La Habana de las tertulias

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La Habana llegó a la ser la capital colonial más próspera del imperio español, basada en la explotación de mano de obra esclava. Foto: Oficina del Historiador de La Ciudad


13 de marzo de 2025 Hora: 22:06

Desde el litoral de la Habana, a comienzos del siglo XIX solamente se hablaba del barco que llegó, el que partió o de la suerte del pescador con más hambre que artes de pesca. 

Poco tiempo después, La Habana, estrecha en su corsé amurallado, se expande y suelta las ataduras, como una mujer que intentaba liberarse de sí misma. Aun cuando llega a la ser la capital colonial más próspera del imperio español -según se desarrollaba el comercio de la industria azucarera, entre otros productos altamente demandados- su “prosperidad” estaba basada en la explotación humana más cruenta y posible, la esclavitud de los hombres. 

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Desde esa misma expansión material, destaca la mirada larga de un grupo de pensadores, como el que nos ocupa. Una suerte de mecenas de la intelectualidad cubana.

En esa misma Habana en que nació José Martí (1853-1895) el más preclaro y lúcido intelectual cubano, mostró su gracia para juntar a poetas y novelistas en ciernes, el venezolano Domingo María de las Nieves del Monte y Aponte (1804-1853), al que Martí calificó como “el más real y útil de los cubanos de su tiempo”. 

Aunque José Martí no coincidió en el tiempo vivido, no escatimó en hacer un elogio tan contundente, que nos aproxima al significado en el quehacer de Del Monte hacia los cubanos de la primera mitad del siglo XIX.

Se firmaba Delmonte

Enraizados en Santo Domingo, la familia Del Monte viaja a Maracaibo, Venezuela, tras la cesión de la isla Española a la corona francesa, lo que supuso la reunificación política de la isla en 1801, luego de un siglo de división.

Es en ese tránsito, cuando Domingo nace en Venezuela el 4 de agosto de 1804 y seis años después, don Leonardo del Monte y Medrano -su padre- es designado Oidor de la Real Audiencia de Santiago de Cuba. Sin oportunidad de acostumbrarse, en breve tiempo lo promueven con el mismo cargo en La Habana.

Para suerte de Domingo Del Monte, el presbítero Félix Varela, filósofo y patriota cubano, fue su maestro en el periodo de más brillantez del Seminario de San Carlos y San Ambrosio, un colegio ubicado en el centro de la vieja Habana que alcanzó tal renombre científico, que ni la universidad podía competir en cuanto al saber avanzado de la época. Del Monte recibió una formación humanista, que terminó en la Universidad como bachiller en Derecho Civil y años después como Licenciado.

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Con una juventud asegurada económicamente, se concentró intensamente en la lectura de las mejores obras y en asegurarse de una sólida formación cultural, lo que le permitió volcarse en la escritura y en el ejercicio de la crítica literaria. 

Con apenas 25 años, Del Monte recorrió Europa y Estados Unidos, para regresar con una amplitud de pensamiento y nuevos horizontes aplicados a su futura labor intelectual, dedicada principalmente a la prensa y la cultura cubana, asumida como su patria. 

El conocimiento adquirido, las lecturas de los autores clásicos y modernos eran posibles para quien, como él, podía leer en francés, inglés, portugués, italiano y latín. Todas sus experiencias las compartió desde su casa, a través de actividades literarias donde incluyó el préstamo de libros hasta ahora desconocidos en Cuba, así como la recomendación de lecturas, desde los clásicos españoles, hasta la literatura universal (Víctor Hugo, Honoré de Balzac, Walter Scott o Goethe, etc.). Fue mentor de los que se aventuraban a escribir, a quienes además les realizaba una honesta crítica literaria. 

Con los años se convirtió “en un verdadero mecenas, un protector de sus jóvenes amigos escritores que pertenecían en su mayor parte a una incipiente pequeña burguesía criolla, dedicados a la enseñanza, el periodismo y otras actividades culturales laborando algunos de ellos en modestos empleos burocráticos”, dijo el Doctor Salvador Bueno (1917-2006), destacada personalidad de la cultura cubana, mientras precisó que a Del Monte se le puede conferir el título de primer crítico profesional de las letras cubanas.

