Resultado para la oposición extremista: Líderes y militancia se culpan e insultan entre sí
Ni se colmaron las calles ni los pocos asistentes estaban en la onda de morirse por María Corina o por Edmundo. Fuente: Misión Verdad
Por: Clodovaldo Hernández
12 de enero de 2025 Hora: 09:28
Es feo ufanarse de los aciertos que uno tiene como comentarista político, pero de vez en cuando hay que hacerlo, por aquello de que cada pulpero alaba su queso. Así que tengo que decir, con mucha satisfacción, que mi vaticinio de la semana pasada se cumplió al pie de la letra: iban a ser unos días de pronósticos-deseo estrellándose contra la cruda realidad; y días de pérfidos pseudoacontecimientos que tratarían de imponerse como verdades.
“En efecto, dicho y hecho / Pegó los huevos del techo”, cantaba Simón Díaz en una ocurrente canción humorística, perdida en lo profundo de su muy florido repertorio. La semanita que se nos va fue así: los pronósticos-deseos guiaron a la dirigencia extremista y a parte de la militancia de la oposición, que quiso creer en que “esto se acabó” y terminó en una tempranera frustración de año nuevo. Una más en una larga historia de desengaños y decepciones.
Bueno, aclaremos, tampoco esta “adivinación” que hice es un logro como para ponerse a tirar cohetes. No hay que tener virtudes de clarividencia para anticipar los hechos relativos a nuestra oposición —es nuestra, nadie puede quitárnosla—, pues este sector político es más predecible que el final de una película de vaqueros. Y como siempre repite los procedimientos y las triquiñuelas, es mucha la posibilidad de que los resultados también se repitan.
Debemos aclarar que el pronóstico-deseo de la dirigencia era uno; y el de la militancia, otro, aunque tuviesen un final parecido. La dirigencia pronosticaba (y, en realidad, deseaba) que la militancia colmara las calles como en aquellos años de principios de siglo. Y también deseaba que esa gente saliera dispuesta a todo, incluso a dejar el pellejo en el trayecto, y que buena parte de ella se presentara armada, como lo recomendaba el pran mayamero, Iván Simonovis. Pero nada de eso ocurrió. Ni se colmaron las calles ni los pocos asistentes estaban en la onda de morirse por María Corina o por Edmundo. Por ello, en sus rincones secretos, los líderes se quejaron de la cobardía y la falta de arrojo de las masas, a las que calificaron como gente pusilánime y medrosa [Bueno, en realidad usaron unas palabras más chabacanas, pero no tengo yo por qué reproducirlas en mi texto].
Mientras tanto, el pronóstico-deseo de muchos militantes era que el trabajo rudo de caerse a plomo y tomar el poder a sangre y fuego lo hicieran los gringos, que son expertos en eso, ya sea con sus marines o con los sicarios y mercenarios contratados por empresas made in USA especializadas en matazón de gente. Pronosticaban (y, sobre todo, deseaban) que llegaran las referidas fuerzas, capturaran o asesinaran al presidente Maduro y a todo el alto mando político y militar y pusieran en la silla (con sumo cuidado, como corresponde a la carga frágil) a González Urrutia, quien de inmediato nombraría vicepresidenta a Machado y se iría a su pent-house a regar las matas y alimentar a las guacamayas. Ya con la oligarca en el poder, empezarían a rodar cabezas a diestra y siniestra (sobre todo a siniestra) hasta que el chavismo estuviese erradicado, cual mala yerba.
Pero, como tampoco nada de eso ocurrió, quienes abrigaban esos anhelos tan humanísticos y misericordiosos, cayeron en las garras de la depresión y el desconsuelo o bien les dio por despotricar de unos líderes tan incapaces y caricaturescos [tampoco fueron esas las expresiones utilizadas, ya ustedes lo saben porque, de seguro, también las escucharon… ¡o las dijeron!].
En resumen, la dirigencia terminó culpando y maldiciendo a la militancia y a la visconversa: un resultado nada alentador para empezar el año.
El final compartido de los pronósticos-deseo de dirigencia y militancia era que, de una forma u otra, se iba a impedir la juramentación del presidente reelecto, Nicolás Maduro, ante la Asamblea Nacional; y que se iba a lograr, también de alguna manera, que el juramentado fuera González Urrutia. Pero si no llegaron a tiempo los marines ni los asesinos a sueldo; si no se llenaron las calles de manifestantes antichavistas furibundos, ¿cómo iban a impedir que asumiera Maduro? ¿Cómo iban a conseguir que asumiera González Urrutia? El pronóstico, que no era tal, sino un deseo, quedó chocado y abandonado a la vera del camino, y sus ocupantes están en el hospital, algunos en condición de pronóstico reservado.
