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Mis luchas por la independencia, por amparar la dignidad humana, por la igualdad social, por la cooperación internacional continúan.

Mis luchas por la independencia, por amparar la dignidad humana, por la igualdad social, por la cooperación internacional continúan. | Foto: Diario de los Andes

Publicado 21 junio 2020



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Eres un pueblo inmenso lleno de calor y de colores. Fabricio, cuando idee esta entrevista imaginaria, estaba escuchando a Gloria Martín y Santiago Villar y su “Cantata” dedicada a ti.

FRR.- Hola Fabricio, disculpa que te tutee. Para mí tú eres muchas cosas juntas que yo, de manera atrevida, resumiría en una sola: pueblo. Eres un pueblo inmenso lleno de calor y de colores. Fabricio, cuando idee esta entrevista imaginaria, estaba escuchando a Gloria Martín y Santiago Villar y su “Cantata” dedicada a ti, ¿la has escuchado?

F.- Qué tal Félix, lo primero es lo primero y para un trujillano de pura cepa como yo, me toca responder tu saludo y también para tus lectores y agradecerte esta entrevista y por eso desde mi Boconó, desde aquí mismo en mi “Calle Alta de Arriba”, poder comunicarme con el pueblo de Venezuela a quien amo desde que tengo uso de razón. Sobre tu pregunta, sí, conozco esa “Cantata” de Gloria y Santiago. La escucho siempre con mis compañeros desde hace ya 54 largos años, cuando un 21 de junio los esbirros del gobierno de Raúl Leoni me torturaron salvajemente hasta quitarme la vida en un “tigrito” del Palacio Blanco, al frente de donde despachaba el presidente, que al parecer era, como dicen por allí, ciego, sordo y mudo. En esa “Cantata”, sus autores dicen que “arrancaremos al aire que te quitaron, al tiempo, el tiempo de hacer la vida, sin que contra su causa te mueran, cuerpo abolido, imagen nuestra: ¡Tú abres el porvenir de par en par!”. La “Cantata” es una letra hermosa, llena de poesía profunda que no creo merecer hermano.

FRR.- Fabricio, en aquella madrugada, en la alborada de aquel amanecer del 23 de enero de 1958 tu, aunque conocido en algunos círculos intelectuales y sobretodo periodísticos, no lo eras para la inmensa mayoría de los venezolanos que azotados por la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, salieron a las calles a dar vítores ante la caída del Dictador. Fue entonces cuando tu voz de trueno sonó como clarín por Radio Caracas, anunciando el derrocamiento de Marcos Evangelista Pérez Jiménez. ¿Recuerdas aquel instante estelar que te tocó vivir?

F.- Sí, lo recuerdo con total claridad. Yo venía desempeñándome en la clandestinidad como Presidente de la Junta Patriótica. Muchas veces, como reportero en el Palacio de Miraflores, sentí la muerte a mi lado. La presencia del sanguinario Pedro Estrada y de sus esbirros guardaespaldas de la Seguridad Nacional era un alerta constante. Mis armas eran mi pluma, una libreta, mi astucia y mi conciencia. La de ellos: metralletas y mentes retorcidas, infernales y enfermizas. Junto con José “Chepino” Gerbasi, cubría la fuente de Miraflores, cosa que continúe haciendo solo cuando “Chepino” fue detenido. La dictadura continuaba con sus planes de apertrecharse en el poder. En 1957 habían orquestado un plebiscito totalmente amañado. Nosotros desde la Junta lo planificábamos todo para dar con el fin de aquel régimen oprobioso, que pese a su inmenso poder, hacia aguas por todas partes. Cuando todo estaba consumado y el dictador, embarcado en su “Vaca Sagrada” salió huyendo por La Carlota, nos fuimos a Radio Caracas, eran como las tres de la madrugada y allí, al frente de un viejo micrófono y con la emoción amanecida me dirigí a la Nación y dije: “¡Pueblo de Venezuela, habla Fabricio Ojeda, presidente de la Junta Patriótica, para anunciar que hemos triunfado y que la dictadura ha sido derrocada! El tirano ha huido cobardemente. ¡Todos a la calle a ratificar el gran triunfo de la revolución!”.

