La luz y el misterio del más universal de los cubanos
En su casa natal, se le rindió a José Martí el primer homenaje público en Cuba. Foto: Tomada del Escambray.
29 de enero de 2025 Hora: 14:44
“Los muertos, no son más que semilla, y morir bien
es el único modo seguro de continuar viviendo…”
José Martí.
El frescor del amor errante de José Martí llega hasta cualquier visitante que trascienda el umbral de esta casita centenaria de la calle Paula, No. 41 de la vieja Habana.
El deseo de muchos patriotas cubanos se cumplió, al conservar este inmueble más allá del tiempo, cual un cofre que preserva una semilla. El 28 de enero de 1853, en esa casa nació un varón, al que sus padres nombraron José Julián.
José Martí, Héroe Nacional de la República de Cuba, fue un revolucionario pensamiento político, considerado una de las figuras cumbres de la América Latina y el Caribe, por su vastísima y original obra de creación periodística y literaria. Su gigantesca obra escrita, no es menos extraordinaria que la organizativa. El 14 de marzo apareció el periódico Patria, fundado por José Martí, quien fue elegido ‘Delegado’ del Partido Revolucionario Cubano.
Trascendido como fuerza salvadora, fue un hombre que supo amar, sufrir, deslumbrar a mujeres y hombres, porque se acercó profundamente al género humano. Aquel hombre que contuvo en si la fortaleza, el sentimiento, el dolor, la vida y la muerte, dio sus primeros pasos en esta casita donde vivió hasta mediados del año 1856.
De Leonor y Mariano
Mariano Martí y Navarro, era un joven soltero de 34 años, cuando desembarcó en Cuba, procedente de España en 1850. Ya ostentaba el grado de sargento primero del Cuerpo de Artillería, al ser asignado a la guarnición de la Real Fortaleza de San Carlos de La Cabaña, en La Habana.
Unos dicen que fueron presentados en un baile, pero todo indica que se conocieron en un ambiente más familiar, en tanto Leonor Pérez Cabrera, quien había llegado a La Habana en 1842 desde Santa Cruz de Tenerife, Islas Canarias, contaba con su hermana Rita, casada con Juan Martín Navarro -un primo hermano de Martí- quien era teniente de Artillería.
Los enamorados se casaron el 7 de febrero de 1852, en la iglesia Parroquial de Monserrate y tras la ceremonia fueron a vivir a una casa de dos plantas, en la calle de Paula, No. 41, como aparece en el contrato:
La casa “fue cedida en usufructo parcial hasta nuevo aviso mediante pago mensual y adelantado de quince duros oro, a los señores don Mariano de Todos los Santos Martí y Navarro, Sargento Primero del Cuerpo de Artillería de la Real Fortaleza de La Cabaña, soltero; y al Primer Teniente de Artillería de la Real Fortaleza de La Cabaña, casado y con dos hijos, Juan Martín y Navarro (…). El Sargento Martí y Navarro ocupará los altos de la misma tan pronto contraiga matrimonio con la srta. Leonor Antonia de la Concepción Micaela Pérez Cabrera”.
En un ambiente de cariño y humildad, al año siguiente nació José Julián Martí Pérez, quien dio sus primeros pasos en el entorno creado en los dos cuartos superiores, de lo que actualmente se conoce como Museo Casa Natal.
Para entonces era una casa de la periferia de la ciudad, a 50 metros de la muralla; allí vivió el niño Martí hasta que la familia se mudó para la calle de la Merced, No. 40.
En ese tiempo, La Habana
Hay que imaginarse ese tiempo violento alrededor de 1850. Una época de conspiraciones, en que debutan en La Habana los cuerpos de voluntarios, para enfrentar el movimiento anexionista de Narciso López de Urriola.
