Vargas Llosa y los cuervos de la reacción. Notas desde la Casa de las Américas

Vargas Llosa fue, pese a su fracasada candidatura presidencial, un animal político que eligió asumir la condición de intelectual orgánico de la reacción y fue arropado por ella. Golpeó sin piedad con el martillo de la «libertad» y la «democracia» a cualquier disidente del orden liberal, y modificó a su antojo la doctrina cuando el voto lo abandonaba, al advertir que lo importante era «votar bien». Foto: EFE / Archivo
Por: Casa de las Américas
16 de abril de 2025 Hora: 20:58
Al final de Historia de Mayta, novela sobre el fracaso y el sinsentido de la Revolución, Mario Vargas Llosa imagina un Perú invadido por tropas cubanas (y bolivianas) que obligan al Gobierno militar de su país a pedir una intervención de los marines estadunidenses. Más que una fábula sobre la historia, esa anécdota parece una radiografía de la deriva ideológica de un autor que nos fuera tan cercano durante años particularmente intensos.
Ahora que se disipan las reacciones inmediatas provocadas por su muerte, la Casa de las Américas se siente en el deber de recordar que su relación con Vargas Llosa transitó de la amistad y la admiración profundas, e incluso de las discrepancias propias del debate franco y respetuoso, a una repentina y estentórea ruptura que la fundadora de la Casa y heroína revolucionaria Haydee Santamaría denunciara en una sobrecogedora e inolvidable carta: «Usted no ha tenido la menor vacilación de sumar su voz –una voz que nosotros contribuimos a que fuera escuchada– al coro de los más feroces enemigos de la Revolución Cubana».
A partir de entonces el revolucionario de la literatura fue asumiendo posiciones cada vez más retrógradas. Demostró que se podía escribir La ciudad y los perros, La casa verde, Conversación en La Catedral y La guerra del fin del mundo, por ejemplo, a la vez que alinearse entusiasmado a las peores causas; que valía la pena alejarse de Cuba para abrazar a Israel; que resultaba imperativo abandonar las ideas socialistas por las neoliberales; que denunciar atropellos y crímenes del imperialismo, el colonialismo y las dictaduras en las novelas no estaba reñido con la devoción por Margaret Thatcher, o el apoyo a personajes como Uribe y Katz, Bolsonaro y Milei, Keiko Fujimori y lo más rancio de la política española; que la lucidez intelectual no era obstáculo para aceptar un marquesado y la aparición en las portadas de ¡Hola!
No se trató en su caso de un conservador errático como Borges, cuyas opiniones políticas, con frecuencia disparatadas y hasta deshonrosas, son apenas anécdotas en la trayectoria del escritor. Vargas Llosa fue, pese a su fracasada candidatura presidencial, un animal político que eligió asumir la condición de intelectual orgánico de la reacción y fue arropado por ella. Golpeó sin piedad con el martillo de la «libertad» y la «democracia» a cualquier disidente del orden liberal, y modificó a su antojo la doctrina cuando el voto lo abandonaba, al advertir que lo importante era «votar bien».
Nadie podrá privarnos del placer de continuar leyendo a Vargas Llosa, cuya excepcional novelística nos pertenece tanto como la obra de Vallejo o la de Arguedas (para ceñirnos a dos de sus más reconocidos compatriotas), pero tampoco puede nadie impedirnos reconocerlo como uno de los más influyentes ideólogos y paladines de la derecha internacional en el último medio siglo. Y que en el caso de la América Latina y el Caribe puso su talento y su prestigio a disposición de Gobiernos y políticas deleznables.
En un artículo que escribiera a propósito de Julio Cortázar, Vargas Llosa se alegraba de que el autor de Rayuela hubiera tenido «un entierro sobrio, sin las previsibles payasadas de los cuervos revolucionarios». Ahora que Vargas Llosa ha muerto, los cuervos de la reacción no han perdido tiempo en levantar un monumento al escritor a secas, o al intelectual libre y desafiante del poder. Pero los pueblos tienen memoria, y en el legado de Vargas Llosa nos queda, junto a sus grandes ficciones, el recuerdo de los servicios prestados a otros poderes que aceptó sin reparos, para vergüenza y desgracia de gran parte de sus lectores.
Autor: Casa de las Américas
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