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Brasil y su período de “Infamia Política”
Publicado 27 abril 2020



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Escándalo tras escándalo, la derecha brasileña está impidiendo a pasos agigantados, llegando al punto de acorralarse a si misma y perpetrar su propia destrucción.

Escándalo tras escándalo, la derecha brasileña está impidiendo a pasos agigantados, llegando al punto de acorralarse a si misma y perpetrar su propia destrucción. El último episodio de esta serie fue el pedido de Sergio Moro para salir del gobierno de Jair Bolsonaro, alegando que el presidente pretende controlar la policía federal, colocando como jefe, a un viejo y conocido amigo que, de hecho, fue empleado de la família Bolsonaro. Todo esto, con el solo propósito de proteger a sus hijos, Flávio, Carlos y Eduardo,e inclusive a si mismo.

Moro mostró conversas de Whatsapp donde Bolsonaro dice que quiere sacar al jefe de la policía federal a causa de los avances en las investigaciones contra sus hijos y también contra parlamentarios aliados. Esta acusación gravísima, fue contestada por Bolsonaro horas más tarde, donde acusó a Moro de mentir (primera acusación grave) y de ocultar que en realidad, el problema de Moro siempre fue su ambición de ser un ministro del Supremo Tribunal de justicia brasileño, pretendiendo que Bolsonaro lo indique para el cargo (segunda grave acusación).

La consecuencia de esta guerra interna es una gran división de aguas dentro de la derecha en el país hermano. Vale recordar que Sergio Moro es la mayor personificación simbólica de la “Lava Jato”, operación judicial que encarceló algunos políticos por casos de corrupción y aprovechó para perseguir a otros por cuestiones ideológicas o con fines electoralistas, como aconteció con el ex presidente Lula, que fue preso meses antes de la elecciones por Sergio Moro, justo cuando lideraba todas las encuestas y en todos los cálculos se proyectaba como el próximo presidente de Brasil.

Moro, ícono de una “justicia sin ideologías ni intereses” tiene su imagen golpeada por la “#vazaJato”, una investigación periodística liderada por el premiado Glenn Greenwald que demuestra, a través de prints de conversaciones en Telegram con fiscales, que existía un deseo ideológico de perseguir y sacar de la carrera electoral a Lula.

Para Reinaldo Azevedo, un periodista y jurista muy importante dentro de la derecha brasileña, Moro era el líder de una cuadrilla que estaba usando la justicia con fines políticos propios.

Las investigaciones contra Sergio Moro resultaron tan verosímiles, que la #vazajato, que inicialmente surgió como una iniciativa de un periodismo de izquierda, se volvió rápidamente de interés público, ocupando las tapas de todos los periódicos del país. Esto no impide que la Lava Jato siga siendo considerada por algunos como una investigación que tuvo el único propósito de acabar con la corrupción en la política del país. De lo que no quedan dudas es que la figuro de Sergio Moro fué erosionada y se tornó más controvertida de lo que ya era desde que encarceló al ex presidente y actual líder del Partido de los Trabajadores.

Del otro lado del ring, Bolsonaro sobrelleva acusaciones mucho peores, y su descrédito frente a sus propios electores se vuelve cada vez mayor.  Al grotesco posicionamiento que tiene frente a la pandemia por Coronavirus (al que llama de “gripecita”), y que lo llevó a despedir a su ministro de Salud (con quien se peleó públicamente al mejor estilo de culebrón), se le suman los vínculos que él y sus hijos tienen, según la justicia y el periodismo, con casos de corrupción, tráfico y asesinato de políticos y civiles.

Uno de sus hijos, Flávio Bolsonaro, viene siendo apuntado como responsable de clientelismo político, corrupción, trata de blancas y vínculos con las milicias de Rio de Janeiro. Como frutilla del postre, Flávio es considerado por sectores de la política, de la justicia y del periodismo, como uno de los responsables directos del asesinato de la concejal Marielle Franco y de su chofer Anderson Gomez, en uno de los asesinatos de políticos más importantes de las últimas décadas en el país.

Otro de sus hijos, Carlos Bolsonaro, sería el responsable del final de la amistad entre Bolsonaro y Moro. Carlos es apuntado por la policía federal como responsables del “Gabinete del Odio”, una estructura fantasma, al estilo Marcos Peña, desde donde se financian campañas en redes sociales para destruir la reputación de opositores e intimidar a todos aquellos que tengan alguna influencia en la opinión pública. Se cree que esta estructura fantasma que funciona con fondos estatales en las sombras del palacio de gobierno, también es responsable por la elaboración y distribución de “Fake News”, sobre todo en Whatsapp, y también por articular manifestaciones a favor de la intervención militar y o de un golpe de estado que coloque a Bolsonaro como líder absoluto del país.