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Debería considerarse un mérito en Del Monte, haber sido el primero en advertir a un poeta auténtico en la lírica cubana, como José María Heredia. Así consta en una publicación de 1823, en las páginas de ‘El Revisor Político y Literario’. 

Muchos de los escritores de los que se rodeaba, entonces desconocidos en el mundo de las letras, después tuvieron su propia luz en la cultura cubana. Citemos por ejemplo a Cirilo Villaverde (1812-1894), Ramón de Palma (1812-1860), José Antonio Echeverría (1815-1885), Gaspar Betancourt Cisneros (1803-1866), José María de Cárdenas y Rodríguez (1812-1882), José Victoriano Betancourt (1813-1875) y Anselmo Suárez Romero (1818-1878).

En estos encuentros se dieron a conocer poetas, que después fueron afamados como José Jacinto Milanés (1814-1863), su hermano Federico Milanés (1815-1890) y el esclavo Juan Francisco Manzano (1797-1854), quien obtuvo su libertad por gestiones de los mentores ‘delmontinos’.

El furor de traducir novelas se apoderó de los más eruditos, tanto fue así que en Valencia se estableció después una fábrica de traducciones, con la cual hubo contactos desde La Habana. En aquellos tiempos la censura española era muy estricta con el trasiego entre la Isla y otros lugares, con énfasis en la metrópoli. Se exigía que los documentos debían enviarse en sobre doble, con la dirección del oficial de correos de La Habana y en el sobre interior se consignaba al verdadero destinatario.

En sus artículos, Del Monte convocaba a reflexionar acerca de las glorias de la literatura española del siglo XIX, en un contexto como el cubano, donde no existía una
literatura propia, aún estaba por adquirir el concepto de nacionalidad, donde la cultura y la literatura a su modo de ver, serían un puente. 

De Matanzas y La Habana

La familia adquirió el ingenio azucarero “Ceres», y vivieron acomodadamente en Cuba. En agosto de 1820 falleció el padre y la madre viuda, Rosa Aponte y Sánchez, con sus hijas solteras, también fueron a Matanzas donde uno de los hijos mayores había comprado tierras en el Partido de Cimarrones, actual Carlos Rojas en el municipio de Jovellanos. 

Desde 1813, se inició en esa región el llamado “Siglo de Oro de Matanzas”, donde se había establecido el desarrollo de la Imprenta. Del Monte aún estaba en Matanzas, recién casado con Rosa Aldama, hija del hacendado Domingo Aldama y hermana de Miguel Aldama y Alfonso, una de las figuras más destacadas de la corriente reformista-anexionista entre la sacarocracia del occidente del país.

Por iniciativa de Domingo Del Monte y Tomas Gener, en 1835 se creó una Biblioteca Pública en Matanzas; por este tiempo José María Heredia realizaba sus ensayos teatrales, mientras hacía su poesía. 

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Bajo el efecto de las famosas tertulias “delmontinas”, José Jacinto Milanés escribió “El Conde Alarcos”, trama de un romance anónimo con adaptaciones de diferentes autores, una especie de espejo literario donde se reflejaron distintas facetas de la historia y la cultura, en diferentes contextos. Su estreno en el Teatro Tacón, en 1838, representó el primer éxito de un escritor matancero y el triunfo del romanticismo sobre un escenario teatral.

Fue una época febril para el ambiente literario y artístico, en una provincia como Matanzas, muy próxima a la capital cubana. De esta vida artística y lteraria se recuerdan nombres como el propio Milanés, Plácido, Manzano, Miguel Teurbe Tolón, Felix Tanco, entre otros. Aquí se fundó la primera revista literaria en 1842, llamada “La Guirnalda”. 

Cuando en 1860, Rafael del Villar propuso nombrar a la ciudad de Matanzas, como «La Atenas de Cuba», tuvo una aceptación unánime. Luego se consolidó el Liceo Artístico y Literario y en noviembre de 186, se produjo la visita de la célebre escritora camagüeyana Gertrudis Gómez de Avellaneda. La prensa refirió su estancia y paseo por el río San Juan e intercambios con intelectuales y artistas matanceros. Conocida como Tula o La Peregrina, la Avellaneda está considerada en España como la más importante escritora de lengua castellana del siglo XIX, cuya obra tuvo énfasis en el teatro, la poesía lírica y la novela.

