Guerra cultural y soft power: Cómo USAID y la NED reconfiguran la dominación estadounidense en América Latina

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Con un presupuesto de cerca de $1.700 millones para América Latina en 2023, la USAID opera como brazo financiero de la política exterior estadounidense. Foto: PL


4 de febrero de 2025 Hora: 17:51

Desde incluso antes de la Guerra Fría, Estados Unidos viene refinando su estrategia de control hemisférico bajo un enfoque multifacético. Si en las primeras décadas recurrió a intervenciones militares abiertas y respaldo a dictaduras, luego las técnicas de dominación requirieron de herramientas más sofisticadas como el sabotaje económico, la manipulación mediática y una guerra cultural ejecutada por agencias como la USAID y la NED, cuya influencia se extiende a sectores estratégicos como ONGs indígenas, movimientos ambientalistas y organizaciones deportivas. Aunque su espectro de acción abarca desde comunidades rurales hasta élites urbanas —todas convertidas en campos de batalla ideológica—, el caso de la industria musical en Venezuela y Cuba ilustra con crudeza el modus operandi de esta maquinaria de influencia. 

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Raúl Antonio Capote, investigador cubano especializado en operaciones encubiertas de la CIA, desmonta el entramado que, bajo la máscara de la «promoción democrática», estas agencias buscan erosionar identidades colectivas, cooptar símbolos populares y reescribir narrativas históricas. Mientras en Venezuela, el financiamiento a bandas como Rawayana —glorificadas en escenarios globales— sirve para normalizar discursos opositores, en Cuba, proyectos como el respaldo a Los Aldeanos en los 2000 revelan cómo el soft power estadounidense transforma el arte en arma de desestabilización. La guerra ya no se libra solo en campos de batalla, también se libra en los festivales de rock, en las letras de las canciones y en los algoritmos de las redes sociales.

Con un presupuesto de cerca de $1.700 millones para América Latina en 2023, la USAID opera como brazo financiero de la política exterior estadounidense. Su retórica de «derechos humanos» y «asistencia humanitaria» esconde un historial oscuro, desde el financiamiento de la Operación Cóndor hasta las «revoluciones de colores». Entrevistado por teleSUR, Capote recuerda que «la Alianza para el Progreso en los 60 fue el Gran Plan Marshall para instalar dictaduras». Hoy, el objetivo es similar: desgastar gobiernos no alineados mediante una guerra multiforme.  

La NED, por su parte, ha destinado más de $2.900 millones a proyectos en la región, muchos enfocados en la cultura. Como señala Capote, «no es filantropía: es ingeniería social». Ejemplo paradigmático es Venezuela, donde ambas agencias invirtieron en festivales de rock y «nuevas bandas», como revelaron documentos obtenidos mediante la Ley de Libertad de Información en 2011. El caso de Rawayana, grupo premiado en los Grammy y vinculado a figuras como María Corina Machado, expone cómo el arte se instrumentaliza.

Capote insiste en que «un grupo musical con miles de seguidores es tan estratégico como un tanque». En Cuba, la CIA infiltró el rap y la música urbana en los 2000, promoviendo artistas como «Los Aldeanos» —financiados por la NED— para sembrar narrativas contrarrevolucionarias. En Venezuela, el manual se repite cuando la USAID patrocina festivales como el Festival de Nuevas Bandas, donde el rock alternativo sirve de vehículo para mensajes antipolíticos. 

El investigador cubano detalla que «no eligen a los más talentosos, sino a los más útiles. Les ofrecen fama internacional a cambio de convertirse en altavoces». Esto explica por qué figuras deportivas y musicales son tentadas con contratos en ligas o sellos extranjeros, siempre que critiquen a sus gobiernos. Nicolás Maduro ha denunciado estos vínculos, pero el daño es profundo: cuando un ídolo juvenil normaliza el discurso de la «dictadura», la desestabilización gana terreno.

La decisión de Trump de subordinar la USAID al Departamento de Estado —con Marco Rubio como administrador interino— no es casual. Capote advierte que «buscan convertirla en un aparato más eficiente y alineado con el trumpismo». La meta es reciclar una agencia acusada de corrupción y falta de transparencia (maneja $22.000 millones anuales globalmente) para escalar la guerra híbrida.  

Rubio, arquitecto de sanciones contra Venezuela, ahora controla los hilos de la «ayuda externa». Bajo su mandato, los fondos para «promover democracia» (código para desestabilizar) aumentaron: en 2023, $447 millones se destinaron a este rubro en Latinoamérica. La lógica es perversa pero conocida: asfixiar económicamente a un país, culpabilizar a su gobierno por la crisis y luego ofrecer «soluciones» mediante ONG y artistas financiados por Washington.

La guerra cultural mediante la USAID es un proyecto documentado, con raíces en laboratorios de la CIA que estudiaron técnicas nazis de manipulación masiva. Como sentencia Capote, «es una máquina de crear realidades ficticias: gobiernos autoritarios vs. salvadores democráticos».  

Latinoamérica enfrenta hoy el desafío de desenmascarar el soft power que convierte canciones en propaganda y artistas en mercenarios. La batalla no es solo económica o militar; es simbólica. Y como enseñó Alí Primera, solo vencerá quien logre que las palabras —y las guitarras— no se vendan.

Autor: teleSUR - Daniel Ruiz Bracamonte