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    El Che le dijo serena y firmemente a su verdugo “dispara cobarde, vas a matar a un hombre”.

La búsqueda sería intensa por no poder precisar el lugar exacto del enterramiento.

“Llegó un cable noticioso informando lo que había ocurrido en la quebrada de El Yuro el 8 de octubre de 1967. En la mayoría de los cables lo que se anunciaba era mentira, pero ese cable narraba algo que había ocurrido realmente, porque aquella gente no tenía la imaginación suficiente para inventar una historia ajustada a la única forma en que una guerrilla podía exterminarse. Para mí la conclusión fue instantánea: vi que era una noticia veraz”. Fidel Castro Ruz. En el libro “Cien Horas con Fidel”.

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La noticia colmó las primeras páginas de diarios y agencias de prensa de todo el mundo 28 años después, tal y como ocurrió cuando el asesinato del comandante Ernesto Che Guevara en 1967. 

El general (retirado) de las Fuerzas Armadas Bolivianas, Mario Vargas Salinas, reveló al periodista estadounidense Jon Lee Anderson, dónde lo habían enterrado.

El entonces capitán Vargas Salinas guardó el secreto militar hasta que dejó de serlo el 21 de noviembre de 1995, fecha en que se publicó que los cuerpos del Guerrillero Heroico y seis de sus compañeros, yacían -desde el 11 de octubre de 1967- en una fosa común, debajo de la pista vieja del aeropuerto de Vallegrande.

Previamente circularon muchas versiones sobre el paradero de los restos del Che. Afirmaron que su cuerpo había sido incinerado y los restos esparcidos desde un avión sobre la selva. O que la CIA guardó lo guardó en una base militar de Estados Unidos (EE.UU.) en Panamá o en Langley, Virginia.

Aunque no era propiamente una noticia lo de The New York Time, porque a los 20 años del asesinato del argentino-cubano en La Higuera, en 1987, varios de los jefes militares escribieron libros y casi todos señalaban a Vallegrande. Una semana antes de la publicación de TNYT, el periódico boliviano La Razón divulgó similares datos sin mayor trascendencia.

Existía el precedente de que, en 1989, el Gobierno de Jaime Paz Zamora impidió que los científicos cubanos ingresaran a territorio boliviano para buscar los restos del Che.

En 1995, la firma de un decreto presidencial emitido por Gonzalo Sánchez de Lozada, tres días después del impacto internacional de la entrevista del periódico estadounidense, resultó definitoria, porque autorizó a verificar la información, y de comprobarse, entregar los restos a los familiares de los caídos para darle “cristiana sepultura”.

A tal efecto, en Cuba se organizó una Comisión Central con un grupo ejecutivo integrado por decenas de instituciones.

Los científicos cubanos

Por estos días se ha recordado el hito de científicos cubanos, quienes después de una intensa búsqueda, encontraron los restos de Ernesto Che Guevara, justamente a los 30 años de su asesinato en La Higuera el 9 de octubre de 1967.

La doctora cubana María del Carmen Ariet García era la única mujer del equipo participante en la búsqueda. “El honor de haber sido seleccionados para participar en un hecho que devendría histórico, hizo que experimentáramos una mezcla de deber y de orgullo, difícil de borrar en todos y cada uno de nosotros”. 

Pero la búsqueda sería intensa por no poder precisar el lugar exacto del enterramiento, de acuerdo con las declaraciones del general Vargas Salinas.

“Nuestro compromiso y responsabilidad adquiría relieves insospechados, en la medida que se avanzaba y se ampliaban las expectativas del hallazgo”. La Coordinadora Científica del Centro de Estudios Che Guevara en La Habana, Ariet García, comenta cómo después de un año y medio de investigaciones y el esfuerzo de muchos científicos, se develó un misterio de tres décadas.  

Foto: Granma

La doctora cubana María del Carmen Ariet García realizó la investigación histórica entre abril y octubre de 1996, concentrada en estudiar versiones de la época, comparar testimonios y analizar las coberturas de la prensa a los sucesos de la guerrilla en 1967.

Con el interés de encontrar a los 36 guerrilleros caídos en combate o asesinados, 23 de ellos enterrados en Vallegrande y 13 en otras zonas, intensificaron la pesquisa “in situ” para analizar los datos y aproximar los posibles lugares de búsqueda. “Todo se unía, el medio tan agreste, los sucesos acaecidos como expresión de brutalidad y ensañamiento”.

Ochenta y ocho versiones

No había ninguna claridad de información desde aquel combate final en la Quebrada del Yuro el 8 de octubre de 1967, y del asesinato del Che a cinco kilómetros de allí, en la escuelita de La Higuera.

Trece posibles interpretaciones fueron deducidas en Cuba, y durante más de un año en Bolivia, se derivaron 88 versiones sobre el destino de los restos mortales del Che.

En diciembre de 1995, llegó a Bolivia el doctor Jorge González, quien entonces estaba al frente del Instituto de Medicina Legal de Cuba y para este propósito, representaba además los intereses de la familia de Ernesto Guevara, Tania y los guerrilleros de nacionalidad cubana. 

