¿Democrática la oposición venezolana? (II)

La victoria del Comandante Presidente en el referendo es inobjetable: 60 por ciento vota a su favor. Hasta el gobierno de los Estados Unidos se ve obligado a reconocer como válido el resultado. Foto: Alba Ciudad


Por: Germán Sánchez Otero

14 de julio de 2024 Hora: 22:18

Primera disputa electoral sujeta a la Constitución Bolivariana

¿Qué opciones tienen los partidos opositores en el año 2000 para enfrentar a Chávez? Solo una: están obligados a aceptar las normas de la Constitución Bolivariana, recién aprobada por el voto popular.  Deciden participar en los comicios con el fin de relegitimar todos los poderes (megaelecciones), que finalmente se celebran el 30 de julio. Tal evento, de por sí muy difícil y retador para la Revolución Bolivariana y sus antagonistas, de repente se hace más complejo porque surge un aspirante presidencial atípico, el segundo jefe de la Rebelión del 4F, Francisco Arias Cárdenas, alrededor del cual se junta toda la oposición contrarrevolucionaria con el beneplácito de Washington. Al principio, los opositores son cautelosos, pues temen que sea una jugada de engaño de Chávez. Pero la Embajada de EE.UU. les confirma que, en efecto, se trata de una ruptura y de un candidato caído del cielo, con el que creen posible confundir al pueblo y derrotar al líder bolivariano mediante una propuesta rosada. Respaldados por políticos sin escrúpulos, especialistas en marketing y casi todos los medios de difusión privados, el bloque contrarrevolucionario realiza una campaña sucia, apoyada también por la mafia anticubana de Miami, mampara de la CIA.

El indoblegable barinés convierte el dolor de la traición en una lección de vida y la indignación en ánimo para encarar el engañoso proyecto regresivo. Pone en tensión sus asombrosas energías. Concibe y dirige una gran operación política, que trasciende lo comicial. Busca aprovechar el atípico choque electoral para radicalizar la revolución, fortalecer sus bases de apoyo y ampliar la hegemonía en todos los poderes del Estado. Acepta con ganas el reto que supone enfrentar de una vez a los desertores del movimiento bolivariano, junto a la oposición contrarrevolucionaria que intenta oxigenarse. No pide ni tampoco da respiro. Ha decidido no rehuir a ninguno de los enemigos que desde 1998 vienen nucleándose en un solo bloque contrarrevolucionario. Ha aprendido que la vía pacífica y democrática necesita tensar las fuerzas en conflicto, para que los oprimidos identifiquen a los causantes de sus males y salgan a pelear contra la injusticia y la exclusión, y en ese proceso se organicen y concienticen. Lo esencial para él es que la gente vote por continuar y profundizar la revolución y no meramente por un hombre o una mujer.

Es la sexta vez que se convoca a las urnas en 18 meses y los adversarios vivifican los ánimos. Remarcan que la revolución venezolana va hacia la copia del socialismo cubano, al que históricamente muchos medios de comunicación han pintado como un infierno. Para crear inquietud en las fuerzas armadas y avanzar hacia un eventual golpe de Estado, inventan la presencia de cientos de agentes militares de la Isla en los cuarteles. Incluso fabrican un supuesto James Bond cubano que formula declaraciones al respecto y días más tarde las desmiente, resentido porque no le pagaron sus servicios. Con el mismo fin, urden falacias acerca de supuestos nexos de Chávez con la guerrilla colombiana. Nunca en Venezuela se ha mentido tanto, de manera tan intensa y sin pudor en los medios de comunicación privados.

Él explica en todas partes el concepto de bolivarianismo, en su amplia gama filosófica, política, ideológica y doctrinaria, y siempre mediante ejemplos históricos aleccionadores. Habla de los proyectos concretos a escala nacional y avisa los que por el momento está previsto hacer en cada sitio. Insiste: el combate electoral es duro, “porque se está definiendo la historia”. A la vez, pide a sus seguidores que respeten y no agredan a los contrincantes (Arias y Claudio Fermín): “Déjenlos quietos, que hagan lo que quieran, que hablen, que chillen, que pataleen, todo el que va a morir patalea”, dice sonreído en Valencia.

Se esfuerza en garantizar que los candidatos seleccionados por el MVR se caractericen por su fidelidad al pueblo y a la revolución. Y pide lo mismo a los demás aliados. Comienza a disparar desde entonces contra los farsantes disfrazados de revolucionarios. Promueve la unidad y el equilibrio. Y opta por centrar su atención en las candidaturas de la Asamblea Nacional (165), las gobernaciones (23) y las alcaldías principales (30), pues la cifra de cargos a elegir es de 6.241. En rigor, solo el tamiz del quehacer revolucionario en las etapas por venir determinará la calidad y la lealtad de varios candidatos, incluso de algunos que él cree conocer, y en verdad no es así, son caballos de Troya.

