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    Lula da Silva ha recibido el apoyo de partidos políticos que apoyaron a otros candidatos presidenciales en la primera vuelta, como el Partido Democrático Laborista (PDT) y el Movimiento Democrático Brasileño (MDB).

Lula y Bolsonaro se enfrentarán el próximo 30 de octubre en el balotaje por la Presidencia de Brasil.

La sociedad brasileña no es la misma de hace casi 20 años atrás, cuando un embate de la historia puso en la cresta de la ola a la esperanza.

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Sino, por qué la derecha política postergó el retorno de Lula a la Presidencia. Nada lo indicaba, ni las encuestas que auguraban al expresidente hasta 14 puntos de ventaja. 

Con el 99,9 por ciento de los votos escrutados, quien fue obrero metalúrgico, dirigente de la Central Única de Trabajadores (CUT) y fundador del Partido de los Trabajadores (PT), quedó a dos puntos del 50 por ciento necesario para la victoria presidencial en la primera vuelta de las elecciones.

El ultraderechista Jair Bolsonaro y actual presidente tomó segundos aires, reunió un 43,2 por ciento de los votos, al tiempo que sostuvo que un Gobierno de izquierda supuestamente les daría a los brasileños "mucho que perder". 

¿Y ahora? 

La votación demuestra que no necesariamente los más empobrecidos le dieron su voto a Lula, candidato del PT, avasallado por el ataque continuo de la derecha mediática. 

Aun cuando Lula hizo propuestas y demostró una alianza que confronta democracia contra el neofascismo. Y cuando ha sido demostrado por organismos internacionales que Brasil se encuentra entre los 12 países más desiguales del mundo. En el gigante suramericano más de 61 millones de personas padecen de inseguridad alimentaria, señala la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).

Todavía se recuerda, quizá no tanto por las nuevas generaciones, que con Lula en el poder entre 2003 y 2010, y consecutivamente con Dilma Rousseff, Brasil mantuvo su crecimiento económico y unas 35 millones de personas superaron la pobreza. En 2010, Lula sostuvo un índice de popularidad superior a 80 por ciento y un aumento del Producto Interno Bruto (PIB) de 7,5 por ciento. 

En el Brasil actual la inflación alcanzó el 10,06 por ciento. Sólo superado por el año 2015, con un índice de 10,67 por ciento, refiere el Instituto Brasileño de Geografía y Estadísticas (IGBE). 

Impera un sistema neoliberal despiadado, agravado por el mal manejo de la pandemia de Covid-19 que aumentó la discriminación racial, la violencia de género y acabó con los avances sociales alcanzados décadas atrás. Jair Bolsonaro, es el resultado de un terrible proceso destructivo a niveles político, institucional, económico y social, lo que explica también la fuerza electoral de Lula da Silva.

Actualmente, se confrontan Bolsonaro y Lula para esta próxima segunda vuelta a celebrarse el 30 de octubre venidero.

Según estipula el Tribunal Superior Electoral (TSE) de Brasil, el aspirante a presidente que obtuvo la mayor votación es el primero en mostrar el contenido de los mensajes de televisión y se alterna con el rival.

También refiere el TSE que se dieron a conocer 4.872 denuncias de propaganda irregular en la primera vuelta, estas fueron puestas en circulación a través de la aplicación Pardal. Pero estas no fueron todas; desde el 16 de agosto pasado, en la apertura de campaña hasta ahora, se registraron 37.026 denuncias, mientras el reloj continúa marcando el tiempo, la poca vergüenza y las injusticias.

Es reconocida la avalancha mediática de Bolsonaro. Con un torrente de noticias falsas en las redes sociales, responsables -en gran medida- por la victoria del actual presidente en 2018, frente al entonces candidato del PT, Fernando Haddad. 

Hoy por hoy, el candidato favorito conoce la implicación de esta tendencia, cuando las fake news (noticias falsas) en internet, a voz popular se dice que son producidas en el llamado despacho del odio de Carlos Bolsonaro, hijo del presidente.  

La campaña de antipatía contra Lula ha sido grande, mientras Bolsonaro continúa agitando a su contrincante como un fantasma. 

Lula trabaja por un frente amplio, único modo de ganar en alianzas en las próximas elecciones. Así podría agrandar la ventaja donde ya se impuso en la primera vuelta, en el sureste del país. El principal baluarte de Lula es que una vez recuperó a Brasil de la crisis y puede volver a hacerlo.

Como era predecible, los medios tradicionales de comunicación, pagados por la gran élite y el mercado financiero, desarrollan su plan con una definida posición en el panorama político brasileño.

Aun así, hasta el conteo del segundo sufragio, nadie puede garantizar hacia dónde se irán esos 7,5 millones de votos que definirán al nuevo presidente.

De vuelta

En esta breve campaña de cara a la segunda vuelta presidencial, Lula da Silva recibe apoyo de los candidatos centristas Ciro Gomes del Partido Democrático Laborista (PDT), con una intención de voto del 7 por ciento y Simone Tebet del Movimiento Democrático Brasileño (MDB), con un 3 por ciento; así como del expresidente Fernando Henrique Cardoso.