FRR.- Compañero Fabricio, te propongo un ejercicio. ¿Qué palabra de las que empleaste en aquel momento, crees aplique para este momento en que grandes enemigos acechan a la Patria y a su pueblo?

F.- Sin titubeos alguno, te digo compañero que esa palabra es ¡UNIDAD, UNIDAD! El 14 de septiembre de 1958, recuerdo perfectamente la fecha, escribí un editorial para la revista Siete Días. Escribí sobre la línea que debíamos adoptar para la escogencia del candidato presidencial. En lugar de nombres, me preocupaban los principios, un programa nacionalista de significación histórica. Dije que lo contrario a ello era cercenar el derecho del pueblo a elegir. Que había que precisar una línea revolucionaria de la unidad. Las intenciones golpistas de militares gorilas estaban asechando. Por eso llamé a que nos uniéramos contra el golpismo, contra la regresión. Unidad para lograr la liberación económica del pueblo. Unidad para acabar con los privilegios y las injusticias. Unidad para engrandecer al país en su dignidad política, en su desarrollo económico y su transformación social. Sé que con la Revolución Bolivariana, mucho de aquello que demandé en 1958 se ha logrado pero, debemos ir al fondo de las cosas compañero Félix. Ustedes padecen un cáncer llamado corrupción, lo sé. Eso deben enfrentarlo a fondo y sin miedo, caiga quien caiga. Para ello es menester que permanezcan unidos. Por eso, reitero mi respuesta a tu pregunta: ¡UNIDAD, UNIDAD!, lo demás viene por adición.

FRR.- Fabricio, fiel demócrata que fuiste, saliste electo diputado al Congreso por voluntad del glorioso pueblo caraqueño que vivía humillado y oprimido. Empezaba para ti una nueva faceta como parlamentario. Todo hacía predecir que esa carrera sería corta. Tu origen humilde, tus conversaciones con el General Gabaldón, tus lecturas, tu conciencia, todo se reunía en un compendio de compromiso con el pueblo. El 30 de junio de 1962, decides renunciar a tu curul parlamentaria. ¿Te arrepientes de haber tomado esa decisión?

F.- ¡Jamás me he arrepentido de haberme ido a la montaña! Una vez, Félix, reunidos ante la tumba del compañero Alberto Rudas Mezzone, compañero asesinado durante el gobierno de Rómulo Betancourt, juramos continuar sus pasos y cumplir su obra, para que la sangre derramada retoñase en nueva vida para el pueblo. Como lo dije entonces, lo ratifico hoy, fui consciente de lo que mi decisión de renunciar al Congreso implicaba. Sabía de los riesgos, peligros y sacrificios que ello conllevaba. Pero, por convicción te lo reitero, era ese el único camino que un revolucionario verdadero podía seguir. La historia había cambiado y los venezolanos no podíamos permanecer aferrados a una vida política sin perspectivas de futuro y, por el contrario, permanecer sumisos y cómplices con el subdesarrollo económico, en el atraso crónico de un pueblo doblegado en la miseria, la ignorancia y el hambre. Mientras algunos veían a sus mujeres dar a luz en clínicas lujosas, otros, los más, tenían que conformarse con verlas parir como animales en sus ranchos inmundos. El pueblo de Venezuela y nosotros con él, habíamos creído en una solución pacífica para nuestros problemas. Sangre y vidas pagamos por la libertad y la democracia. Sin embargo querido amigo, debo ratificar lo que dije entonces: el 23 de enero de 1958, lo confieso a manera de autocrítica creadora, nada ocurrió en Venezuela, a no ser el simple cambio de unos nombres por otros al frente de los destinos públicos. Eso nos hizo mucho daño, cuídense de ese mal. Ya el pueblo venezolano no es tonto, sabe, como lo saben todos los pueblos oprimidos del mundo, cuáles son las causas que originan sus males. Renunciar a la tranquilidad de una curul parlamentaria fue nuestra decisión y nuestro camino. Fuimos al fragor del combate con las armas en las manos, fuimos con fe, con alegría, como quien va al encuentro de la Patria preterida. Sabíamos que con nosotros andaba el pueblo, el mismo que en todas las épocas memorables ha dicho presente ante lo noble, ante lo bueno, ante lo justo. Por eso le pedí al presidente del Congreso de aquel entonces que convocara a mi suplente, que yo había salido a cumplir el juramente que hice de defender la Constitución y las leyes del país. Sabía que podía perder la vida, pero eso no me importaba. Otros vendrían detrás a recoger nuestro fusil y nuestra bandera para continuar con dignidad, lo que es el ideal de todo nuestro pueblo. Jamás arrepentimiento. Convicción sí por defender al pueblo y quiero que los compañeros de hoy nunca olviden esto.