En la noche de las megaelecciones, el mapa político venezolano se pinta de rojo: Chávez es electo Presidente con 57 por ciento de los votos, y el Polo Patriótico (sobre todo el MVR y en menor medida el MAS) gana 15 de las 23 gobernaciones, casi 58 por ciento de los diputados, ocho de los 12 escaños del Parlamento Latinoamericano y más de 60 por ciento de las alcaldías principales, incluida la recién creada Alcaldía Metropolitana de Caracas. Además, el MVR emerge como la primera fuerza nacional. Chávez obtiene 3.757.373 votos, Arias 2.359.459 y Claudio 171.346. ¿Qué dicen estos datos? Reafirman el consistente avance de la revolución y, a la par, un fenómeno político que comienza a llamarse la polarización de la sociedad venezolana. Algunos la adjudican al estilo de Chávez y otros analistas más rigurosos, la explican por los cambios revolucionarios en curso.

Así es. En la composición clasista de los votantes a favor de Chávez y del proyecto bolivariano, en 1998 y en estas elecciones, predominan las personas humildes. No es casual que, en la otra orilla, tanto Arias esta vez como antes Salas Römer en 1998, obtengan casi igual suma de sufragios, buena parte de ellos repetidores de las capas medias urbanas y de los grupos pudientes. Tal antípoda socioeconómica es la causante de la contraposición política. Ello se aprecia con nitidez durante las pugnas generadas por la Revolución en apenas dos años, y marcan un fenómeno de fondo que seguirá complejizándose en el futuro. El respaldo popular a Chávez es una garantía para desarrollar y sostener la revolución. Y, a la vez, muestra una debilidad que empieza a ser una preocupación suya: las capas medias no debieran oponerse a los objetivos y valores de la Revolución. Concluye que es urgente implementar políticas que las beneficien, las concienticen y las incorporen. También, piensa él, hay que insistir en sumar empresarios privados nacionales, cuyos intereses debieran conjugarse con los del proyecto bolivariano.

El 30 de julio se cierra el primer ciclo de la Revolución y comienza otro. Desde el Balcón del Pueblo, esa noche de luz, con los Andes sobre sus espaldas y el aroma de la Patria en su piel, Chávez llama “a todos los venezolanos de buena voluntad, a la unión, al trabajo. Solo unidos podremos recuperar a Venezuela. Venezuela es de todos, en este barco vamos todos”. Y anuncia que la nueva etapa se va a centrar en la reconstrucción social y económica del país. Pero en Washington y en la élite contrarrevolucionaria venezolana predominan otras intenciones.

Washington y la contrarrevolución optan por destrozar el orden democrático venezolano

El ritmo y la solidez del avance de la Revolución, se pone de manifiesto aún más en los últimos meses de 2001, cuando Chávez aprueba 49 Leyes Habilitantes, entre las que destacan tres: Tierras, Hidrocarburos y Pesca. De conjunto democratizan la propiedad y la explotación de la tierra, consagran el control de la nación sobre los recursos energéticos y la industria del petróleo, preservan la riqueza pesquera y ecológica del mar venezolano, aprueban mecanismos para distribuir de manera justa la renta del Estado y crean condiciones idóneas de trabajo a los sectores del campo y la ciudad. La oligarquía las rechaza porque dañan intereses retrógrados como el latifundio, la pesca de arrastre y su aspiración de privatizar la industria petrolera. Y decide usarlas como pretexto para derrocar a Chávez de manera inconstitucional. 

A partir del 11 de septiembre de 2001, una inesperada tormenta procedente del norte desborda los ríos políticos en Venezuela. Junto al rechazo de varias Leyes Habilitantes por los grupos pudientes, surgen inéditas tensiones entre el Gobierno bolivariano y el de Estados unidos, a raíz de la política belicista desatada por George W. Bush con el pretexto de combatir el terrorismo en cualquier rincón del planeta. Él ha asumido la Presidencia en enero de 2001 y pronto muestra sus colmillos al Gobierno bolivariano, que ha sido incluido en los planes del imperio para ser derrocado a corto plazo, con la complicidad de sus aliados vernáculos, al no poder estos lograrlo por la vía democrática.

Chávez denuncia que se emplee el pretexto del terrorismo para agredir a otros países. Su valiente postura suma una página definitoria en el expediente que le ha abierto Washington por su desempeño dentro de Venezuela y por la política exterior. En especial su liderazgo en la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), los nexos de amistad con Cuba, su ascendente influencia en América Latina y el Caribe, y el acercamiento a China, Rusia, Irán y otros países, para favorecer un mundo multipolar y el desarrollo independiente de Venezuela, que incluye en primer lugar la defensa de sus recursos naturales.

Por vez primera desde 1999, el bloque reaccionario local y el gobierno gringo coinciden en el objetivo de sacar a Chávez en el corto plazo, por medio de un atajo inconstitucional. Así, el gobierno de W. Bush activa su decisivo aporte soterrado en el plan golpista, que incluye un ensayo general el 10 de diciembre de 2001, mediante un paro patronal y otras acciones. Fedecámaras intenta chantajear al Gobierno pidiéndole que revoque las 49 Leyes Habilitantes. Chávez responde en un discurso el mismo día del provocador paro: “No tengo nada que hablar con inmorales (…)”. Y para contrarrestar las ínfulas de la oligarquía, que exige eliminar las leyes, proclama: “eso significa que hay que aplicarlas y rápido”. Mas la partida de ajedrez queda sellada hasta abril de 2002.