Los pseudoacontecimientos no cuajaron
La falla de origen de los pronósticos-deseo de los dirigentes les obligó a dejar a un lado el pseudoacontecimiento que habían planificado, su plan A. ¿Cuál era éste? Pues, el mismo de siempre (por eso es fácil profetizar sus acciones, insisto): llevar a su propia gente a una situación de confrontación con la masa chavista o con los cuerpos de seguridad del Estado, momento en el cual los seguidores de las instrucciones del pran Simonovis harían su tarea de derramar suficiente sangre como para justificar una intervención “humanitaria” internacional o bien, un levantamiento militar, sueños húmedos de la derecha, desde que perdió el poder, en 1998.
Como el puchito de asistentes no era suficiente para montar un pseudoacontecimiento de esa dimensión apocalíptica, optaron por el plan B, a cargo de la histriónica lideresa principal, la señora Machado, quien —dicho sea de paso— ese día debió haber tenido la más apoteósica de las reapariciones en las calles, otro pronóstico-deseo que se desinfló por completo.
Luego de dar uno de sus discursos estridentes e intrascendentes que la caracterizan, ante unos cientos de personas (la cifra estimada la expuso el mismísimo Donald Trump, en un post de X), se dispuso a volver a su concha de valiente comandanta en la clandestinidad cuando (aquí comienza la parte cumbre del pseudoacontecimiento) fue perseguida por los esbirros del rrrégimen, tiroteadas y derribadas las unidades de su “caravana” de motos, herido un conductor y secuestrada y desparecida ella.
De inmediato detonó el explosivo que debe contener todo pseudoacontecimiento: el apoyo de medios, periodistas, comunicadores e influenciadores dispuestos a difundir una fake news con máximo dramatismo y cero ética profesional o personal.
En este punto se notó claramente que cada factor de la operación de bandera falsa sabía lo que tenía que hacer en un plan B como ese. Fue evidente en el uso de palabras como secuestro (en lugar de captura), desaparición (cuando sólo habían pasado minutos del supuesto hecho), tiroteo, heridos, etcétera.
Los difusores de la especie llegaron al extremo surrealista de usar la frase “confirmado extraoficialmente” para darle algo de crédito al presunto evento. En un lugar donde, según los mismos comunicadores, había miles de personas, es decir, miles de celulares; y una gran cantidad de camarógrafos y fotógrafos profesionales, ninguno pudo captar, ni siquiera con algo de desenfoque, el hecho en sí o alguna de sus consecuencias, como por ejemplo, la caída de los motorizados o los primeros auxilios al que, según el cuento, había sido baleado.
Y aquí surge una reflexión muy pertinente para quienes abrazamos hace muchos años el oficio del periodismo y sabemos la diferencia que debería existir entre un comunicador profesional y un ciudadano con un teléfono y una cuenta en redes sociales. Porque la verdad sea dicha: quienes se portaron más irresponsablemente en este caso (y no es el primero ni será el último) fueron los que tienen el diploma enmarcado en alguna pared de su casa.
Esto tiene un correlato corporativo porque la noticia falsa, sin la más simple verificación, fue difundida por los medios de comunicación más prominentes de América y Europa, una conducta que, casi con toda seguridad, no fue producto de una ligereza, sino de la complicidad de estos diarios, radioemisoras, televisoras y portales con el plan macabro del pseudoacontecimiento en marcha.
De nuevo, no es una conducta nueva en estos medios, entre los cuales están muchos que nunca han servido para nada bueno, pero también otros que alguna vez fueron prestigiosos paradigmas de la buena praxis periodística. ¡Qué lástima!, o, como decía mi mamá, “qué desgracia de pueblo, cuando hasta el cura es loco”.
Es obvio que el propósito concertado era generar un clima de indignación entre los seguidores de Machado que, finalmente, los llevara a salir en masa a las calles y, eventualmente, a repetir situaciones de violencia que tan terribles saldos dejaron en otros tiempos. Es decir, que el plan B condujera al plan A. El falso secuestro también podría haber servido de excusa para que los marines o los otros matones ingresaran al país a rescatar a la doncella Machado, al soldado Ryan y, de paso, al gendarme Gallo.