FRR.- Fabricio, un compañero de caminos que seguro compartió contigo, Diego Salazar al prologar tu libro “La Guerra del Pueblo”, escribió que aunque los segundos han estallado uno tras otro hasta sumar millones, en cada uno de ellos, de una otra forma tu nombre ha estado presente en las fábricas, barrios, universidades, liceos, caseríos y en los bosques. Que fuiste una “expresión consciente” de una guerra popular que nunca acalló, de una guerra del pueblo o un pueblo en guerra que desde los primeros días de la lucha por la emancipación y por la independencia fue surcando terrenos donde hoyar futuras trincheras para la lucha y para unos combates que no habrían de alcanzar su mayor concretitud sino hasta comienzo del siglo XXI en nuestra actual Venezuela. ¿Estás de acuerdo o no con Diego Salazar?

F.- Con mi camarada Diego sigo conversando, ese margariteño de rostro colorao’ es un tertuliante infaltable en nuestras reuniones por estos lares. Mi libro “La Guerra del Pueblo” lo fui “cocinando” a lo largo de mi vida política. Lo terminé en el Campamento Venus 3 ubicado en una región montañosa de Venezuela donde ejercía funciones de Comandancia. Es un ensayo breve pero muy denso, con ideas apretujadas que continúan teniendo mucha actualidad. Tomando la experiencia de la Revolución Cubana la cual conocí de la propia voz de mi amigo Fidel Castro, allí trato de la revolución permitida y del reformismo pro-imperialista; detallo asuntos vinculados a la revolución verdadera, de la violencia y del fatalismo como tendencias en la praxis política; cuál ha de ser el camino de la liberación nacional y por qué se ha de tener una férrea mentalidad de poder; de la guerra del pueblo y destaco cuáles son las debilidades de las clases explotadoras; escudriño sobre la llamada constitucionalidad democrática, la quiebra del poder formal y la necesidad de la paz. Al igual que en mi momento y ahora más, la revolución requiere de equipos de elaboración teórica para evitar dar tumbos innecesarios. La crítica y la autocrítica han de ser una constante en nuestras organizaciones revolucionarias. Siempre insistí e insisto ahora en la necesidad de educar a la militancia y al pueblo. Como bolivariano que soy, recuerdo la máxima del Libertador: “Por la ignorancia nos han dominado más que por las armas”. No podemos continuar permitiendo esto. El imperialismo acecha, tiene un enorme poder mediático y propagandístico. La artillería del pensamiento debemos engrasarla todos los días. Las políticas betancouristas de “aislar y segregar a la comunidad democrática” continúan en las mentes de los enemigos del pueblo. Los revolucionarios de vanguardia debemos insistir en estas exigencias. No podemos permitir que se nos cierren los caminos. Ya ven, ustedes están siendo bombardeados a diario. Las agresiones e injerencias imperiales han creado prácticamente un bloqueo contra la Patria, nosotros lo sabemos. Consideramos correcta la política de alianzas internacionales. La forma como están derrotando el bloqueo energético con la ayuda del pueblo y gobierno de Irán es una demostración de que cuando se tienen claros los objetivos estratégicos, la táctica puede ir perfilando victorias, algunas pequeñas, otras de mayor envergadura. A nosotros nos tocó vivir una etapa muy dura, la que ustedes viven hoy no lo es menos. Tales realidades inciden directamente en la toma de conciencia por parte del pueblo y de la solidez de su mentalidad para empoderarse, para mantener y conquistar nuevos espacios desde donde hacer la revolución deriva las victorias. El movimiento liberador del pueblo venezolano hoy en día es estelar, recursos abundan para profundizar la lucha. Las reservas morales y éticas del pueblo y de sus dirigentes más esclarecidos son inmensas. Cuentan ustedes con una unión cívico-militar que ya quisiéramos nosotros haber contado con esa herramienta. Por ello, cito nuevamente al ilustre cruzado antiimperialista, Mario Briceño Iragorry: “La gran vigilia del pueblo impone, pues, sacrificios de orden moral y disciplina centrada que lo alejen de esa alegría postiza donde se diluye la voluntad de crear. La verdadera risa del pueblo debe reservarse para la hora próxima en que su tremenda luminosidad haga temblar a los traidores que lo oprimen”.