Por fin, el 11 de abril se ejecuta el golpe de Estado, en el que participa todo el bloque contrarrevolucionario y, tras el telón, actúan los órganos especializados del imperio. Aunque sorprendido, encarcelado y aislado, y sin poder dirigir el contraataque, Chávez es el artífice de la estrategia revolucionaria que da al traste con la asonada. El diseño del zarpazo y la secuencia de hechos son concebidos por expertos de los Estados unidos y conspiradores venezolanos, aunque hubo cierta autonomía de estos en la ejecución. Cuando los golpistas rechazan las condiciones que establece Chávez para renunciar, basadas en la Constitución –en rigor, incumplibles por ellos– y deciden amenazarlo con bombardear Miraflores, la decisión suya de no dimitir e ir preso para Fuerte Tiuna es la clave del rápido fracaso del golpe. A partir de tal postura, los jefes facciosos –civiles y militares– se enredan; durante el día 12 de abril pierden el control del escenario de manera vertiginosa y en la tarde del 13 ya están derrotados.

Resulta muy importante que apenas ocho horas después de ser apresado y aislado en Fuerte Tiuna, el pueblo venezolano y el resto del mundo supieran que él no ha renunciado. Primero, a través de su hija María Gabriela, que es apoyada desde Cuba por Fidel, y poco después, por medio de la valiente denuncia que realizara el fiscal general Isaías Rodríguez. Tales alocuciones –junto con la movilización popular– impiden que lo asesinen, como había decidido el núcleo duro golpista. El despliegue popular a partir del 12 en la tarde, hasta la irrupción masiva del 13 de abril, determina el desenlace. La firme posición de varios generales contra el golpe, y el rechazo casi unánime de los oficiales medios y de toda la tropa, en actuación conjunta con el pueblo bolivariano, es decisiva.

El acto de autoproclamación de Carmona y la violación flagrante de la Constitución, incinera aún más a los golpistas. No obstante, aun si hubiesen preservado ciertas normas constitucionales, el curso de los acontecimientos habría sido parecido. Las horas del golpe estaban contadas, aunque sus autores se hubiesen vestido de terciopelo. ¿Razones? Chávez no ha renunciado, está preso y su vida corría peligro; él no tenía responsabilidad en las muertes; la justificación del golpe se basó en mentiras y trucos mediáticos; los avances de la Revolución Bolivariana –incluido el desarrollo de la conciencia, la organización y el brío populares– y las esperanzas que ella ha despertado accionan a mucha gente; y funciona de modo incandescente el liderazgo del barinés en el pueblo humilde y en las fuerzas armadas.

Varios dueños de medios de comunicación y un grupo de políticos opositores, en sintonía con el gobierno de los Estados unidos, se dan cuenta del pantano en el cual caen los golpistas, al negarse Chávez a renunciar y estar preso e incomunicado. Se horrorizan al ver que el pueblo se lanza a rescatarlo y a protestar en las calles, a la vez que se produce una firme reacción militar de rechazo a la asonada. Por eso en la mañana del 13, indican a Carmona y al núcleo directivo de los golpistas que reactiven la Asamblea Nacional y los demás poderes –salvo la Presidencia–, para enderezar el entuerto, ¡sin Chávez! Pero ya están derrotados…

Todos los integrantes de la oposición participan en la ejecución del golpe, y tienen consenso en tres objetivos centrales: anular la Constitución Bolivariana, sacar por la fuerza al presidente Chávez e instaurar un Gobierno de facto restaurador del viejo orden. Un pequeño grupo diseña el plan general y un reducido núcleo duro lo aplica según sus intereses particulares (Carmona, Pérez Recao y algunos altos oficiales). Pero todos por igual, en conexión con la Embajada orientadora, que evita dar la cara, son cómplices del golpe. Después, cuando el cielo se nubla y cae el telón, tratan de desmarcarse y preservar sus fuerzas para nuevos intentos. Como otras estrepitosas derrotas en la historia humana, este artero golpe queda sin defensores. El desenlace adverso en el caso venezolano, tiene que ver no tanto con el diseño o los errores en la ejecución: las causas profundas se relacionan con la emergencia de una singular revolución popular armada, y un líder excepcional.

El episodio muestra sin disfraces a los enemigos de la Revolución. En pocos días, el pueblo chavista civil y uniformado, ha entendido mejor los alcances de la Carta Magna y del proyecto de cambios; su conciencia política se hace más clara y los compromisos con el proceso revolucionario y su líder se afianzan. La simbiosis espiritual e ideológica de Chávez y el pueblo bolivariano muestra todo su esplendor, y también la unión cívico–militar como factor clave de la Revolución Bolivariana.  

El impacto internacional de lo acaecido favorece a la revolución. Predomina el rechazo a cualquier intento de ruptura constitucional en Venezuela u otro país de la región. Y los Estados unidos quedan de momento a la defensiva, sin asumir su responsabilidad. Por su parte, la izquierda y otras fuerzas progresistas latinoamericanas –muchas con prejuicios hacia Chávez por su origen militar y sus novedosas ideas de cambio– comprenden de una vez que en Venezuela sí hay un proceso revolucionario, bolivariano, de veras solidario, y además necesitado de solidaridad.