La mentirosa versión, difundida ya por los infames medios y comunicadores, fue lanzada por la cuenta del Comando por Venezuela, es decir, una fuente directa del maricorinismo, por tanto oficial (aunque muy poco confiable para un periodista que no estuviera en la movida). Para colmo, la mentira fue, además, replicada por una gran variedad de presidentes y expresidentes latinoamericanos.
[Por cierto, todos ellos, incluso los “de izquierda”, utilizan la fórmula de exigir la liberación inmediata e incondicional de la persona supuestamente detenida, sin tener ni la más mínima idea de lo ocurrido. Es la manera de abonar la matriz según la cual el Estado de Venezuela es fallido y, por eso, no tiene derecho a aplicar la ley en su territorio. Es lo que por estos lados llamamos “mear fuera del perol”. Pero ese es otro tema].
En fin, lo cierto es que un hecho que nunca ocurrió pudo haber detonado una ola de disturbios, una guerra civil o un “bombardeo humanitario”, lo que demuestra que estos pseudoacontecimientos no son una inocente jugada política, sino un grave delito que a otros países les ha costado su destrucción física y el genocidio de sus pueblos.
Giro de realismo cómico
En este punto, el pseudoacontecimiento del “secuestro” de Machado dio un giro hacia el realismo mágico, o quizá sea más preciso decir que de realismo cómico, cuando la señora apareció en las redes, en un video grabado en una locación con cierto matiz bucólico, en el que ella, encapuchada y con un tono de mamita-fashion, desmentía a su propio comando y decía que no había sido detenida, daba a entender que había eludido astutamente a sus perseguidores, aunque con la desdichada pérdida de su carterita azul.
El desmentido de un pseudoacontecimiento como este no podía pasar sin dejar mal parados a los integrantes del batallón de pintores que se habían apresurado a decorarlo con espeluznantes colores. Todos quedaron colgando de la brocha. Entre los descolocados estuvieron las figuras, figurines y figurantes de la derecha (y algunos de la “izquierda”) latinoamericana que ya se habían lanzado con la cantaleta de la liberación incondicional. También, por supuesto, la pandilla de periodistas e influenciadores que habían sacudido a sus audiencias con la noticia falsa.
Fue penoso ver cómo algunos de esos comunicadores intentaron buscarle y rebuscarle explicaciones a la extraña “aparición” de Machado (quien, al parecer, se ha tomado en serio eso de la Sayona). Se atrevieron a lanzar hipótesis como que el video era falso, hecho con IA, que detrás del camarógrafo había un malvado agente de la dictadura apuntándola con un fusil AK o que la habían drogado, porque esa vocecita tierna y esa preocupación por la cartera perdida no cuadraban para nada con quien pretende ser una imitación de la Dama de Hierro o de la Mujer Maravilla.
El desenlace del pseudoacontecimiento tuvo el efecto de golpe de gracia para la militancia y el resto de la dirigencia opositora, que ya venía espichada por la ausencia de los marines o de los otros matones y por la escasa asistencia a las movilizaciones. Ese día, el jueves 09, sólo les quedó la opción de poner sus esperanzas en el otro propósito-deseo: que el viernes arribaría al país González Urrutia, acompañado por una cáfila de expresidentes latinoamericanos (corruptos, ineptos y hasta un pedófilo, pero eso no importaba tanto) y sería juramentado no se sabe por quién (eso tampoco importaba), en lugar de Maduro.
O sea, que el propósito-deseo estaba centrado en otro pseudoacontecimiento y se estrelló contra la realidad de los cinco poderes públicos venezolanos funcionando armónicamente en un acto realizado con la solemnidad que amerita y en un Palacio Federal Legislativo rodeado de pueblo.
Ese otro esperado pseudoacontecimiento (la juramentación falsa) no llegó a ocurrir. González Urrutia y sus compinches de dudosa catadura moral no volaron a Venezuela, su avión no fue interceptado por unos Sukoi artillados ni se desató la guerra aérea sobre el mar Caribe. En la tarde, la señora que no fue secuestrada apareció —sin cartera— asegurando que la dictadura está boqueando, contra las cuerdas, a punto de caer y que Edmundo vendrá pronto y, entonces, seremos libres y felices. ¿Qué alguien me diga si no son predecibles?
Autor: Clodovaldo Hernández
Fuente: Laiguana.tv
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