Los Documentos de Santa Fe y el perfil religioso de la América Latina

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Foto: Gabriel Castilho / Tomada de Cubadebate


Por: Frei Betto

20 de abril de 2025 Hora: 07:58

La América Latina experimentó profundas transformaciones en las dos últimas décadas del siglo XX. Uno de los fenómenos más notables fue el significativo crecimiento de las Iglesias evangélicas, especialmente las de orientación pentecostal y neopentecostal. Aunque diversos factores internos –crisis sociales, vaciamiento de la Iglesia Católica y la búsqueda de experiencias religiosas más personales— contribuyeron con ese proceso, también tuvo influencias externas, políticas y estratégicas que desempeñaron un papel crucial.

En ese sentido se destacan los Documentos de Santa Fe I (1980) y Santa Fe II (1988), producidos por sectores conservadores de la política y los servicios de inteligencia de los Estados Unidos, con el objetivo de orientar la política exterior del país con respecto a la América Latina durante la Guerra Fría. Esos documentos fueron elaborados en reuniones celebradas en la ciudad de Santa Fe, Nuevo México (EE.UU.) y no solo contienen una crítica contundente a la Teología de la Liberación, sino también una propuesta de acciones prácticas que terminaron fortaleciendo los movimientos evangélicos en la región.

  • Los documentos pueden encontrarse aquí.

En mayo de 1980 el gobierno de los Estados Unidos, entonces presidido por Jimmy Carter, emitió el Documento de Santa Fe I, con el título de Una nueva política interamericana para los años ochenta. Y durante el gobierno de Ronald Reagan se publicó el Documento de Santa Fe II, titulado Una estrategia para la América Latina en los años noventa.

Los signatarios de los dos documentos afirman que “el régimen democrático es aquel en el que el gobierno tiene la responsabilidad de preservar la sociedad vigente de ataques externos o de la intromisión permanente del aparato estatal”. O sea, reducir al máximo la intervención del Estado en la economía. En la práctica, privatizar, privatizar, privatizar. Lo que el capitalismo intenta esconder es que la mayoría de las privatizaciones se financia con dinero público.

En el contexto de la Guerra Fría, los documentos alertaban sobre la “ofensiva cultural marxista”, al afirmar que “para los teóricos marxistas, el método más prometedor para crear un régimen estatista en un ambiente democrático consiste en la conquista de la cultura de la nación. De acuerdo con ese modelo, todos los movimientos marxistas en la América Latina han estado encabezados por intelectuales y estudiantes, y no por trabajadores”.

Eso explica el horror que siente la derecha por los intelectuales y los científicos. Prefiere a las personas analfabetas o semianalfabetas, más fáciles de manipular.

El Documento de Santa Fe II señala que, en ese contexto, “la Teología de la Liberación debe entenderse como una doctrina política disfrazada de creencia religiosa con un significado antipapal y contraria a la libre empresa, cuyo propósito es debilitar la independencia de la sociedad”.

En esa época, el papa era Juan Pablo II, un polaco anticomunista, aliado de Reagan. Hoy, sin dudas, no aparecería lo del “significado antipapal”, ya que al papa Francisco hasta algunos obispos estadounidenses lo consideran “comunista”.

Durante la Guerra Fría los Estados Unidos veían a la América Latina como una región estratégica para la contención de la expansión del socialismo. Después de la Revolución Cubana en 1959 aumentó el temor de que otros países latinoamericanos siguieran el mismo camino e instauraran regímenes socialistas. El auge de la Teología de la Liberación en las décadas de 1960 y 1970 –un movimiento al interior del catolicismo que combina la fe cristiana con análisis marxistas de la sociedad y defiende la lucha contra la opresión y la injusticia social— comenzó a ser visto con una creciente preocupación por sectores conservadores de los Estados Unidos, tanto del gobierno como de think tanks y sectores religiosos.

El primer documento, conocido como Santa Fe I, fue elaborado en 1980 por un grupo de asesores conservadores de política exterior vinculados a Ronald Reagan. Su objetivo era brindar directrices para la actuación norteamericana en la América Latina ante el avance del marxismo y de movimientos revolucionarios. El texto contiene una crítica directa a la Teología de la liberación, a la que califica de herramienta ideológica del marxismo infiltrada en la Iglesia Católica. Los autores alegaban que sacerdotes y obispos progresistas, inspirados en esa teología, incentivaban la lucha de clases, la desobediencia civil y la revolución armada.