La aparente unidad de la oposición se hace trizas en pocas horas, cuando imperan las ambiciones económicas y de control del poder. Es más evidente aún que ellos desde el poder no pueden garantizar la estabilidad, la paz social y menos los logros y metas de la Revolución. Todo 11 tiene su 13: en esta sencilla ecuación los vencedores de abril sintetizan la epopeya. Significa: objetivos claros, movilización popular, unidad cívico–militar, combatividad, organización en las bases, patriotismo, confianza en el líder, optimismo… y estar dispuesto a entregar hasta la vida en defensa de la utopía bolivariana.

Golpes y soles maduran a los hombres. Durante los sucesos de abril, Chávez comprende mejor los poderosos enemigos que buscan destruir a la revolución y somete su actuación personal a una severa autocrítica. La victoria está plagada de lecciones y él prioriza identificar aquellas que resultan negativas. Entiende a plenitud que nunca más debe subestimar a los enemigos y aumenta su capacidad para identificar a los simuladores. Ha comenzado una nueva etapa y la asume con suma astucia, pues los vientos soplan a favor, pero siguen huracanados.

Nueva embestida contrarrevolucionaria: el golpe petrolero 

¿Cómo reaccionan a partir del 14 de abril los dirigentes opositores, que ejecutaron o apoyaron el golpe? Varios no demoran en reaparecer en la escena pública y en pocos días todos empiezan a tejer la nueva etapa del “país virtual” que tienen en su mente. Decodifican al revés la derrota que han sufrido y el mensaje conciliador del Presidente. En vez de aceptar el diálogo, vuelven a arremeter contra él, su Gobierno y la Constitución. Los medios de comunicación privados comienzan a reflejar el lunes 15 de abril las declaraciones de los dirigentes contrarrevolucionarios. El puntero es Julio Borges –líder de Primero Justicia–, quien reafirma la misma posición del 8 de abril: la única salida a la crisis de gobernabilidad es la renuncia del Presidente o lograr elecciones anticipadas. Ambas, violatorias de la Constitución.

Ninguno de los jefes del antichavismo asume su responsabilidad en el golpe, que queda huérfano de madre y padre. Dos ejemplos: Carlos Fernández, vicepresidente de Fedecámaras, asegura que esta entidad no ha participado en el decreto emitido por Carmona. “Lo firmamos como invitados, no lo conocíamos, fue un momento emocional, no cuantificamos el error”, dice. Y el gobernador del estado Zulia, Manuel Rosales, declara: “Firmé el acta de Carmona, porque fui engañado con la supuesta renuncia del Presidente”. Casi todos acusan a Chávez de ser el responsable de la crisis y por ende consideran que la única solución es su salida inmediata del poder, con presiones y chantajes o alguna fórmula electoral, aunque viole la Constitución.

¿Por qué los jefes de la contrarrevolución coinciden en el afán de derrocar a Chávez, a pesar de la derrota sufrida? No es una percepción errada: fallan en el intento del 11 de abril, mas disponen de enormes recursos económicos, grandes contingentes de la clase media dispuestos a seguir movilizados bajo los efectos hipnóticos de los medios de comunicación burgueses, y el bloque de entes reaccionarios que promovió y avaló el golpe de abril. Tales fuerzas y sus mandantes del norte, no admiten convivir con una revolución, aunque esté legitimada por una Constitución aprobaba en referendo. Pese a no alcanzar el objetivo en abril, suponen que han logrado herir de gravedad el poder bolivariano. Identifican el fracaso en los excesos del Carmonazo y debido a las pugnas entre los militares y civiles que conducen la asonada. Para ellos, el discurso dialogante del Presidente es la prueba inequívoca de su debilidad terminal.

Chávez calibra muy bien el poderío de la contrarrevolución y el imperio, no lo subestima. Decide enfrentarlo con astucia, basado en la Constitución y tratando de evitar que el conflicto derive en una guerra civil. Piensa que la Revolución aún no dispone de la fuerza material necesaria para acelerar la marcha y ahondar sus conquistas en lo inmediato. Existen incógnitas que es necesario despejar y puntos débiles que fortalecer –por ejemplo, la carencia de una Dirección Revolucionaria orgánica y de un plan para impedir que se paralice la empresa petrolera–. A sus íntimos comenta la estrategia política que seguirá en el nuevo escenario, basada en un concepto militar: perder espacio y ganar tiempo, a fin de acumular más fuerza y unidad cívico– militar, atraer al adversario hasta las últimas líneas de defensa y darle entonces contragolpes sorpresivos demoledores, como hiciera Ezequiel Zamora en la batalla de Santa Inés.