“Son años muy complicados. Es al mismo tiempo los años donde llega a la crisis el sistema esclavista, que está al borde del colapso, y al mismo tiempo, a él le corresponde nacer en un hogar de inmigrantes pobres, que tiene la connotación, para mí que conozco los lugares, he estado allí, tanto en Canarias, en Tenerife, donde nació su madre, como en Valencia, en la calle de Cordelet, donde nació el padre, la naturaleza de la gente es muy parecida, es muy entrañable, es muy amable; y me imagino que ellos aquí trataron de adaptarse, en medio de condiciones económicas muy difíciles”, apuntó el célebre intelectual Eusebio Leal (1942-2020).
“Independientemente de esos retratos bonitos que aparecen del padre y de la madre, y que generalmente eran retratos cuyos ropajes eran suministrados en el estudio fotográfico, quiere decir, que ellos debieron ser personas de muy modesta condición”, narró el historiador de Cuba.
La familia fue creciendo, aunque vivían con estrecheces y carencias que aumentan por el nacimiento de varias hijas. Cuentan que el carácter irascible de don Mariano y su honradez a toda prueba, le impedía mantener durante mucho tiempo los empleos que desempeñaba.
En dependencia del trabajo del padre -un celador de barrio- la familia estaba obligaba a mudarse por varios lugares de La Habana Vieja y Centro Habana, aunque sólo la casa de la antigua calle Paula, se conserva como museable; actualmente con el nombre de la madre, como calle Leonor Pérez No. 314.
Por el entorno están los colegios del barrio donde estudió el niño José Julián. Donde consolidó la lectura y la escritura, hasta que llegó al sexto grado en la escuela de la calle San Nicolás y Reina, dirigido por Rafael Sixto Casado y Alayeto.
También la familia Martí-Pérez vivió en la calle Ángeles 56, hasta que a mitad del año 1857 viajaron a (Valencia) España, intentando reponer la salud de Mariano. Allí permanecieron hasta 1859 y es aquí donde se reconoce que José Julián aprendió las primeras letras. Al retornar a La Habana, se instalaron en la calle Industria No. 32. Con la mirada amorosa de la madre y la recta moral del padre, el niño comienza a asistir a la escuela.
Justamente la primera foto conocida es de la enseñanza primaria en el colegio San Anacleto, donde conoció a Fermín Valdés Domínguez (1852-1910), compañero y patriota con quien conservó una amistad para toda su vida.
José asombraba a los maestros con su letra perfecta y la aplicación a todas las asignaturas, que lo llevó a excelentes resultados registrados en el expediente de escolaridad. Por eso Doña Leonor logró que fuera a la escuela de Rafael María de Mendive, al terminar el sexto grado, muy a pesar de que el padre necesitaba que el primogénito José Julián apoyara en la economía familiar.
Sus finas flores
Fue el único varón de la familia. Seis de las hermanas nacieron en La Habana, Cuba, y una en Valencia, España. Sus finas flores fueron: Leonor, identificada como la Chata, nació en 1854; Mariana Matilde, conocida como Ana, nació en 1856 y murió en 1875; María del Carmen, identificada como la Valenciana, nació en 1857; María del Pilar Eduarda, que nació en 1859 y murió en 1865; Rita Amelia, nacida en 1862; Antonia Bruna, en 1864, y Dolores Eustaquia, conocida como Lolita, quién naciera en 1865 y murió cuando tenía ocho años. De acuerdo con el investigador Víctor Pérez-Galdós, tres de ellas murieron antes que él.
En homenaje a su hermana Ana, tras su fallecimiento el 5 de enero de 1875 en México, Martí creó un poema publicado en la Revista Universal de México el 7 de marzo de 1875, que en una parte decía:
Martí no logró verla, porque estaba viajando desde el territorio europeo hacia México. El poema termina:
José Martí evidenció en sus cartas, el gran cariño que sintió por sus hermanas, y su deseo como hermano mayor, de ofrecerles oportunos consejos en su desarrollo.
En carta dirigida a su hermana Amelia (1880), le comentó acerca del sentido que le atribuía a la presencia y desarrollo del verdadero amor: “Toda la felicidad de la vida, Amelia, está en no confundir el ansia de amor que se siente a tus años con ese amor soberano, hondo y dominador que no florece en el alma sino después del largo examen, detenidísimo conocimiento, y fiel prolongada compañía de la criatura en quien el amor ha de ponerse.”