Muy pronto se inauguró el teatro Esteban y el Instituto de Segunda Enseñanza. Por entonces, el matancero José White, considerado uno de los músicos más famosos de su siglo, hijo de un culto comerciante francés y una cubana negra, se alzó en los más importantes escenarios mundiales con su violín, exhibiendo entre otras composiciones la inolvidable obra “La bella cubana”.

Del Monte ejerció una influencia fructífera en el desarrollo de las letras, tertulias, idóneas para la discusión abierta y el flujo del pensamiento. Las condiciones de su ventajosa posición económica tanto en Matanzas, como en La Habana, facilitaron sus incursiones culturales.

También fue un colaborador prolífico de la prensa cubana y desarrolló una amplia producción poética. Su extensa correspondencia quedó recogida en siete tomos, en el “Centón epistolario”, trabajo dedicado por la Academia Cubana de Historia. Desde 1987 funciona en la lujosa mansión donde vivió -próxima al Parque de la Fraternidad- conocido como el Palacio Aldama, el Instituto de Historia de Cuba.

Con el ingreso de Del Monte en la Sociedad Económica de Amigos del País, donde fue secretario de la Comisión Permanente de Literatura de dicha sociedad, nació la Revista Bimestre Cubana, todo un lujoentre las publicaciones de ese tiempo.

¿Quién fue?

Impugnó el movimiento anexionista, así como la trata o comercio de esclavos, al igual que su amigo José Antonio Saco, combatió esa corriente. Contradictoriamente, Del Monte era poseedor de esclavos. Sin embargo, algunas de las obras de marcado aliento antiesclavista, contaron con su entusiasta apoyo, como lo fue la novela “Francisco, de Anselmo Suárez Romero, entre otras.

La prensa anexionista estadounidense desarrolló contactos con hacendados esclavistas criollos en el siglo XIX, esparcieron cantos de sirena para influir en el progreso de esa tendencia. Sucedió en torno a la usurpación de los territorios mexicanos, que cierta prensa se sumó al coro de propaganda.

Con el objetivo de incorporar Cuba a Estados Unidos, propietarios de numerosos esclavos, fundaron el denominado Club de La Habana (1847), con la aspiración de mantener la esclavitud, libertades comerciales y ventajas económicas como las rebajas arancelarias. Justamente las reuniones del Club -con personajes deliberadamente anexionistas y otros camaleónicos- tenían lugar en el Palacio de Aldama, donde celebraba sus famosas tertulias literarias, hasta su salida del país, Domingo del Monte.

Las ramificaciones del anexionismo fueron -1845 a 1855- reprimidas por las autoridades coloniales españolas. Encabezado por el millonario José Luis Alfonso, El Club de la Habana influyó en varios intelectuales, asiduos antes a las famosas tertulias “delmontinas” (1834-1843).

“La tarea que efectúan el padre Félix Varela y José de la Luz y Caballero en el terreno educativo filosófico, la labor que realiza José Antonio Saco en el campo de la sociología y la economía, están justamente acompañadas por la actividad que Domingo del Monte impulsa en la dimensión literaria”, señaló el reconocido intelectual cubano Salvador Bueno.

Igualmente dijo Bueno, Del Monte fue considerado el principal animador literario y cultural de la primera mitad del siglo XIX, no fue “ni revolucionario ni abolicionista, pero sus actividades reformistas no le eran perdonadas por los propietarios de esclavos”.

Por cierto el propio Doctor Salvador Bueno, realizó un trabajo de investigación en 1964 titulado: “La compleja personalidad de Domingo del Monte”. Su segundo trabajo publicado en 1984, fue una colección de ensayos que tituló: ¿Quién fue…?. Suponemos que José Martí lo había respondido un siglo antes, aunque no es ocioso reflexionar, para no dejar de creer.