También revela a los allegados su excesiva confianza en varios de los generales que lo traicionan el 11 de abril. Dice que ese día perdió la virginidad: toda una revelación de la lección humana y política del mazazo. Abunda en el propósito de no utilizar la victoria para emprender represalias contra los opositores, y que va a respetar las instancias judiciales encargadas de procesar a los principales culpables del golpe y a los responsables de las víctimas. Es enfático en defender la importancia de abrir un verdadero diálogo nacional, aunque sabe que hay factores de la oposición que no participarán. Estima que pueden lograrse acuerdos con una mayoría de sectores, lo que va a disminuir la conflictividad y permitir avanzar en los planes económicos y sociales del gobierno, que favorezcan al pueblo. Las coordenadas de su conducta las reitera a otros dirigentes bolivarianos: “Ni pacto con la burguesía ni desenfreno revolucionario”. Siempre ha pensado que las victorias se construyen y comienza a colocar los ladrillos de la próxima.

La tozudez de los hechos y la andanada de críticas, hacen que el gobierno estadounidense adopte una postura defensiva, aunque no declina su propósito de sacar a Chávez del poder en el corto plazo. Comprende que es necesario reajustar las tácticas y reagrupar las fuerzas para alcanzarlo. Los meses finales del año 2002 son cada vez más intensos. Todos los sectores de la oposición están confiados en que pueden derrotar a Chávez en breve tiempo. Aunque continúan las diferencias y conflictos entre ellos, la Embajada de los Estados unidos les hace comprender cuatro ideas básicas: 1) Chávez no va a renunciar solo con presiones políticas; 2) es necesario planificar las acciones, no desesperarse y tener una dirección unificada y una propuesta de gobierno concertada previamente; 3) la maniobra principal debe ser un paro nacional que incluya al sector petrolero, para desestabilizar a tal extremo el país que Chávez acepte renunciar y adelantar las elecciones o las fuerzas armadas se lo exijan cuando todo sea ingobernable; 4) si no renuncia y no lo destituyen los militares, el objetivo es derrotarlo antes de marzo de 2003 por la vía de un referendo revocatorio, una vez que se logre la bancarrota económica y el caos, y la mayoría de la gente quiera que él se vaya, al considerar que la única salida a la crisis es un Gobierno apoyado por los sectores económicos, la gerencia de Pdvsa y los Estados Unidos.

El Comandante Presidente mueve las piezas del ajedrez político y militar, con la destreza de un Gran Maestro. Leal a su pueblo y a la Constitución, es indoblegable ante las amenazas y presiones, astuto frente a las maniobras del adversario y conductor sereno y lúcido. Posee una estrategia clara y creatividad para usar las variantes tácticas y manejar el tiempo político, esa insondable categoría que solo los iluminados como él pueden capitalizar. Los espera “en la bajadita” –según el lenguaje popular venezolano–, y está seguro del triunfo. No cesa un instante de afrontar la conjura y está seguro que ella tiene su eje principal en el golpe petrolero. A la vez gobierna: elabora planes y realiza numerosos quehaceres para hacer progresar al país, en especial, beneficiar a los sectores humildes de la población. Junto a ello, despliega una intensa labor en el exterior. Sus adversarios no pueden amarrarlo. Al contrario, él los mantiene a raya y sin perder la iniciativa estratégica, aunque a veces pareciera que no es así.

Al comenzar diciembre, víspera del nuevo paro golpista, convoca a una reunión en Miraflores. Objetivo: evaluar los aspectos medulares del plan enemigo y de la contraofensiva. Pone énfasis en esta idea crucial: “Las únicas variantes son revolución o fascismo, paz revolucionaria o guerra contrarrevolucionaria. Para ello, el único camino es profundizar la revolución con apego a la Constitución”. Evalúa con realismo la situación que se viene encima y concluye que no es posible evitar tal embestida, pero sí derrotarla. Es necesario prepararnos para todo, dice, incluso para otro intento de golpe; si les fallan sus variantes violentas y la maniobra también anticonstitucional de un referendo consultivo, optarán por un referendo revocatorio, que sí es posible. Vamos a hacer como Ezequiel Zamora en la batalla de Santa Inés: que el enemigo mueva todas sus fuerzas, no importa cuánto avance; vamos a llevarlo hasta nuestra última línea de defensa y allí nos plantamos. Después respondemos con todo lo que tengamos y hacemos un contraataque que los desmorone. Y concluye, bajo la mirada asombrada de todos: “Le propinaremos otra derrota estratégica, mayor incluso que la de abril”.

Provocar la renuncia de Chávez se convierte en el objetivo principal de las acciones de la oposición. Televisión, radio, periódicos, noticias, entrevistas, fotos, reportajes, discursos, editoriales y artículos: todas las armas disparan sin descanso. Creen en serio que el país pronto será un tinglado ingobernable, al lograr paralizar la poderosa empresa petrolera y sus servicios de gasolina y gas, con posibles efectos en la electricidad. Imaginan que es el plan perfecto: Chávez culpable de tal desastre y todo el mundo, salvo una minoría de fanáticos bolivarianos, le exigirá que se vaya. Y si no pueden lograrlo, tienen bajo la manga una carta: el referendo revocatorio, como última opción para que el país se pacifique y enrumbe, al lograrse el voto mayoritario contra Chávez.

