Estados Unidos versus China: manotazo de ahogado

Hay un consenso difuso pero real de que en la selección de su equipo de gobierno -secretarios, consejeros, asesores- Trump se ha permitido hacer algo que ningún jefe de Estado serio puede hacer: priorizar la fidelidad personal por encima de su capacidad técnica. No es casual entonces que el editorialista del New York Times, Thomas L. Friedman, los trate de «payasos» o «imbéciles». Foto: EFE
Por: Atilio Borón
12 de abril de 2025 Hora: 17:53
Se habla, y se hablará por mucho tiempo, de la “guerra de los aranceles” desatada por Donald Trump. Y se corre el riesgo que el tema se agote en lo comercial, en el balance de las importaciones y exportaciones de Estados Unidos y sus socios comerciales. Pero sería un grave error acotar la discusión a ese punto. La iniciativa del magnate neoyorquino es un manotazo de ahogado; una movida torpe, mal concebida que por su improvisación, avances y retrocesos no merece llamarse un “plan”.
Enumerar los groseros errores del anuncio de Trump y su incomprensible improvisación, expresión del capricho que preside todos los actos de este personaje, insumiría varias páginas. Señalemos apenas un par: entre los países penalizados con su política arancelaria, ahora puesta en suspenso por 90 días, se incluyen dos pequeñas islas volcánicas deshabitadas: Heard y McDonald, ubicadas en un sector de la Antártida reclamado por Australia. O que también haya resuelto “castigar” con una suba arancelaria a Australia, ¡país con el cual Washington tiene superávit comercial de 17.300 millones de dólares! Lo mismo ocurre con otros países, entre los cuales Emiratos, Bélgica, Panamá, o el Reino Unido.
¿Cómo explicar semejante estupidez? ¿Castigar con aranceles a economías con las cuales EE.UU. tiene un balance comercial favorable? La respuesta la ofreció este 10 de abril el habitualmente circunspecto editorialista del New York Times, Thomas L. Friedman, cuando a propósito de tan fenomenal muestra de improvisación e ineptitud inició su artículo diciendo que “si contratas payasos, deberías esperar un circo. Y, compatriotas estadounidenses, hemos contratado a un grupo de payasos. Piensen en lo que Trump; su principal imbécil, Howard Lutnick (el secretario de Comercio); su subdirector imbécil, Scott Bessent (el secretario del Tesoro); y su subdirector imbécil, Peter Navarro (el principal asesor comercial), nos han repetido repetidamente durante las últimas semanas … Trump no cederá en estos aranceles.”
Pero cedió, capituló ignominiosamente, y tuvo que tragarse sus bravuconadas. Y China se plantó con firmeza dispuesta a no dejarse atropellar por Estados Unidos, y le sobran municiones como para hacerle pagar muy caro a ese país por las barrabasadas de su Presidente. Digamos, antes de seguir, que hay un consenso difuso pero real de que en la selección de su equipo de gobierno -secretarios, consejeros, asesores- Trump se ha permitido hacer algo que ningún jefe de Estado serio puede hacer: priorizar la fidelidad personal por encima de su capacidad técnica. No es casual entonces que Friedman los trate de “payasos” o “imbéciles”. Y es por eso que pueden proponer un tsunami de aranceles sin ton ni son, ignorando, por ejemplo, que para construir un iPhone se necesitan partes, diseños y componentes aportados por 43 países, como hace años lo demostró un estudio hecho para la cadena estadounidense CNBC.
Pero supongamos que Trump insista en su política de llamar a las empresas estadounidenses para que regresen a casa. ¿Puede el país reemplazar a China en su rol de taller industrial del planeta, como en el siglo XIX lo fuera el Reino Unido? Según cifras de los últimos años, China es responsable del 31.6 por ciento de la producción manufacturera mundial, seguida por EE.UU. con 16 por ciento, y Japón y Alemania con el 5 por ciento cada una. Además, si se tiene en cuenta que solo el 14.1 por ciento de las exportaciones chinas se dirigen a Estados Unidos mientras que el 85.9 por ciento restante van a todo el mundo, es obvio que las fanfarronadas de Trump y sus muchachos difícilmente puedan dañar a la economía china cuando casi la mitad de sus exportaciones se dirige a los países asiáticos.
