Sosa, nos hablan de un dios…

Sosa es un santiaguero de pura cepa, por su manera de ser… abierto, sincero -sin darte vueltas y tajante- el trovador directamente heredero de la “vieja” trova del Oriente. De gran cultura, podía estar horas disertando sobre diversas aristas de la historia o cultura cubanas sin que decayese la atención. Foto: Radio Habana Cuba
Por: Fidel Díaz Castro
12 de febrero de 2025 Hora: 10:07
Madrugada de este 12 de febrero de 2025: acaba de partir Sosa. Otra madrugada, otro 12 de febrero, en 2014, partió Santiaguito. Las madrugadas son para trovar, no para morir.
Ni Santiago Feliú ni Eduardo Sosa se han ido a otra parte que no sea a nosotros mismos. Los medios sacarán el duelo, se inundarán las redes; nos toca que no sean noticia, que sus esencias que están en un puñado de recuerdos, pero sobre todo en sus canciones, sean réplicas incesantes y crecientes de cataclismos. No por ellos, no solo por ellos, sino por todos; porque esas canciones son necesarias para afincarse a la tierra, para hacer el amor como un acto poético, para vivir creciendo. Santi y Sosa no van a morir, podemos morir nosotros si nos dejamos vivir sin ellos.
Cuando pasa esa dura de saber que se ha ido un viejo amigo, uno busca la punta de esa amistad. No puedo precisar, pero las primeras historias son de los 90. Sosa y Ernesto eran Postrova, y Palomino -el rey de las charlas- su representante. Sacamos una entrevista en la revista Somos Jóvenes, rodamos habanas cuando vinieron como los Matamoros desde el Oriente, me hicieron bromas antindustrialistas tras aquel play off en que la Aplanadora Santiaguera nos aplastó en el juego 7. Rodamos “cafetines” descargando.
Sosa es un santiaguero de pura cepa, por su manera de ser… abierto, sincero -sin darte vueltas y tajante- el trovador directamente heredero de la “vieja” trova del Oriente. De gran cultura, podía estar horas disertando sobre diversas aristas de la historia o cultura cubanas sin que decayese la atención. Y de la trova, y de Santiago… para qué. Analítico agudo de la situación del país, por el que siempre andaba entregado y ocupado; martiano, fidelista.
Tengo además ese gozo supremo de tener grabada su versión de “Te vi pasar”, en el disco La voz del Diablo Ilustrado, con un sabor trovadoresco sublime, todo nostálgica ternura. Es una canción que compuse inspirado en Ernesto Rancaño, un día en su estudio observándolo pintar, crear y musitando el amor.
Te vi pasar como algo que no fue
como si no dejaras nada atrás,
pero nadie está libre de su ayer:
somos lo que hemos sido en los demás.
En el 2003, en ocasión del 150 aniversario del natalicio de José Martí, la Asociación Hermanos Saíz convocó a trovadores para hacer un disco con textos musicalizados del Maestro. Asistía a casi todas las sesiones de grabaciones imantados por los misterios de un estudio. El productor era Emilio Vega. Yo estaba escribiendo los textos para el libro Confesiones El Diablo Ilustrado y un capítulo serían las impresiones de esas noches madrugadas en los legendarios Estudios de la EGREM de San Miguel.
Mi recuerdo cardinal de Eduardo Sosa es el momento de verlo grabar “Texto a Martí”, obra realmente estremecedora. Aquí un fragmento de ese capítulo, en brindis por la eternidad de mi compay… por esta vez no digo Industriales (como siempre que nos veíamos), sino Santiago campeón.
En brindis por la eternidad de mi compay (fragmento)
Hasta ese momento todo parecía un juego creativo, una mecánica divertida, que daría un buen disco gracias a -como suele decirse en el mercado discográfico- las habilidades de músicos competentes. En ese preciso instante, sentí que Emilio le daba un punto de giro a lo que hacía y me develaría el trasfondo dramático: la prueba de que no estaba asumiendo un trabajo más y que, detrás del entusiasmo contagiante, estaba el creador debatiéndose entre la duda y la esperanza de todo el que aspira a tocar las nubes (o, a los seres humanos, desde un concepto de arte osado). Se quedó pensativo, reposado en su taburete, con las manos detrás de la nuca, como respirando la atmósfera para que el olfato le dijera si era el momento. Se echó hacia adelante, dio un resoplido, una fuerte palmada y: —¡Vamos a meterle!