Antes, la Coordinadora Democrática insiste en otro comunicado: “Son dos las opciones democráticas posibles para la realización de elecciones en breve plazo: la renuncia del Presidente o la convocatoria a elecciones adelantadas, lo cual requiere una enmienda constitucional”. Reitera la opción del golpe y concluye: “La desobediencia civil prevista en el artículo 350 de la Constitución se extiende hoy a todo el país. Lo que comenzó siendo un paro cívico es hoy una acción total de rebeldía civil y pacífica frente a un Gobierno aferrado al poder”. Una vez más la contrarrevolución escuda su proceder en una interpretación torcida de ese artículo de la Constitución, que en verdad alude al derecho del pueblo a la rebelión contra regímenes ilegítimos, como el que ellos instauraron el 12 de abril.

Chávez dirige a las fuerzas bolivarianas en todos los ámbitos. Decide variantes defensivas en los casos necesarios; siempre es ofensivo en lo estratégico y se le ve seguro del triunfo. Más aún, está persuadido de que los enemigos han caído en una trampa, a la que él los condujo inspirado en la ingeniosa batalla de Santa Inés. Cuando creen que lo tienen rodeado y a punto de derrotarlo, el líder bolivariano avanza en un contraataque demoledor. Es como si lo guiara Séneca: “No llega antes el que va más rápido, sino el que sabe dónde va”.

Desde Miraflores, el soleado domingo 2 de febrero, proclama la victoria: “Ya hemos derrotado el plan golpista”. Y agrega: “trataron de poner al pueblo contra la pared. Amenazaron que si no había referendo consultivo habría guerra civil. Aquí estamos, no hay referendo ni hay guerra civil; se impuso la buena voluntad de un pueblo”.  ¿Cómo fue posible derrotar este siniestro proyecto? ¿Por qué el pueblo bolivariano, con extremas carencias alimenticias y una inflación galopante, sin gas para cocinar, ni gasolina, sin programas de televisión para entretenerse ni campeonato de beisbol, incluso con Navidades boicoteadas pudo resistir y sobreponerse a tal excepcional situación? ¿Qué lo motivó a seguir al líder bolivariano en tan formidable pelea, que culmina en un triunfo que completa y potencia el del 13 de abril?

“Con hambre y sin empleo, con Chávez me resteo”, es el lema más certero que repite el pueblo en esos días, abrumado por la crisis y a la vez consciente de que la única salida de ella está en la defensa de la utopía bolivariana, que Chávez les ha inculcado. Tenía razón el escritor galo Anatole France, experto estudioso de la Revolución Francesa, cuando escribiera: “Nunca se da tanto como cuando se dan esperanzas”.

La brutal embestida no logra su objetivo de sacar a Chávez y derrotar a la revolución, pero sí provoca enormes estragos. A la par, deviene prueba irrefutable de la fortaleza de la Revolución Bolivariana en esta primera etapa de su historia. Ambos lances antidemocráticos y proimperialistas en el 2002 se han podido derrotar porque en Venezuela existe una revolución vigorosa y un líder fusionado con el destino de su pueblo. Y pronto ocurrirá otro desafío inédito: el referendo para intentar revocar el mandato de Chávez. Porque a las auténticas revoluciones sus enemigos no le dan tregua, ni ellas pueden detenerse jamás.

Dos importantes derrotas de la contrarrevolución y el imperio en 2004

Al comenzar 2003, el barinés decide lanzar una ofensiva en todos los escenarios. Las derrotas de los dos zarpazos afianzan la unión cívico–militar, consolidan su liderazgo en la Fuerza Armada Nacional y le permiten controlar la industria petrolera, base de la economía nacional. Él comprende que debe encarar con premura los estragos económicos y sociales, motivados por el golpe petrolero. Las pérdidas superan los 19.000 millones de dólares. Se disparan el desempleo, la inflación, la depreciación del bolívar y la salida de capitales, y las reservas monetarias alcanzan un nivel crítico. La economía se contrae 8,9 por ciento en 2002 y sigue en rojo durante 2003.

Vencidas las dos acciones subversivas en apenas siete meses, el gobierno de Bush y la contrarrevolución calculan que podrán doblegar a Chávez activándole un referendo revocatorio, posible a partir del 19 de agosto de 2003 cuando se cumple la mitad de su mandato. Piensan que no podrá salir airoso, al suponer que los sectores populares perderán la esperanza debido al brusco cambio en su nivel de vida. La maniobra consiste en adjudicarle la responsabilidad del desastre a Chávez y reiterar una y otra vez que la mayoría de la población exige que se vaya ya. Una vez más son ciegos y sordos. No obstante, en términos comiciales el escenario es complejo para el poder bolivariano. ¿Cómo encarar la nueva amenaza electoral y las posibles acciones violentas, en un escenario económico y social tan aciago? Chávez tiene conciencia de que los desafíos son enormes y el tiempo para cambiar la adversa situación es breve. En julio de 2003 una encuestadora confiable le informa la peligrosa realidad: Si el referendo se hiciera ese mes, ¡perdería con un margen superior a 10 puntos!