El equipo también lo integraron varios científicos, de los cuales ofreceremos la narrativa de la historiadora y socióloga María del Carmen Ariet García y el antropólogo forense Héctor Soto Izquierdo.

En su remembranza, el doctor Jorge González describe como muy amplias las áreas a investigar, porque además de la pista de aterrizaje, debían revisar los terrenos colindantes: el cementerio, el basurero, la cañada de Arroyo, un vivero, el hospital, el antiguo regimiento Pando y el Rotary Club.

Como no eran conocidos en Bolivia, por desconfianza la gente no les respondía a sus preguntas, pero poco a poco lograron persuadirlos de revelar algunos detalles.  

Para llegar a la síntesis, crearon una base de datos con más de mil entrevistas realizadas, de estas, unas 300 resultaron de interés. Se clasificaron las respuestas provenientes de civiles y militares, porque estos últimos particularmente, tenían como objetivo la desinformación.

Ya en el terreno estaba el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) y la Empresa Geo Radar del Área Geofísica de Argentina,  a solicitud del gobierno boliviano. Los argentinos y los científicos cubanos, establecieron una cooperación inmediata.

Por el testimonio del campesino Vicente Zabala, en marzo de 1996 se hallaron en Cañada del Arroyo, a cinco kilómetros de Vallegrande, los restos de tres combatientes no identificados en el momento. En ello participaron los forenses argentinos y el antropólogo forense cubano, Héctor Soto Izquierdo. 

A continuación, el EAAF decidió retirarse, porque sus miembros eran básicamente, especialistas en identificación. 

Al no existir un estudio histórico determinante en el lugar, el grupo presente tuvo que cavar más de 200 fosas. 

“Nosotros debimos involucrarnos en forma abrupta, porque había que aprovechar el contexto político dado por el Gobierno boliviano (...) Los argentinos decidieron irse y dijeron que cuando hubiera algo nuevo que les avisaran”, enfatiza el doctor  González. “Todo el mundo se fue y quedé junto al antropólogo cubano Héctor Soto y otros especialistas de mi país, entre ellos geofísicos e historiadores”.

El mes de junio trajo otro hallazgo de un cadáver, enterrado en el poblado de Florida, provincia de Cordillera.

Al terminar 1996, en el equipo científico cubano multidisciplinario estaban los geofísicos Noel Pérez, José Luis Cuevas y Carlos Sacasas, el arqueólogo Roberto Rodríguez, entre otros. 

Foto: Minrex

Se armó un proyecto de investigación científica con componentes históricos, antropológicos, geofísicos y de prospección del suelo. Los cubanos sabían que “la guerrilla se movía a lo largo del Rio Ñancahuazú, que se extiende unos 150 kilómetros y a lo largo del Rio Grande que se extiende unos 200 kilómetros”, recordó el doctor González. 

Unos días antes de asumir el poder en 1997, el general jubilado del Ejército, Hugo Banzer, calificó al Che Guevara como un "invasor" en territorio boliviano. 

Se trataba del segundo mandato del militar boliviano, quien asumió por primera vez después de un golpe de Estado en 1971 y hasta 1978. Su llegada al poder costó la vida a cientos de personas y la represión policial a tantas otras. En su haber estuvo la clausura de las universidades por dos años, y posteriormente eliminó la autonomía de los recintos de altos estudios. Aliado a las dictaduras de Brasil y Chile, hizo partícipe a Bolivia de la tenebrosa Operación Cóndor.  

En tal contexto, el responsable de tantas muertes y desapariciones en Bolivia, creaba una mayor tensión en el trabajo de los científicos, quienes tuvieron razones para suponer que en cualquier momento podría interferir en la labor de la búsqueda de los restos mortales de los guerrilleros; como en efecto hizo al final. 

Paralelamente, estuvo combinado con la intensión marcada de la CIA, de ejecutar una campaña de desinformación.

En Miami las cámaras estaban listas para uno de aquellos oficiales de la CIA, de origen cubano, Gustavo Villoldo Sampera, quien fue capitán honorario de la policía de Fulgencio Batista. También fue quien recibió el cadáver del Che en Vallegrande y ordenó llevarlo hasta la lavandería del hospital que sirvió de morgue.

Félix Rodríguez Mendigutía, agente CIA de origen cubano, que se apareció en una avioneta en Vallegrande, para “ubicar” los restos de los guerrilleros en un lado opuesto a donde se desarrollaba la búsqueda, como una evidente maniobra de desorientación. 

El 29 de agosto de 1997,  el periódico La República de Bolivia demostró la felonía de Félix Ramos, seudónimo conque operaba el agente de la CIA Félix Rodríguez Mendigutía. 

También conocido como “El Gato”, Rodríguez Mendigutía tiene un largo historial de torturador en Vietnam e invasor en Cuba. Él, junto a otros agentes de los servicios de inteligencia estadounidenses, detectaron la presencia del Che en Bolivia. 

El 8 de octubre de 1967, el teniente coronel del Ejército boliviano, Andrés Selich, interrogó al Che. Ante la actitud digna que caracterizó a Guevara, Selich se sintió impotente y tiró de su barba, quedándose con un mechón de pelos en sus manos.  