Eduardo Bolsonaro, su tercer hijo activo en la política institucional, también es investigado como miembro del “Gabinete del Odio”. Eduardo también también es acusado por varios episodios de malversación de fondos públicos. En 2019, vídeos en las redes sociales mostraron a familiares de la familia Bolsonaro usando helicópteros de las fuerzas armadas y de la presidencia para transportarlos al casamiento de Eduardo. Luego de esto, el actual diputado fue y sigue siendo investigado por financiar, aparentemente, su luna de miel con dinero público. También, Eduardo es acusado de falsificación de documentos públicos ya que para comenzar a trabajar en política a los dieciocho años, presentó un diploma como abogado formado, o que resulta imposible considerando su edad.

Todos en conjunto, la familia entera, es investigada por uno de los mayores escándalos de corrupción política de los últimos tiempos. El famoso “Laranjal” (naranjal), donde se acusa al clan Bolsonaro y a otros integrantes de el que era su partido en aquel momento, PSL, de usar dinero para financiar candidaturas fantasmas. Uno de los asesores y amigos de la família, Fabrício Queiroz, es investigado por el Ministerio Público de Rio de Janeiro de realizar movimientos bancarios sospechosos, llegando a realizar operaciones por millones de reales, sumas inconsistentes con el salario de un asesor. Los movimientos bancarios sospechosos envuelven cuentas vinculadas a familiares del clan Bolsonaro, como su mujer, su hijos y el propio presidente. 

Por el lado individual, Bolsonaro, quien siempre da un paso al frente para hablar de gobierno de otros países como Venezuela o Argentina, viene acumulando decepciones entre sus seguidores. La falta de humanidad y sentido común con que está tratando la emergencia de salud pública causada por el Coronavirus ya le valió innúmeras críticas entre figuras públicas que otrora fueron sus apoyadores. Varios blogueros, artistas, líderes de opinión, etc, condenan sus declaraciones en las cuales minimiza la pandemia y contraria todas las indicaciones de la Organización Mundial de la Salud. Varios pedidos de impeachment ya fueron protocolados como consecuencia de sus vínculos con las manifestaciones que, en medio a la pandemia, piden por un golpe de Estado para cerrar el Congreso y los órganos de justicia.

La forma irresponsable en que acabó peleándose públicamente con su ministro de salud, al que culminó despidiendo en el medio de una crisis mundial por una simple cuestión de ego, suscitó la primer cadena de abandonos por parte de actores, presentadores de TV y otras figuras que lo apoyaban. Particularmente, Sergio Moro, al pedir la salida, acusó a Bolsonaro públicamente de falsificar su firma en el documento oficial donde se notifica el despido del jefe de la policía federal, Maurício Valeixo.

El gobierno acabó reconociendo de forma tácita este crimen al borrar la publicación original donde se exhibía un documento con la firma de Moro y republicar otro documento sin su firma. Moro, que es juez y debería manifestar indignación por este crimen tan grave, se redució a narrarlo como si se tratase de algo un tanto banal, algo que lo incomodó en lo particular pero que no pasa de un “desentendimiento” que, sumado a otros, precipitó su salida.

En los útlimos días, Bolsonaro también es acusado fuertemente por los propios sectores de la derecha por intentar aliarse al “Centrão” (Centrón en la traducción literal) que representa a lo peor del corporativismo político y corrupto tradicional en Brasil. El “centrão” reúne a las figuras más desacreditadas y envueltas en casos de corrupción. Bolsonaro, cada vez más aislado en el Parlamento (luego de pelearse con casi todos sus aliados y de ser expulsado de su propio partido) busca adquirir fuerzas realizando pactos espúreos, entregando los cofres públicos a políticos como Ciro Nogueira, a quien pretende dejar a cargo del Fnde (Fondo Nacional para el Desenvolvimiento de la Educación), acusado e investigado por corrupción.

Otro de los escogidos es Valdemar Costa Neto condenado por corrupción en el caso del “Mensalão”, por el cual cumplió pena en la prisión y en su domicilio.  De esta forma Bolsonaro contradice diametralmente de lleno ser un presidente de la “Nueva Política”, contradice ser un demócrata cuando apoya manifestaciones a favor de la dictadura militar, contradice ser anticorrupción al nombrar gente condenada por corromperse dentro de la política y también se contradice por querer nombrar al jefe la policía federal para paralizar las investigaciones a sus hijos y a él mismo.

Brasil ya está dentro de un período de “Infamia Política”, donde la corrupción, el asesinato de opositores, el desprecio por la ciencia y por la vida ajena, la apología al golpe de estado, todo se exhibe a cielo abierto, como si la barbarie fuese sinónimo de progreso social e institucional en algún lugar del planeta o de la historia.

Un presidente acusado de instigar el asesinato, el golpe de Estado, el nepotismo, la falsificación de documentos públicos, es cada día más alguien de quién menos se puede esperar que resuelva alguna de las tantas crisis que padece el gigante suramericano.     


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