EE.UU. aumenta producción petrolera, pero es dependiente del crudo pesado venezolano: Un dilema para Trump
EE.UU. necesita el petróleo pesado de Venezuela , que va recuperando paulatinamente su capacidad productiva. La Administración Trump enfrenta el dilema de priorizar su discurso contra la paz de Venezuela o garantizar la estabilidad de un sector que alimenta su economía. Foto: PDVSA
25 de enero de 2025 Hora: 18:21
Dos gráficos recientes publicados por Bloomberg desnudan una contradicción en la narrativa de “independencia energética” promovida por Donald Trump. Aunque Estados Unidos logró un récord en producción de crudo —impulsado por el auge del esquisto—, su dependencia de importaciones de petróleo pesado, especialmente de Venezuela, se mantiene como un pilar insustituible para su estabilidad energética.
Un primer gráfico, analizado por William Serafino en Misión Verdad, muestra que desde el 2000, la proporción de crudo pesado (con gravedad API ≤30°) en las importaciones estadounidenses osciló entre el 30 y el 70%, incluso cuando la producción local tocó mínimos antes del boom del esquisto. Para 2023, mientras EE.UU. produjo 10.6 millones de barriles diarios —principalmente crudo liviano (API >35°) destinado a exportación—, el 23,4% de sus importaciones correspondieron a crudos pesados (API 30-35°), según el segundo gráfico de la Administración de Información Energética (EIA).
Aquí entra Venezuela, cuya producción en 2024 buscó recuperarse tras el alivio parcial de sanciones. Según datos del Observatorio Venezolano Antibloqueo, el país cerró diciembre con un promedio de 998.000 barriles diarios, un aumento del 3,96% respecto a noviembre (960.000 barriles), marcando el tercer mes consecutivo de crecimiento.
A nivel anual, la producción promedio alcanzó 921.000 barriles diarios entre enero y diciembre de 2024, un 17,62% más que los 783.000 barriles diarios registrados en 2023. Estas cifras, aunque no alcanzaron la meta gubernamental de 1.2 millones de barriles, reflejan un esfuerzo sostenido por optimizar la eficiencia y mantener la reactivación con empresas extranjeras.
El crudo extrapesado venezolano, como el Merey (API ≤16°), sigue siendo clave para las refinerías estadounidenses especializadas en procesar hidrocarburos densos. El incremento productivo confirma que Venezuela mantiene un rol estratégico en el mercado de crudos pesados, especialmente ante la dependencia refinadora de EE.UU. “El circuito refinador de EE.UU. tiene un apetito voraz por crudos pesados, y Venezuela ofrece no solo calidad, sino proximidad geográfica y costos competitivos”, explicó Serafino.
La paradoja es clara: mientras Trump proclama reducir importaciones de países “no aliados”, su posible decisión de revocar licencias a PDVSA —como insinuó al decir que “probablemente” dejaría de comprar crudo venezolano— podría ser un tiro en el pie. Esto, sumado a tensiones con Canadá —que aporta el 46,2% del crudo importado con API 21-25°— y México, dejaría a EE.UU. sin alternativas viables en el corto plazo. “Golpear a Venezuela y Canadá simultáneamente obligaría a depender de crudos de Oriente Medio, como el iraquí, más costosos y logísticamente complejos”, advirtió el analista venezolano.
Las solicitudes ante la Oficina de Control de Activos Extranjeros (OFAC, por sus siglas en inglés) del Departamento del Tesoro de Estados Unidos confirman que el crudo venezolano sigue siendo un recurso estratégico. Aunque las licencias han sido un “respiro en medio del ahogo”, su carácter limitado expone el dilema de Washington: necesita el petróleo pesado de Venezuela para estabilizar su mercado interno, pero busca estrangular los ingresos que financian al Estado venezolano.
Por su parte, Luis Vicente León, presidente de Datanálisis, sostuvo que Venezuela tiene la infraestructura para producir más de 3 millones de barriles diarios con inversiones masivas, pero hoy depende de decisiones geopolíticas.
León, economista y analista, subrayó que a EE.UU. “no le interesa que la producción venezolana se desvíe a otros mercados”. Advirtió, además, sobre el riesgo de que la posible revocación de la licencia de Chevron en 2025 —que actualmente opera cuatro campos clave— desencadene un vacío: “Lo más probable es que esos activos terminen en manos de empresas rusas, chinas o iraníes a través del mercado negro”. Hoy, las licencias a privados, incluyendo a Chevron, representan el 25% del sector energético venezolano, según sus cálculos.
Además, los aranceles propuestos por Trump al crudo canadiense encarecerían el suministro vital para refinerías del Medio Oeste. Esto catapultaría la relevancia de Venezuela, cuyo crudo, pese a las sanciones, ya fluye de forma limitada a través de licencias especiales. Mientras tanto, el Gobierno de Nicolás Maduro negocia también con empresas europeas y asiáticas para diversificar mercados, aunque su infraestructura se sigue recuperando para un mejor despegue a corto y mediano plazo.
En este sentido, la retórica de Trump choca con la realidad. La independencia energética estadounidense sigue siendo un mito, y Venezuela, pese a ser considerado un rival político, es un aliado tácito en la geopolítica del petróleo. Mientras las refinerías del Golfo de México exigen crudo pesado, la Administración Trump enfrenta el dilema de priorizar su discurso contra la paz de Venezuela o garantizar la estabilidad de un sector que alimenta su economía.
Mientras tanto, PDVSA avanza hacia una fase de estabilización productiva, desafiando no solo las sanciones, sino también la narrativa de un colapso irreversible. En este juego geopolítico, Venezuela insiste en su papel como actor energético global.
Autor: teleSUR - Daniel Ruiz Bracamonte