FRR.- Finalmente Fabricio, hoy es 21 de junio de 2020 y un día como hoy, tus asesinos te apartaron en un cuarto solitario y fueron exprimiendo una a una las gotas vitales de tu existencia terrenal hasta dejarte inerte. ¿Qué pasó ese día compañero, quieres contar lo sucedido?

F.- El 21 de junio de 1966 fue el día de mi encuentro con mi destino. Ese día se puso a prueba todo cuanto fui y sigo siendo. Mi tránsito final dio inicio el 16 de junio cuando fui detenido por los esbirros del SIFA en la Urbanización Tanaguarena del Litoral Central. Días antes, acababa de terminar mi ensayo “La Guerra del Pueblo” al cual nos referimos en la pregunta anterior. Solo, con las manos atadas, escuchando los cornetazos de los vehículos que pasaban por la Avenida Urdaneta. Allí, en un cuarto pequeño esperé por horas hasta que llegaron mis carceleros y mis asesinos. Aunque era de día, ellos llegaron con sus mentes oscuras, retorcidas, sus rostros descompuestos, balbuceando baba. Llegaron jaquetonamente, burlándose. No podían ocultar su derrota. Me tenían preso pero ellos sabían que mi espíritu libre los retaba y nada podían hacer para evitarlo. Empezaron los golpes y mi silencio los enardecía. Golpeaban mi cuerpo con fuerza y sin embargo, eran débiles. Sus cuencas desorbitadas eran preludio de sus solitarias sepulturas. Hacían preguntas y mi silencio se les clavaba como dardos acusándolos. Sabía que con sus manos asesinas, morderían el polvo y pagarían el precio de sus crímenes. Hacían preguntas y mis respuestas mudas eran disparos de obreros altaneros, de campesinos cimarrones, de estudiantes bochincheros, de guerrilleros, guerrilleros, bandoleros guerrilleros. Sus fuerzas criminales se fueron acabando. Sus oscuras almas desprovistas de espíritu, eran fantasmas infernales. Me fui apagando, me llené de fe y me fui al reencuentro de mi Patria. Ahora estoy aquí, converso contigo. Resucito contigo y en ti. De mí saben y conocen todo. A ellos, a mis torturadores asesinos, no los recuerda nadie. Fueron borrados de la memoria del pueblo. Parafraseando a Julius Fucik concluyo diciendo que “He vivido por la alegría y por la alegría muero, y sería un agravio poner sobre mi tumba el ángel de la tristeza”. Mi venganza, como dice el Comandante Tomás Borges, es ver a mi Patria libre. Es escuchar la sonrisa de los niños. Es volver a mi Boconó y tomarme una taza de café allá, en la Calle Alta de Arriba. Mis luchas por la independencia, por amparar la dignidad humana, por la igualdad social, por la cooperación internacional continúan. Un abrazo a todas y a todos. ¡Por la Patria y por el pueblo, viva la Revolución!


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