También Martí a su cuñado José García, en una carta que se estima fuera escrita en 1884: “Cuídeme bien a Amelia, que es flor fina, y da más aroma mientras el aire es más suave. Sé con gusto que no ha podido tocarle en suerte el mejor jardinero, ni a Ud. hermano que más lo quiera y más lo estime que José Martí.”
A las cuatro hermanas que entonces quedaban vivas, escribió el 15 de mayo de 1894, en una misiva a su madre: “A mi Chata romántica, a mi Carmen digna, a mi dolorosa Amelia, a mi sagaz Antonia.”. Que conste, la última referencia de Martí a sus hermanas fue en Montecristi, el 25 de marzo de 1895, cuando escribió a su madre: “Abrace a mis hermanas, y a sus compañeros.”
El varón
Por eso el niño acompañó a su padre, cuando fue nombrado Capitán Juez Pedáneo del partido territorial de Hanábana en 1862, en la actual provincia de Matanzas. El cineasta cubano Fernando Pérez, lo describe en su obra “José Martí: el ojo del canario”.
En estas incursiones el pequeño José Martí se enfrentó con la tragedia de la esclavitud, cuando vio colgado en una ceiba del monte, un esclavo muerto. Una huella imborrable en su infancia, en sus versos y en su vida.
En 1863, José viajó junto a Don Mariano a la Honduras Británica (actualmente Belice), para apoyar con sus conocimientos en el trabajo del padre. Al respecto, el historiador de la Habana reflexionó que venía de “un hogar de niñas, donde el único varón es Pepe, el único varón es él. Eso tiene una connotación en esa época, una connotación económica futura para la familia; una expectativa del padre con relación a su destino, para ayudarle; un padre que era hombre de pocas luces pero de sentimientos inmensos; una madre buena y generosa, que como toda madre es absolutamente amor; pero una madre que tiene que lavar para ocho, que tiene que lavar para la calle, que tiene que cocinar, que tiene que hacer mil acciones para vivir”.
“Si hay algo que me llama la atención de la casa de Martí es la cocina, apenas cabe una persona para poder trabajar en la pequeña cocinita de la casa. Quiere decir que esa humildad y esa modestia, y esa pobreza, y la fragilidad de la salud del padre y de algunas de las niñas, marcaron un poco el destino de su niñez”, señaló Leal.
El magisterio de Mendive
El distinguido maestro y literato Rafael María de Mendive y Daumy (1821-1886), observó la sensibilidad y el talento de José Martí, por lo que contribuyó económicamente a sus estudios de segunda enseñanza, a pesar de los deseos del padre de que se vinculara a alguna labor económicamente productiva.
Así, Martí cursó la Escuela Superior Municipal de Varones en 1865, y el Colegio de San Pablo en 1867, en el domicilio de Mendive situado en Prado Nº 88, donde el adolescente contribuyó con su maestro en las tareas administrativas del plantel y convivió con esta familia, mientras devoraba los libros en su amplia biblioteca. Su maestro fue además un padre espiritual, que inculcó principios de ética e identidad nacional.
Sobre el profesor Mendive, Eusebio Leal Spengler quien se identificó con una profunda vocación martiana, consustancial a la propia esencia de la cultura cubana, argumentó: “Mendive, como casi toda su generación de intelectuales, habían sido discípulos de Félix Varela, habían formado parte de aquella juventud que se había formado bajo la sombra de los grandes maestros del Colegio Seminario San Carlos y San Ambrosio, del propio padre Varela, de Saco, del Monte, que habían tenido la posibilidad de oír hablar de los tiempos gloriosos del Obispo de Espada, que tenían una visión de Cuba ya mucho más ilustrada, que se apartaba de los libros de texto y buscaba ansiosamente en la palabra viva de los viejos maestros la esencia de la cuestión”.
