EE. UU.: el ocaso de los manufactureros mancomunados

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El equilibrio del mundo se inclina de Occidente a Oriente y el imperio parece haber perdido el fiel de la balanza. Foto: Misión Verdad.


Por: Raúl Antonio Capote

16 de febrero de 2025 Hora: 08:30

Durante la Primera Guerra Mundial, las ganancias de las empresas estadounidenses fueron enormes; de 1916 a 1921 alcanzaron los 38.000 millones de dólares.

Europa, devastada por el conflicto bélico, necesitaba una gran cantidad de productos, lo que provocó que, ante la creciente demanda del Viejo Continente, la economía y los ingresos norteamericanos crecieran vertiginosamente.

La expansión de EE. UU. se basó en una profunda transformación productiva dominada por la innovación técnica. Fue en esta época cuando se popularizó el uso del teléfono, el automóvil y los electrodomésticos.

«Una espectacular avalancha de acontecimientos —electricidad, automóviles, aeroplanos, tranvías, tractores, radiotelegrafía, teléfonos, fotografía, el ice-cream soda, la victrola, el cine, las revistas, los subterráneos— cambiaban el rostro de la agitada comunidad».[1]

La Norteamérica opulenta se vendió al mundo como el paradigma de las libertades, de las posibilidades de enriquecimiento y bienestar. Pero, en la medida en que los monopolios ampliaban su dominación, el grupo de los poderosos se fue haciendo cada vez más pequeño.

Woodrow Wilson escribió en 1913: «La situación se resume en los siguientes hechos: que un grupo comparativamente limitado de hombres controla las materias primas de este país, controla la fuerza hidráulica, controla en amplia medida los ferrocarriles (…) controlan los precios (…) Los amos del gobierno de los Estados Unidos son los capitalistas y manufactureros mancomunados».[2]

Las corporaciones crearon sus servicios de relaciones públicas, y supieron construir una imagen favorable de los dueños de EE. UU. a los ojos del público.

Los Astor, Vanderbilt, Gould, Carnegie y Rockefeller, despiadados explotadores, establecieron fundaciones e institutos con sus ilustres nombres y promocionaron su “generosidad” al repartir un ínfimo porcentaje de lo que arrebataban a los obreros, como mecenas de escritores y artistas o haciendo donaciones a instituciones de bien público.

En ese contexto, el cine de Hollywood se convirtió en una eficiente herramienta para «americanizar», o simplemente transmitir los valores del modo de vida estadounidense, divulgando los estereotipos esbozados por la psicología en sus prestigiosas universidades, hacia las culturas y formas de ser de las personas del resto de los países del mundo.

La formidable capacidad creadora y productora de Hollywood conquistó en todas partes la imaginación del gran público y sirvió de telón de fondo a las cañoneras y los marines. La poderosa industria del entretenimiento ocultó y encubre aún con éxito, la cruel vulgaridad con que aplican sus preceptos.

Dicen que Bernard Shaw, mientras contemplando en Nueva York la Estatua de la Libertad, exclamó: “¡Por lo visto esta gente rinde culto a un ilustre antepasado ya desconocido!”.[3]

La imagen real de una nación gobernada por una plutocracia retrógrada, explotadora, racista y egoísta como pocas, donde el emigrante, los negros y los indios eran sometidos a un trato terrible, fue matizada o cambiada totalmente por la radio, la prensa y, fundamentalmente, el cine.

Sin embargo, ese “mundo ideal” hoy parece venirse abajo sin remedio. A pesar de que conservan la hegemonía cultural, pierden terreno en casi todo lo demás. El equilibrio del mundo se inclina de Occidente a Oriente y el imperio parece haber perdido el fiel de la balanza.

La capacidad de mimesis que siempre les acompañó queda delegada al imperio de la fuerza, aquel del parto primigenio que les llevó al poder, cuando derrotaron a la decadente metrópoli española.


[1] Rafael San Martín. Biografía del Tío Sam. Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 2006, tomo II, p.42.

[2] Tomado de Rafael San Martín. Biografía del Tío Sam. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2006, tomo II, pp.61-62

[3] Rafael San Martín. Biografía del Tío Sam. Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 2006, tomo II, p. 48.

Autor: Raúl Antonio Capote

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