Adopta importantes decisiones al comenzar 2003: establece un férreo control de cambio monetario; incrementa la distribución de tierras agrícolas; regula una vasta lista de precios, de todos los productos y servicios básicos; y orienta distribuir alimentos a precios ínfimos. En apenas tres meses la cosecha es visible. Las reservas monetarias se recuperan casi un 27 por ciento. Los mercados minoristas se inundan de productos. Y la producción de petróleo vuelve a su nivel normal. Tales medidas mejoran el nivel alimentario y favorecen el salario real, pero apenas comienzan a revertir la crisis inducida por las dos arremetidas y el drama social heredado. De repente, entre abril y mayo de 2003 se hace la luz. Surgen las primeras misiones sociales: de salud (Barrio Adentro), de alimentación (Mercal) y para eliminar el analfabetismo (Robinson). Un año más tarde, estas y otras de similar impacto masivo constituyen los mejores frutos de la Revolución Bolivariana. Sus beneficios no tienen precedentes en otro país, en un lapso tan corto. Cumplen la pauta orientada por Chávez de otorgarle poder a los pobres y que sean ellos mismos protagonistas de su emancipación. Algo primordial las mueve: el ímpetu y los genios concertados de Chávez y Fidel, con el fértil apoyo de los dos pueblos. De paso, el tema de la “cubanización” sufre un enorme desgaste, en razón de los contactos directos de la gente con miles de colaboradores de la isla en la salud, la educación, el deporte, la cultura y en otros ámbitos de la vida espiritual y material 

La contrarrevolución es sorprendida y utiliza sus métodos de siempre. Dicen que los médicos cubanos son “agentes de Castro” y falsos galenos, alegan que el método cubano de alfabetización es para adoctrinar y otras falsedades demasiado obvias. Millones de personas reciben los beneficios de las misiones, que pronto alcanzan un generalizado éxito popular.   

Una ola de reproches inunda a la oposición. No pueden explicarse sus sucesivas derrotas. La Coordinadora Democrática (CD) sigue integrada por 25 partidos, 23 gremios y otras organizaciones civiles, aunque una pequeña cúpula adopta las decisiones. Con posturas e intereses diversos, existe una argamasa que los junta: derrotar a Chávez, restaurar el régimen de democracia representativa y retomar la economía neoliberal. El 13 de mayo la CD lo expresa en el documento Plan Consenso País, que pretende ser la “base programática del gobierno constitucional y de unidad para la reconciliación y la reconstrucción nacional, (…) en el período que seguirá a la revocatoria del mandato presidencial”. Están seguros de la victoria y utilizan dos verbos engañosos: reconciliación y reconstrucción. Concentran sus energías y mañas en reunir las firmas necesarias para activar el referendo (20 por ciento del total de electores) y en tratar de desestabilizar al Gobierno. 

Estados Unidos, que ha creado desde 2002 la fundación Súmate, aumenta sus recursos a fin de darle a sus débiles aliados respaldo técnico y logístico en los comicios. Y seleccionan a María Corina Machado, oligarca proyanqui, para codirigirla, hacer trampas y mentir. Con el respaldo de Súmate, la CD entrega al CNE más del 20 por ciento de las firmas. De inmediato resultan notorios los trucos en miles de rúbricas. El CNE decide revisarlas y la reacción de la contra y de los Estados Unidos es retomar el camino de la pólvora. Algunos alientan un posible asesinato del líder bolivariano. Bush declara el 12 de enero de 2004 que velará por “la integridad” del referendo revocatorio y evidencia de tal modo su intromisión y la certeza de que sus aliados esta vez sí triunfarán. Chávez no descarta la variante de que logren las firmas ni la rehúye. Si hay referendo, dice el 3 de febrero de 2004, “sería peor para ellos”. Quiere que el pueblo bolivariano esté listo para encarar y ganar la eventual pugna. Y también alerta que está en marcha un nuevo plan desestabilizador y golpista. Así ocurre.

Incapaces de ver la realidad por la creencia de que tienen rodeado a Chávez sin escapatoria, sus oponentes intensifican el plan para desordenar el país. El 27 de febrero de 2004 convocan una marcha que es la cubierta para desatar un nuevo guion violento. Ese día nacen las “guarimbas”, respaldas por hombres armados de revólveres, cocteles molotov, piedras, botellas y tubos. Los alcaldes Leopoldo López y Capriles Radonski no reprimen, pues las consideran legítimas.

“Guarimba” significa refugio o territorio en un dialecto indígena venezolano y está basada en un método diabólico divulgado en Internet por Robert Alonso, un cubano-venezolano residente en Miami, de nexos con la CIA. Pequeños grupos de vecinos, auxiliados por personas entrenadas, erigen barricadas que mantienen encendidas con neumáticos, bolsas de basura y otros artefactos, y emplean violencia física y verbal para impedir el paso. Nueve muertos y más de 100 heridos es el trágico saldo de esta descabellada operación.