El actual mandatario ultraderechista Bolsonaro añadió a su armazón a los gobernadores reelectos de Brasilia, Rio de Janeiro y Paraná.

Durante este mes se reanudó la breve contienda, usando incluso a las encuestas, aun cuando no todos le confían credibilidad desde los resultados del 2 de octubre, cuyas consecuencias tomaron por sorpresa por los votantes y hasta a la prensa. 

Para muestras con un botón. El bolsonarismo tiene a su favor a los jueces, a la banca, a los militares y muchos más de los que llevan armas en la vida civil de modo festinado. 

Se recuerda el hecho que la policía detuvo en Sao Paulo​, porque ya no les quedó otro remedio, al añejo empresario Jorge Sabatini, cuando portando una escopeta dijo a Bolsonaro que debía “dar un golpe en el Congreso y el Supremo”.  

Dado el caso, nada nos podría asombrar en la recta final. Es un caldo de cultivo interesante, si se quiere analizar de lo que es capaz de desmantelar el neoliberalismo. El estímulo al egoísmo, a la sobrevivencia por encima de cualquier esencia, el desmembramiento social capaz de transformar la irritación popular y dirigirla hacia una fuerza fascistoide.

Tenemos aquí el arraigo social de la extrema derecha, frente a los casi 700.000 muertos de la pandemia, los 33 millones de hambrientos, la apología de las armas y todo lo demás. 

“El fascismo ya no es un cuerpo extraño para nosotros; se ha naturalizado. Es interesante saber cómo el embrutecimiento de la vida social se vuelve atractivo para millones de personas”, precisa el profesor universitario Gilberto Marangoni.

Comida para todos los días

La investigadora brasileña, analista asociada al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE), Juraima Almeida, ha advertido que los seguidores de Lula deben olvidarse de levantar un pasado que pocos recuerdan. Porque la gente común y mayoritaria, “se pregunta si le pueden garantizar la comida para todos y para todos los días, si se crearán puestos de trabajo y con qué remuneraciones, si habrá posibilidad de acceder a la salud y la educación…”

Es muy serio el escenario y lo que va en juego. El lawfare siempre va acompañado de la liquidación mediática. La expresión se trata de una contracción gramatical de law (ley) y warfare (guerra), que refiere a una “guerra jurídica”. Porque al final, en la guerra por el poder, vale todo.

Aun así, en la primera vuelta Lula obtuvo la más alta votación de su larga carrera política, con más de 57 millones de votos.

Alea iacta est

Lula sabe que la suerte está echada sobre Brasil y también sobre Latinoamérica. Brasil es determinante para la integración regional, el estímulo a Mercado Común del Sur (Mercosur), la reincorporación a la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), la revitalización de Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) y el Grupo de Puebla.

Brasil es miembro de los Brics, junto a Rusia, India, China y Sudáfrica. Entre todos, concentran el 20 por ciento del PIB, el 40 por ciento de la población mundial y producen más de un tercio de la producción mundial de cereales. Según afirma la FAO, están preparados para liderar la erradicación del hambre y la pobreza mundial en 2030.

Frente a ello están 11,3 millones de brasileños desempleados y 7,6 millones subutilizados, precisa el Círculo de Estudios Latinoamericanos (Cesla). Igualmente, una inmensa mayoría de los trabajadores han sido expuestos a la inseguridad de la economía informal. Son 33 millones de brasileños los que, en 2022, viven con hambre. Una cifra exorbitante, refiere la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

Brasil libre de intolerancia 

El discurso religioso se ha impuesto en la campaña electoral y, antes de la segunda vuelta que definirá quién será el presidente de Brasil, los candidatos han sido acusados de satanistas y masones. 

Bolsonaro tiene un apoyo evangélico de su electorado, por su discurso aparentemente defensor de los valores cristianos. En 2018, en que resultó vencedor, enfatizó en electoralizar la teología evangélica.

Por otra parte, el pastor Ariovaldo Ramos dijo que: “el período en el que el pueblo evangélico tuvo más alegría, fue cuando Lula fue presidente de Brasil”. 

El también líder de la Comunidad Cristiana Renovada y coordinador nacional del Frente de Evangélicos por el Estado de Derecho, enfatizó que “los adversarios de Dios han tomado el control de esta nación, pero eso terminará, en el nombre de Jesús. Han llevado a nuestro pueblo al hambre, a la miseria, a la angustia, a que nuestros hijos pierdan la esperanza, han destruido la educación, la soberanía nacional, han acabado con el empleo. Vamos a luchar y nuestra arma, hermanos, es la palabra de Dios, que hace triunfar la verdad”, afirmó el pastor religioso.

El sociólogo brasileño Luiz Alberto Gómez de Souza- fallecido recientemente- reflexionó sobre estos temas. “Es imperativo superar el colapso de nuestro sistema político, porque tenemos en común el compromiso con la democracia. Con la libertad, la convivencia plural. Y creemos en Brasil. Un Brasil formado por todos sus ciudadanos, ético, pacífico, dinámico, libre de intolerancia, prejuicio y discriminación”.


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