Como ante una alarma de combate, todos salieron corriendo: Alejandro colocó nuevamente el micrófono y los paneles acústicos (ya había recogido los bates), El Crema montó la cinta y Sosa entró al set pidiendo una silla:
—Voy a ponerla sentado; por vez primera, quiero hacerlo como cuando tengo la guitarra entre las piernas.
Se dio un trago y pidió repasar tres veces para ir calentando la voz: —Vamos, esta es la que vale.
Vierte, corazón tu pena
Donde no se llegue a ver.
Por soberbia, y por no ser
Motivo de pena ajena.
Aquella confesión brotaba como una brisa con acento de mar, como un amigo que nos tira el brazo por el hombro invitándonos a la dicha de entregarnos abiertamente, en la más plena pureza. El silencio en la cabina se ensanchaba. Solo las miradas, intercambiadas fugazmente, hablaban de una cofradía espiritual.
Yo te quiero, verso amigo,
Porque cuando siento el pecho
Ya muy cargado y deshecho,
Parto la carga contigo.
Ahora arrullaba dialogando con el verso sujeto. Empezaba a flotar un tremendismo como de padre que mece a la única huella que dejará sobre la tierra. La música pasaba a un segundo aire, como una ola que abandona su niñez. El bombo marcaba un nuevo peldaño hacia la intensidad.
Tú, porque yo pueda en calma
Amar y hacer bien, consientes
En enturbiar tus corrientes
Con cuanto me agobia el alma.
Como en la socorrida secuencia del cine hollywoodense, nos fuimos parando todos -hasta el propio grabador-, y acercándonos a Emilio como para apoyarlo, para reafirmarle: “estamos contigo”, mientras él estiraba los brazos hacia sus lados pidiendo desde el gesto que no se moviera nadie.
Mi vida así se encamina
Al cielo limpia y serena,
Y tú me cargas mi pena
Con tu paciencia divina.
Sosa saltaba en su silla, sacaba ahora un torrente de voz que se elevaba endemoniado: desgarramiento puro, como poseído por el sufrimiento del Poeta. Si había algún fallo, se podía perfectamente parar y empezar de arriba o editar; pero había un pavor generalizado ante la posibilidad de que la voz se quebrara, surgiera un ruido o se le escapara una palabra; un misterio sin lógica aparente nos situaba al borde de un abismo: como si fuese imprescindible que aquel joven cerrara ese tema abofeteando todo imposible, como si fuese de vida o muerte un remate ciclónico; como si se librara en su voz un combate total contra las tinieblas del arte, de la historia, de la vida. Vino el respiro de un fraseo y la arremetida final donde la utopía que habíamos puesto en el disco entraba al sendero de otra más abarcadora: la de todos los pobres de esta tierra:
¡Verso, nos hablan de un Dios
Adonde van los difuntos:
Verso, o nos condenan juntos,
O nos salvamos los dos!
Hubo aplausos y abrazos. Sardiñas, a mi lado, se llevó las manos a la cabeza y sintetizó con un seco: “¡Coñó!” Yo tuve un nudo en la garganta hasta que abracé a Sosa: “¡Así se canta, cojones!” Emilio se había apartado hacia un rincón: aquel mulato ambientoso, alto y fuerte como una muralla, había sacado su pañuelo y no quería que lo vieran secándose el rostro. Pero era el padre de la criatura y se vio sorprendido por todos; él, que no hacía concesiones ante nada ni nadie, se vio obligado a hacerla ante su machismo. No obstante, trató de suavizar: —Este cabrón me ha hecho llorar.
Autor: Fidel Díaz Castro
teleSUR no se hace responsable de las opiniones emitidas en esta sección.