, todos en manifestación comenzaran a movilizarse hacia Buenos Aires. Según su propio relato, al principio eran unos 25 mil, pero mientras avanzaban hacia la Plaza, confiesa que la cifra pudo llegar a 50 mil. Sobre el particular, Rodolfo Walsh escribió en “Quien mató a Rosendo”: ““Los hombres de Avellaneda sonríen cuando oyen hablar de Cipriano Reyes y el 17 de octubre porque aquí –dicen– el 17 empezó el 16, con el paro de los lavaderos, de las fábricas de armas, etc.”

Hay versiones para todos los gustos sobre quién o quiénes fueron más protagonistas de esa histórica jornada en que las masas impusieron la libertad de Perón y la puesta en marcha de su pronto ascenso al gobierno, pero es evidente, que más allá de lo que escribiera Reyes en su autobiografía (“Yo hice el 17 de octubre”) hubo muchos protagonistas que como él pasaron por encima de las burocracias sindicales y políticas. Eran dirigentes de base o forjados en la lucha contras las patronales, hombres y mujeres que habían sufrido en sus propios cuerpos el rigor de trabajar de sol a sol en pésimas condiciones y a cambio de salarios insignificantes, militantes sociales que sabían de calabozos y palizas policiales. Esos, tuvieron muy en claro que había que liberar a ese coronel que, más allá de ser un milico, con todo lo que ello significaba en la historia argentina, había puesto sus ojos en los más humildes y se comprometió para intentar arrancarlos de sus penurias cotidianas.

Después de lo que significó esa jornada para todos los que pudieron vivirla, Cipriano imaginó que había llegado su hora de hacer política, y con Luis Gay y otros sindicalistas fundaron el Partido Laborista. El primer objetivo pasaba por ungir a Perón como candidato presidencial en los comicios del 24 de febrero de 1946. No se equivocaba Cipriano en pensar que ese partido, con esos dirigentes y luchadores significaría un aporte fundamental para que Perón, como ocurrió, ganara las elecciones, y que de paso él mismo quedara consagrado como diputado provincial. Pero no imaginó, por ingenuidad o inexperiencia, que días después Perón ordenaría a través de un discurso, que se disolvieran los laboristas, la UCR Junta Renovadora y los Centros Cívicos Independientes, que habían apoyado su campaña. Todo ello para poder fundar un solo partido, el Justicialista o Peronista, con él como máxima autoridad.

Reyes no quiso aceptar esa decisión y logró que todos los centros laboristas del país lo acompañaran en el rechazo. Su suerte había cambiado nuevamente y comenzaría algo más que un declive. Su sindicato fue asaltado en 1946 porque tampoco quiso encuadrarse “disciplinadamente” en la CGT.

Enfurecido por la marcha de los acontecimientos, Reyes sube la puntería y va al choque directo con Perón: el 27 de mayo de 1946, pocos días antes que asuma su cargo de presidente, le envía una dura carta. “Hace pocas horas, día 23 de mayo, usted termina de romper amarras, intempestivamente y públicamente, con el laborismo, a través de un “ordeno y mando”, como si lo hubiera hecho el zar de Rusia o el mismo Calígula, emperador de Roma”, y continúa: “Desconoce el movimiento que lo llevó al poder porque teme que el mismo le exija la realidad de ese mundo mejor que le hemos prometido al pueblo y al país. Desea destruirlo de toda acción comprometida, pero se cuida bien de quedarse con sus banderas, que representan la doctrina democrática, cristiana y humanista del laborismo”. Luego, dándose cuenta que ya está en una pendiente, precipita la caída: “Su ambición era llegar…y ha llegado. No le importa lo que deja detrás suyo,  lo que hiere, lo que destruye, ni las cosas de que se ha valido para “escalar la montaña”. Ahora está en la cima, y desde allí arroja al precipicio a los amigos que lo ayudamos a subir. Usted no desea compartir el triunfo con nadie, y mucho menos con los que lo sacaron de la cárcel el 17 de octubre”. Concluye avisándole a su ex líder, que se incorporaba a la banca de diputado para seguir luchando por el partido Laborista.

A partir de ese momento la suerte de Reyes ya estaba escrita, y no tuvo ningún tipo de retrocesos ni treguas posibles. El partido fue disuelto por orden presidencial, varios locales sufrieron atentados con bombas, y si faltaba algo, el 4 de octubre de 1948 el taxi en que viajaba a La Plata fue atacado a balazos, resultando muerto el chofer y Cipriano quedó herido. Ya estaba advertido y no quiso darse por enterado. De allí que poco tiempo después el propio Perón lo acusó públicamente de esta complotado con agentes de Estados Unidos para asesinarlo a él y a Evita en una ceremonia en el Teatro Colón, el 12 de octubre del 48. En septiembre fue detenido y rápidamente condenado a cuatro años de cárcel. Fue brutalmente torturado por conocidos verdugos como Lonvilla y Amorezano, y un policía apodado Salomón Wassermann. Al finalizar ese plazo de prisión, le cayó por la cabeza otra condena de cinco años más y como extraña paradoja de lo que fue su vida, terminó siendo indultado por sus enemigos de clase, los gorilas del 55.

No cejó en su empeño de reflotar el partido Laborista, pero segundas partes nunca fueron buenas y después de reorganizarlo en 1957 naufragó nuevamente. Fiel a sus ideas originarias no renunció a seguir reivindicando al pueblo peronista, más allá de su líder con el que nunca más cruzó palabra. Se movió a través de algunos contactos para tratar que la dictadura liberara a Hugo del Carril, y en la Convención Constituyente de 1957, en la que el peronismo se abstuvo votando en blanco (venciendo al resto de los partidos) Reyes se opuso desde su banca del laborismo a que fuera anulada la Constitución de 1949.

A partir de esos años prácticamente dejó de figurar en las crónicas periodísticas, hasta que escribiera su libro “Yo hice el 17 de octubre” (1984) y luego en 1987 le agregó otro tan punzante como el anterior: “La farsa del peronismo”. En ambos, como era previsible, denostó duramente a Perón y también a mucha de su dirigencia, pero dejó claro que no se arrepentía de todo lo hecho en su trayectoria sindical y política. Murió a los 94 años, el primero de agosto de 2001, poco tiempo antes en que el país viviera jornadas tan dolorosas como memorables por la movilización de masas.

En este 75 aniversario del 17 de octubre, habrán de desempolvarse los recuerdos de aquella rebelión popular que marcó la historia contemporánea. Sobre todo, en estos días de disciplinamiento, renuncia a muchos ideales por parte de algunos y abandono de la lucha por parte de otros. O sea: malos tiempos para pensar en gestas como las que vivió Cipriano, más allá si fue o no fue el principal gestor del 17.


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Perfil del Bloguero
Periodista argentino en medios de prensa escrita y digital, radio y TV. Escritor de varios libros de temas de política internacional. Director del periódico Resumen Latinoamericano. Coordinador de Cátedras Bolivarianas, ámbito de reflexión y debate sobre América Latina y el Tercer Mundo.
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