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Dicen algunas versiones que Simón Bolívar se agenció una imprenta, no sin peripecias, porque debía completar la lucha independentista luchando también por la independencia del pensamiento.
Los modelos opresores entendieron la importancia de librar guerras cruentas en los territorios del “relato” porque siempre han querido que sus victorias hegemónicas sean duraderas. No les es suficiente el despliegue de armas, represión, tortura y sangre…
Nos urge una semiótica de las “campañas políticas” para transparentar su financiamiento, sus intereses, el origen de sus relatos y sus consecuencias.
Solo se logra “ser alguien” ante los ojos de las burguesías cuando, desde la mansedumbre, el trabajo que el empleado vende es barato y productivo. Cuando genera “buenas ganancias” y sirve de ejemplo para domesticar al conjunto.
El “punto de no retorno”, como aquí se entiende y se necesita, no es una frase de “buenos deseos”. Es un blindaje histórico, un escudo moral y ético, un destello de claridad con luz de futuro. El “no retorno” es homenaje a lo que la lucha ha conquistado, la fuente que nutre a las fuerzas para continuar. La praxis de la lucha.
Terrorismo laboral cotidiano
Piedad vivió la intensidad de sus principios como una de sus fuerzas esenciales, como arma pasional de amor hacia los otros a plena luz de la lucha objetiva cargada con emociones variopintas.
Buena parte de sus votantes que históricamente han sido blanco del racismo, del machismo, de la explotación, de la ignorancia, de la zoncera, del desprecio de clase cristalizan en este fantoche contradicciones aberrantes que no sólo ratifican los desprecios, sino que los diversifican y eternizan.
Ha sido larga la “cruzada discursiva” que nos impuso en el presente la modalidad oratoria del “predicador”, o la “predicadora”, muy especialmente exitosa en la televisión norteamericana de los años cincuenta, sesenta y setenta.
Para una Economía Política del Humanismo.