En la madrugada del 9 de octubre de 1967, llegó Félix Ramos en helicóptero hasta La Higuera. Conoció los detalles de la emboscada militar contra la guerrilla del Che, quien combatió hasta que el impacto en la recamara le inutilizó su carabina M-1 y se quedó sin munición.  

Cuando ya el Che estaba indefenso, el suboficial Bernardino Huanca le dio un culatazo en el pecho endeble y lo amenazó con dispararle “a boca de jarro”. Fue cuando el guerrillero boliviano Willy Cuba se interpuso con un grito, diciendo: “Carajo, este es el comandante Guevara y lo van a respetar”, relatan los historiadores cubanos Adis Cupul y Froilán González.

Entonces los llevaron apresados a la escuelita de adobe, paja y piso de tierra en La Higuera. El Che permaneció en el suelo, con los brazos atados a la espalda y los pies amarrados. En la otra pequeña aula pusieron a los demás heridos graves, a quienes el Che se ofreció a auxiliarlos como médico, pero no se lo permitieron.  

Al joven de 22 años, soldado Mario Eduardo Huerta Lorenzetti, le tocó custodiarlo en el turno de la noche. Durante la guardia en la escuelita, conversó largo rato con el Che. Contó que su mirada lo había impresionado tanto, que llegó a sentirse casi hipnotizado. 

Dijo que le habló de la miseria que vivían los pueblos latinoamericanos, y de la necesidad de que una Revolución cambiase el estado de las cosas. También le dijo que los guerrilleros les daban un trato respetuoso a sus prisioneros, a diferencia del que estaban recibiendo ellos.

Mario Eduardo Huerta Lorenzetti colocó una manta para cubrirlo de la noche fría; luego permitió que una boliviana le diera sopa de maní, como revela el libro “Asesinato del Che en Bolivia”.

Llegaron al punto en que el soldado le preguntó si tenía familia y el Che le habló de su esposa y de sus cinco hijos, del combatiente Camilo, de Fidel y de Cuba. También el Che le dijo que lo ayudara a escapar, pero el joven pidió consejo a un amigo y pudo más su instinto de conservación. Bajó la mirada, al no poderla sostener ante el Che, que ya a esa hora había sido condenado a muerte.

Huerta Lorenzetti contó cuando al amanecer, Félix Rodríguez entró bruscamente en la escuelita y sostuvo un violento diálogo con el Che. Empezó a insultarlo con desprecio, de ello fue testigo el piloto de la avioneta en que habían llegado hasta allí. Acercando su cara en actitud prepotente le dijo "¿tú sabes quién soy yo?", Guevara lo miró y le respondió "Si, un traidor".

Ante ello, zarandeó al Che por los hombros, tiró bruscamente de su barba y le gritó que lo iba a matar. Félix Rodríguez Mendigutía fotografió el diario del Guerrillero, página por página, minutos antes de dar la orden la orden de asesinarlo. 

El mandato vino en estrecho contacto con la CIA, de parte del presidente de Bolivia, general René Barrientos, quien lo encomendó personalmente al entonces coronel Joaquín Zenteno Anaya; éste viajó en helicóptero hasta La Higuera, junto a Félix Rodríguez y el piloto Niño Guzmán. 

Félix Rodríguez dijo a la revista española Cambio 16, el día 18 de diciembre de 1998 que, “salí y mandé a Terán -sargento boliviano Mario Terán Salazar- que cumpliera la orden. Le dije que debía dispararle por debajo de cuello porque tenía que parecer muerto en combate”.

En otra versión se dice que le ordenó balearlo de la cintura para abajo, para seguir con la ficción del “muerto desangrado por heridas de combate”, porque la radio difundió que fue herido en la pierna. De todas formas, querían enmascarar la verdad.

Aunque entrenado por los rangers estadounidenses, Terán salió no menos de tres veces de la escuelita, sin disparar aún, muy asustado. Félix le gritó improperios y recibió también la mofa de sus colegas, quienes se burlaron de su cobardía.

“Terán afirmó que él se sintió impresionado, no podía disparar porque sus manos le temblaban… los ojos del Che brillaban intensamente; …lo vio grande, muy grande, y que venía hacia él”. Sintió miedo y se le nubló la vista. En total histeria los otros soldados abrieron fuego contra los heridos.

El Che le dijo serena y firmemente a su verdugo “dispara cobarde, vas a matar a un hombre”. Fue cuando Terán cerró los ojos y disparó.

“Ve y cumple con lo que debes hacer”, dijo Jesús a Judas.

Una vez asesinado, Félix Rodríguez se tomó varias fotografías junto a su cadáver, antes de retornar a Estados Unidos. Fue uno de los asesinos del Che en La Higuera, quien pretendió escamotear el éxito de la investigación de los científicos cubanos en la búsqueda de los restos mortales, y se atrevió a decir que los científicos cubanos no sabían ni dónde estaba enterrado Guevara, en otro intento descalificador de tan ardua y honrosa tarea.


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