El joven Martí optó por las asignaturas del tercer año de bachillerato, al iniciar el curso 1868-1869. Con los ánimos caldeados en la capital cubana, para entonces Martí apoyaba a los laborantes o los conspiradores contra el régimen colonial español, que pertenecían al ambiente en que se desenvolvió su mentor Mendive. Mientras tanto, llegaban a oídos de los jóvenes alumnos, las noticias del alzamiento independentista del 10 de octubre de 1868, protagonizado por Carlos Manuel Céspedes en su ingenio La Demajagua, en Manzanillo, al Oriente de Cuba.
Sobre su maestro Mendive, describe Martí en carta a Enrique Trujillo, director del periódico “El Avisador Cubano”: “Y ¿cómo quiere que en algunas líneas diga todo lo bueno y nuevo que pudiera yo decir de aquel enamorado de la belleza, que la quería en las letras como en las cosas de la vida, y no escribió jamás sino sobre verdades de su corazón, o sobre penas de la Patria?”.
Tras la muerte de su preceptor, Martí expresó en una carta: “…: Prefiero recordarlo a solas, en los largos paseos del colgadizo, cuando callada la casa, de la luz de la noche y el ruido de las hojas, fabricaba su verso; o cuando, hablando de los que cayeron en el cadalso cubano, se alzaba airado del sillón, y le temblaba la barba”.
Dieciséis años
Martí vivió en La Habana apenas 16 años, que fueron interrumpidos por el presidio. De esta brutal experiencia, “que fue no solamente dolor, sino lección y motivo de acercamiento profundo con aquel que fue el que más influyó en él; porque hay que darle su lugar al padre de Martí. El padre de Martí tiene un papel esencial, porque lo entendió con trabajo, con dolor”. Supo pensar en su destino. “Mi padre ha muerto, y con él parte de mi vida”, estas palabras de Martí, años después lo resumen todo. Con mucho esfuerzo lo lleva a los Estados Unidos durante su exilio. Mantiene con el padre una relación intensa”, concluye Leal.
Desde temprana edad, los cubanos saben que Martí fue el Apóstol de la independencia. Una vida entregada desde la misma adolescencia al sacrificio por su Patria, y a cultivar los ideales de soberanía. La historia relata su abnegación, las incomprensiones familiares y hasta sus padecimientos físicos, al convencido de que “todo el que lleva luz, se queda solo”. Aunque el ideal superior de justicia, lo acompañaría siempre para cambiar el destino de Nuestra América
En su escrito redactado en España, “El Presidio Político en Cuba”, está volcada toda esta angustia. Cuando llega a Madrid se encuentra adolorido a consecuencia de la enfermedad adquirida en el Presidio. Como era un jovencito muy delgado, se reconoce el daño -que en la prisión- le produjeron los roces de la cadena con el testículo, la pierna y la cadera.
“Tan es así que cuando el doctor Valencia reconoce su cadáver, en Oriente, después de la muerte, dice que se notaba en el pie una huella, como el que ha llevado grillete mucho tiempo, quiere decir que él fue lacerado en el cuerpo y en el alma”, precisó Leal al periodista Wilmer Rodríguez.
“Sin embargo Martí es un hombre sin odios, siendo un hombre de pasión, y de pasiones, un hombre con el que era difícil discutir, porque era un hombre de ganar, de convencer, de persuadir. Era un hombre que poseía eso que los griegos llaman el carisma, quiere decir, una luz capaz de deslumbrar a los demás y que tiene una virtud en él”
“Martí es capaz de ser entendido, y fue mayoritariamente entendido por una multitud iletrada, de trabajadores. Y era también entendido por los intelectuales, y por los españoles que lo escuchaban, era un hombre de corazón, del convencimiento, de la persuasión. Martí fue algo extraño, de ahí que dijera el propio Lezama (Lima), que era un misterio que nos acompaña, y es verdad, es un misterio que nos acompaña”.
La casita de la calle Paula
Viuda y casi ciega con unos 70 años, había muerto su hijo José Martí cuando doña Leonor regresa a la casita de la calle Paula. Llevaba en su rostro toda la bondad y una pena profunda, que el hijo le descubrió tempranamente de las madres “que pierden el brillo de sus ojos como tú lo perdiste”.