Chávez denuncia el macabro plan. Llama “no a los que están impulsando esto”, pues “han demostrado ya una y mil veces (…) que no tienen oídos para oír ni tienen ojos para ver”. Apela a los que “tienen nuestras raíces profundamente colocadas aquí”, aman a Venezuela y quieren la paz. Define así un concepto esencial para encarar sin tibieza a los adversarios y sumar a la ciudadanía patriota. El rechazo de la gente a las guarimbas, hace que en pocos días culminen. Enseguida toda la oposición realiza una impúdica campaña contra el gobierno. Lo acusan de violar los derechos humanos y tildan al Presidente de dictador y de controlar el CNE. Tal coartada, que emplean desde 2002, no cesan de repetirla: generan violencia para obligar a la legítima contención y convierten esta en pretexto de sus acciones de propaganda. 

A pesar de las fullerías empleadas, el órgano comicial les permite rectificar una parte de las firmas; al cabo, logran sumar 20,6 por ciento y el 3 de junio se convoca el referendo. Celebran eufóricos ese hecho, como si Chávez estuviese derrotado. En el primer acto público que realizan, dos días después, el secretario general de A.D. Henry Ramos Allup proclama que han logrado que “el culilludo de Miraflores tiemble de pavor frente a un pueblo”. Y Julio Borges relata cómo la CD convertirá a Venezuela en el país de las maravillas, después de que ganen el referendo. Pronto advertirán su equívoco. El barinés ha estado esperándolos “en la bajadita”, como él gusta llamar a sus contraataques en lenguaje popular. Y lanza la Batalla de Santa Inés, en alusión a la homónima que librara Ezequiel Zamora en su tiempo. Desarrolla así la campaña electoral más creativa y fecunda de su vida, con inéditos niveles de participación popular organizada. Y algo novedoso: Coloca a Bush en la esquina azul del ring electoral, define que el adversario en ese combate no será la oposición apátrida sino su jefe del norte.  

En febrero de 2004 ha definido el carácter antimperialista de la Revolución Bolivariana y explica al pueblo en los meses previos al referendo la naturaleza criminal y expoliadora del imperio y su papel en la historia de Venezuela y toda nuestra América. Ha estudiado a fondo el tema. Evoca los vaticinios que hiciera Bolívar, y enfatiza que el imperialismo ha desatado en los últimos años una despiadada ofensiva mundial. Alude a los casos recientes de Afganistán e Irak y alerta que Venezuela está en la mira. Sus cañonazos a la coraza imperial provocan reacciones aún más feroces de Estados Unidos y, en la otra orilla, sirven para ahondar la Revolución Bolivariana.

El 9 de mayo son sorprendidos in fraganti varios paramilitares y mercenarios colombianos, en una hacienda cerca de Caracas propiedad del contrarrevolucionario Robert Alonso. Han sido reclutados y entrenados en Colombia para realizar actos de violencia y asesinar al Presidente. Chávez denuncia el hecho y el 16 de mayo lo coloca en contexto: “(…) allí está de nuevo el imperialismo echando por el suelo los preceptos de las Naciones Unidas, sin vergüenza de ningún tipo. Allí está de nuevo el imperialismo imponiendo un derecho casi divino, que se atribuyeron de regir los destinos de los pueblos del mundo”. Y por primera vez explica que los sucesivos intentos de derrocar al Gobierno bolivariano “entran en el marco del tablero mundial”, en “la línea de acción que el imperialismo ha tomado”. Dice que el abortado plan con los paramilitares “forma parte de la misma componenda imperial internacional”. Y enfatiza una idea que ha madurado desde 2002: “No podemos desligar este hecho de ese marco mundial, de esa línea histórica en la cual estamos inscritos los venezolanos”. Este enfoque geopolítico, muy vigente en la actualidad, permite entender mejor el afán del imperio por apoderarse de Venezuela, en razón de sus riquezas naturales y del ejemplo de la Revolución Bolivariana. En consecuencia, para Chávez la nueva etapa antiimperialista de la revolución “obliga a profundizar los proyectos sociales y económicos (…) que es la mejor respuesta a quienes pretenden doblegar al gobierno y a la revolución”. Otra idea suya primordial.

La victoria del Comandante Presidente en el referendo es inobjetable: 60 por ciento vota a su favor. Los observadores internacionales, encabezados por la OEA y el Centro Carter, avalan el evidente resultado. Hasta el gobierno de los Estados Unidos debe hacerlo. Pero los partidos opositores, todos, aducen que hubo fraude y después nunca lo reconocen. ¿Acaso actúan de modo independiente a la postura del gobierno de Bush? En realidad, están atrapados en las mentiras que han informado a Washington y a sus bases sociales, y usan ese pueril subterfugio que los demerita aún más. El imperio lo sabe, pero no le conviene aumentar el descrédito de sus acólitos y hace mutis. Nunca, ni antes, ni ahora, ni después de esa derrota criticará a los suyos, ni estos al jefe norteño. Un típico pacto mafioso.

El 31 de octubre la Revolución corona el triunfo del referendo con nuevos laureles: en las elecciones regionales los candidatos bolivarianos ganan 21 de las 23 gobernaciones y el 80 por ciento de las alcaldías. Es el peor momento de la oposición y hasta la Coordinadora Democrática desaparece a fines de ese año.

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