El mundo ha cambiado mucho, y en Washington todavía no se han dado cuenta de ello. La multipolaridad política reposa sobre un sólido policentrismo económico. La globalización neoliberal y el Consenso de Washington no solo empobrecieron a Estados Unidos -algo que en fechas recientes ha sido denunciado por el senador por Vermont, Bernie Sanders- sino que también desindustrializaron su economía. Se calcula que desde los años 80 del siglo pasado ese país fue testigo de la desaparición de unas 90.000 empresas industriales. Si en 1950 la industria manufacturera representaba un cuarto del PIB estadounidense, en la actualidad no llega siquiera al 10 por ciento. Y su fuerza de trabajo fabril, que a mediados del siglo pasado se empinaba por encima del 30 por ciento del total, en el 2020 apenas llegaba a un 8 por ciento.
Es decir, para lograr que Estados Unidos se convierta en una potencia industrial se requieren empresas, que no están; capitales, que fueron premeditadamente desviados hacia la especulación financiera y no a la producción, inversamente a lo ocurrido en China; y una mano de obra calificada, que no existe en números suficientes en Estados Unidos. Téngase en cuenta que en el año 2000 ese país y China graduaban un número aproximadamente igual de estudiantes en ingeniería y en computación: una cifra cercana a los 200.000. Pero en 2020 China graduó a 1.380.000 mientras que Estados Unidos sigue estancado en la misma cifra de hace veinte años atrás: 197.000. Contrariamente a lo que dice Trump y su inepto y reaccionario círculo de asesores, no es que “China le roba la tecnología a Estados Unidos” sino que en el gigante asiático maduró un proyecto de más de cuarenta años de fuerte inversión en formación científica y tecnológica, al revés de lo que se está haciendo ahora en Argentina.
Un último dato, aportado por el atribulado Thomas L. Friedman en un reciente viaje a China: ese país, escribió, “cuenta con 39 universidades con programas para formar ingenieros e investigadores en la industria de las tierras raras. Las universidades de Estados Unidos y Europa, en su mayoría, solo han ofrecido cursos ocasionales”. Y las tierras raras, materiales cada vez más estratégicos para la informática actual y, especialmente, en sus aplicaciones militares, tienen sus mayores depósitos precisamente en China.
Para concluir: en el desesperado intento de restaurar un sistema internacional que ya ha cambiado definitivamente con la sólida conformación de un mundo multipolar, las estrategias actuales de Washington solo servirán para reforzar aún más la creciente interrelación entre los países del Sur Global. El mundo se ha “des-occidentalizado”, como precozmente lo advirtiera Emmanuel Todd, y Estados Unidos pugna por revertir la marcha de la historia apelando a la fuerza y tensando la cuerda con China, a quien acusan de querer ser el nuevo hegemón mundial. Quienes divulgan esas tonterías todavía no cayeron en la cuenta de que ya estamos en un escenario post-hegemónico. China ya es una gran potencia económica, igual o superior a Estados Unidos y su eficaz diplomacia está enriquecida por una práctica milenaria; está fortaleciendo su inversión en defensa, porque sabe que Washington está preparando un ataque, pero no está en los planes de su lúcida dirigencia reemplazar a Estados Unidos en el papel que este jugara desde fines de la Segunda Guerra Mundial. Saben que eso es imposible además de indeseable.
Para sostener el imperio y atenuar el ritmo de su declinación, ahora Trump ha enviado al Congreso un presupuesto militar que por primera vez traspasa la barrera del billón de dólares, es decir, de un millón de millones de dólares, necesarios para sostener casi 200.000 efectivos militares en más de 800 bases dispersas por todo el planeta y que les han servido de nada para evitar que el sistema internacional se haya reconfigurado en clave multipolar. Dinero que en nada servirá para mejorar la competitividad de su economía, pero enriquecerá a los magnates que hoy pululan por la Casa Blanca.
Pocos en Estados Unidos han caído en la cuenta del trascendental cambio producido en el tablero geopolítico mundial, para usar la feliz expresión de Zbigniew Brzezinski; y ninguno en el actual Gobierno argentino, por eso nuestros gobernantes apuestan a ser una dócil colonia de la potencia en decadencia en lugar de, junto con otros países de la región, ocupar un lugar más productivo en ese nuevo mundo que ha nacido. Por eso, en un gesto que habla de una mediocridad en línea con la que Thomas L. Friedman percibiera en el entorno de Trump, aquí el Gobierno de Javier Milei desechó la invitación que le fuera hecha a la Argentina -a nuestro país, no a su Gobierno- de ingresar a los BRICS, una coalición que ya tiene un peso económico significativamente mayor que el G-7. Pagaremos muy caro semejante desplante.
Autor: Atilio Borón
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