El documento defiende la necesidad de contener esas influencias ideológicas mediante una “reorientación cultural” que incluya un incentivo a formas alternativas del cristianismo. Aunque el texto no menciona explícitamente el apoyo a Iglesias evangélicas, la lógica subyacente es clara: era neesario promover formas de  religiosidad anticomunistas, individualistas, “apolíticas” y alineadas con los valores del “mundo libre” capitalista. Las Iglesias evangélicas pentecostales se ajustaban perfectamente a ese perfil., dado que enfatizan la salvación personal, la prosperidad individual, la autoridad bíblica y el rechazo a ideologías políticas consideradas subversivas.

Santa Fe II, publicado en 1988, en pleno gobierno Reagan, reafirma y profundiza esas directrices. El nuevo documento vuelve a criticar la Teología de la Liberación, calificándola de amenaza a la estabilidad política y a la influencia de los Estados Unidos en la América Latina. Además, alerta sobre el papel de las universidades católicas, las ONG y otras instituciones vinculadas a la Iglesia en la difusión de ideas “marxistas”. La solución propuesta sigue en la misma línea: debilitar la influencia de esas corrientes mediante un reforzamiento de la “guerra cultural”, promoviendo valores tradicionales, religiosos y proccidentales.

Aunque los Documentos de Santa Fe no defienden explícitamente el financiamiento o la implantación de Iglesias evangélicas, en la práctica esas directrices las interpretan y operacionalizan diversas agencias y grupos de acción directa. Misiones evangélicas norteamericanas como el Instituto Lingüístico de Verano (Summer Institute of Linguistics) y organizaciones pentecostales como las Asambleas de Dios recibieron incentivos directos e indirectos para expandir su actividad en la América Latina, especialmente en regiones indígenas y pobres, tradicionalmente abandonadas por la Iglesia Católica.

El apoyo incluía desde exenciones fiscales y visas para los misioneros hasta financiamientos por parte de fundaciones conservadoras estadounidenses. Esas Iglesias y misiones eran consideradas aliadas ideológicas, porque promovían valores como la disciplina, la obediencia, la moral conservadora y el anticomunismo. Y su penetración en comunidades carenciales contribuía a desmovilizar a movimientos de base influenciados por la Teología de la Liberación, al desviar el centro de la lucha política hacia cuestiones espirituales e individuales.

La estrategia delineada en los documentos de Santa Fe demostró ser eficaz a mediano y largo plazos. A partir de la década de 1980, diversos factores contribuyeron al debilitamiento de la Teología de la Liberación: la represión de regímenes autoritarios, la censura del Vaticano bajo el pontificado de Juan Pablo II y el ascenso de líderes eclesiásticos conservadores en varias diócesis. La presión estadounidense, tanto directa como indirecta, también desempeñó un papel importante. Al mismo tiempo, el crecimiento exponencial de las Iglesias evangélicas transformó el panorama religioso latinoamericano.

El discurso de esas Iglesias, centrado en la experiencia personal de conversión, la promesa de prosperidad y el rechazo a las ideologías políticas, contrasta con la propuesta de transformación estructural de la Teología de la Liberación. Muchos fieles encontraron en ellas una alternativa más inmediata y emocional a sus angustias, a la vez que se apartaban de los discursos de lucha de clases y movilización política.

El impacto de los Documentos de Santa Fe y de la estrategia que inspiraron sigue siendo eficaz. La América Latina, que hasta mediados del siglo XX era mayoritariamente católica, pasó a tener una presencia evangélica cada vez más fuerte. Muchos países asistieron al ascenso de líderes políticos vinculados a Iglesias evangélicas, que expresaban una visión del mundo fuertemente conservadora y alienada con los valores tradicionales.

Además, la declinación de la Teología de la Liberación le abrió espacio a una nueva configuración religiosa y política, marcada por una menor presencia de las Comunidades Eclesiales de Base y un mayor protagonismo de Iglesias con discursos centrados en la prosperidad, el combate a los “enemigos espirituales” y la negación de la política como instrumento de transformación social.

Los Documentos de Santa Fe I y II son más que simples informes de análisis político. Son instrumentos estratégicos que ayudaron a amoldar el panorama religioso e ideológico de la América Latina en las últimas décadas del siglo XX e inicios del XXI. Al identificar a la Teología de la Liberación como enemiga y defender una reorientación cultural en la región, contribuyeron directamente al auge de las Iglesias evangélicas como alternativa ideológica y espiritual.

Aunque no fueron la única causa de ese fenómeno, desempeñaron un papel decisivo al reunir intereses geopolíticos, religiosos y culturales en un frente común contra lo que se percibía como la “amenaza del marxismo teológico”. El resultado fue una profunda transformación del tejido religioso latinoamericano, cuyos efectos siguen reverberando hasta hoy.

Autor: Frei Betto

Fuente: Cubadebate

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