Previamente la asociación ‘Por Martí’, hizo lo imposible por adquirir esa casa -ante la negativa de los propietarios- por lo que rechazaron cualquier manifestación oportunista al respecto. Por ejemplo la iniciativa de Leonard Wood (1860-1927) médico y militar estadounidense, jefe del estado mayor del ejército interventor de los Estados Unidos, quien fungió como gobernador general de Cuba y las Filipinas. Tuvo el encargo -nada menos- de imponer en Cuba la Enmienda Platt, como parte del texto de la primera Constitución de la República de Cuba, bajo la amenaza de que si no la aceptaba, Cuba seguiría ocupada militarmente.
Los honorables miembros de ‘Por Martí’ -constituida el 19 de julio de 1900- rechazaron su propuesta de Wood aprovechándose de su posición política y convocaron a una suscripción popular por la adquisición de la casa y ayuda material a doña Leonor.
A propósito, allí se le rindió a José Martí el primer homenaje público en Cuba. Fue el 28 de enero de 1899, por emigrados cubanos procedentes de Cayo Hueso, Estados Unidos y un numeroso grupo de patriotas que lucharon junto a él, entre otros cubanos. En el acto solemne de colocación de una tarja, se encontraba la anciana madre de José Martí, doña Leonor Pérez, su hermana Amelia, su esposa Carmen Zayas-Bazán y su hijo José Francisco Martí Zayas- Bazán (1878-1945), el “Ismaelillo” de su padre.
Tras recibir numerosas donaciones provenientes de dentro y fuera de la Isla, la asociación ‘Por Martí”, más la intervención del Obispo de La Habana ante el Monasterio de Santa Catalina de Sena, que era propietario de la histórica casa, para que acceda a venderla por una suma igual a la que había pagado. Esta operación se realizó el 14 de diciembre de 1901, ante el Notario de La Habana -doctor Federico de Mora- por el precio de 3.000 pesos.
La casa fue entregada en usufructo a doña Leonor Pérez, como lo había acordado la asociación y ante su fallecimiento el 9 de junio de 1907, pasa a ser propiedad del pueblo cubano. A esa fecha, ya desaparecida ‘Por Martí’, un Comité Ejecutivo que decidió otorgarla a cuatro nietos desamparados de doña Leonor, era razonable que ellos disfrutaran de la renta del inmueble.
El abandono arquitectónico del inmueble fue notificado desde 1913 al Presidente de la República, Mario García Menocal, quien no movió un dedo al respecto. En 1917, estaba habitada en alquiler por el señor Luis Izquierdo, quien se negó a pagar la renta a las sobrinas de José Martí (nietas de doña Leonor) y a abandonar el inmueble.
Así fue intervenida como inhabitable y el Alcalde de La Habana ordenó su desalojo el 12 de mayo de 1921. La Junta Patronal nombró a mediados de 1924 al señor Arturo R. de Carricarte, como director técnico del Museo, quien entre otros, con muchísima dificultad, lograron la inauguración del museo el 28 de enero de 1925.
La Casita de Martí no contaba con fondos de mantenimiento, ni para pagar a sus empleados. Una sensible colecta organizada entre los niños cubanos -de un centavo cada uno- ayudó, pero no soluciona el problema.
El proceso de rescate y asimilación del legado martiano en el entorno, ha sido una labor consistente desplegada por la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, desde Emilio Roig de Leuchsenring hasta Eusebio Leal Spengler y hoy es sostenida con reverencia.
Es el Museo Casa Natal de José Martí, uno de los sitios históricos más visitados de Cuba. Después del triunfo de la Revolución fue inaugurado el 28 de enero de 1963 y en 1994 pasó a formar parte de las edificaciones de interés de la Oficina del Historiador de la Ciudad.
Se trata del modesto inmueble donde el 28 de enero de 1853, vio la luz el más universal de los cubanos.
Autor: Rosa María Fernández Sofía