De la tertulia al destierro

Frente a sus antiguos amigos, Del Monte rechazó toda posibilidad de unir los destinos de Cuba con el norte. Precisamente no se encontraba en la isla de Cuba, cuando fue acusado de estar involucrado en la Conspiración de la Escalera (1844), un complot que fue todo lo contrario. En lugar de una vasta conspiración de esclavos -como dijeron- fue una confabulación de la oligarquía negrera criolla con las autoridades coloniales españolas, para neutralizar a los criollos blancos abolicionistas, aniquilar la influencia social y económica de negros y mestizos libres, como también castigar la rebeldía de los esclavos en 1843.

En París, ese año murió de parto la esposa de Del Monte y también falleció el recién nacido. Del Monte dejó en Cuba a sus dos hijos mayores, al cuidado de la familia de su amigo José Antonio Saco -sociólogo, periodista, historiador y economista cubano, opuesto a la esclavitud y a la anexión de Cuba a los Estados Unidos- para, tiempo después reunirse con su familia en España. 

Con la idea de regresar a Cuba, Domingo del Monte dirigió una carta al Gobernador y Capitán de Cuba (1843-1848) Leopoldo O’Donnell, quien fue considerado el hombre más poderoso de la España de su tiempo. Fue también Presidente del Consejo de Ministros de España, ocupó los ministerios de la Guerra, de Estado, de Ultramar y de la Marina. Su mandato en Cuba se caracterizó por una brutal represión contra los esclavos, cuyo clímax fue la mencionada ‘Conspiración de la Escalera’. 

En medio de un panorama político convulso, la prolongada ausencia de Del Monte, dejó desorientados a sus jóvenes amigos escritores e intelectuales de prestigio que lo secundaban.

La carta al Capitán General Leopoldo O’Donnell, no tuvo éxito inmediato. Años después fue exculpado en 1846, pero fue obligado a establecerse fuera de Madrid hasta 1852. Desterrado y moribundo, Del Monte pidió a los amigos que le leyeran poesías de José Jacinto Milanés, “Pepe”, como cariñosamente llamaban al escritor romántico que le inspiraba. 

DomingoMaría de las Nieves delMonte y Aponte, falleció en Madrid el 4 de noviembre de 1853, a los 49 años de edad y sus restos se trasladaron a La Habana en 1954.

La atención editorial a su obra en Cuba, está lejos de ser exigua. La amplia biografía de Domingo del Monte, de Martínez Carmenate, en 1997, fue reeditada en 2009. La antología Ensayos críticos de Domingo del Monte, fue publicada en el año 2000, por la Editorial Pablo de la Torriente Brau, con la selección, prólogo y notas a cargo de Salvador Bueno. 

Estudios Delmontinos fue el análisis de la escritora Fina García Marruz, del 2008. También en ese año fue reeditado el Centón Epistolario, dentro de la colección “Biblioteca de Clásicos Cubanos”. Mencionamos el artículo de Salvador Bueno “La compleja personalidad de Domingo del Monte” (1964), y la Revista de la Biblioteca Nacional, editó en esa década, los capítulos de Estudios Delmontinos.

En el libro de ensayos Hablar de poesía (1986), de García Marruz, fue insertado el trabajo “Del Monte y Manzano” (Juan Francisco Manzano), también en Estudios Delmontinos, con el orden invertido de título: “Manzano y Del Monte”.

Actualmente, en el conocido hotel Ambos Mundos, donde vivió durante siete años el novelista estadounidense Ernest Hemingway, puede visitarse el “Salón Del Monte», con el que se rinde tributo al ilustre promotor cultural. “El más real y útil de los cubanos de su tiempo”, al decir de Martí.

Es la expresión de ‘su tiempo’, en la consabida frase de Martí, lo que nos explica la poetisa Fina García Marruz, en “Estudios Delmontinos” (Ediciones Unión, 2008): “Hay ahí como una distancia, como si nos dijese que ‘su tiempo’ no es ya el mismo que el nuestro, como si Cuba no debiera ya buscar soluciones en Hispanoamérica, en Inglaterra, en los Estados Unidos, ni en España –como pensaron sucesivamente los contemporáneos de Del Monte–, sino sólo en sí misma”.

Autor: teleSUR - Rosa María Fernández