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    El Cementerio fue efectivamente llamado así, en reverencia al navegante y explorador Cristóbal Colón.

El Cementerio de La Habana está considerado el tercero en importancia estética del mundo. La estremecedora experiencia, sucede ante los sepulcros que tienen una detallada forma humana u otras que sugieren historias insospechadas, desde su misteriosa belleza. Tan es así, que caminar en La Habana por
el más grande museo a cielo abierto de América y tercero en importancia del mundo, el Cementerio de Colón, podría ser una tentación inevitable.

Solo para algunas personas, el duelo puede convertirse en arte. O al menos, para quienes optan por establecer disquisiciones filosóficas, mientras caminan entre las tumbas, donde las esculturas parecen cobrar vida. 

La estremecedora experiencia, sucede ante los sepulcros que tienen una detallada forma humana u otras que sugieren historias insospechadas, desde su misteriosa belleza. Tan es así, que caminar en La Habana por el más grande museo a cielo abierto de América y tercero en importancia del mundo, el Cementerio de Colón, podría ser una tentación inevitable.

Tal vez sea un raro placer, eso de reconocer el arte en el reino de los sepulcros. Pero en honor a la justicia estética, se debe comenzar por mencionar a otros dos cementerios de importancia monumental. Las necrópolis: Staglieno, de Génova, Italia, y el Montjuic, en Barcelona, España.

Foto Alejandro Azcuy.

La que nos ocupa, está en la Habana, Cuba e inicia su “actividad” con una increíble ironía. El mismo arquitecto que la diseñó, fue el primero en ser enterrado.

Hijo de un amor secreto de un alto militar español y una joven gallega. Muerta su madre, fue entregado por este a la beneficencia y posteriormente recogido por su madrastra, para criarlo entre sus hermanos con iguales derechos. 

Si fue atribulada su forma de nacer, también de morir. Cuando su padre fue destinado a La Habana, comienza con la ciudad, un amor fatal. 

Primero gana una beca para estudiar arquitectura en la metrópoli y regresa graduado a la capital cubana, donde prestigió con su obra, a su familia y a su nombre. El joven arquitecto Calixto de Loira y Cardoso, se hace de una buena reputación en la construcción de una maravilla ingeniera, el Acueducto de la ciudad: Albear y en la planimetría topográfica de la capital cubana. Posteriormente, obtiene premio que lo inmortaliza, por su proyecto “Pallida Mors”, para la ejecución del mayor cementerio de América.   

“La pálida muerte entra por igual en las cabañas de los pobres, que en los palacios de los reyes”. Su lema se convierte en sarcasmo, al ser su cadáver el primero en colocarse en el nicho 263, de la galería Tobías, nombrada en honor al filántropo canonizado por la Iglesia católica.

Para colmo del misticismo, el arquitecto que sustituyó al joven Loira, -muerto con apenas 32 años, en el esplendor de su vida y oficio- Félix de Azua Gasquet, falleció sucesivamente y fue sepultado en el nicho del extremo opuesto. Por lo que dicha galería de estreno, quedó signada por la fatalidad.

Obsesión

El primer camposanto público de Cuba había sido cerrado. El Cementerio de Espada, que funcionó desde 1806 hasta 1878, llevaba el nombre de Juan José Díaz de Espada y Fernández de Landa, en mérito del segundo obispo de La Habana, en la isla de Cuba.

Se ejecutó a una milla, al oeste, del contorno amurallado de La Habana. El perímetro del cementerio, diseñado para 4 600 sepulturas y osarios, lo dibujaban las calles Aramburu, San Francisco, San Lázaro y Vapor, en el municipio de Centro Habana. 

Foto Alejandro Azcuy.

Como consecuencia del azote de las epidemias que sufría la isla, la del cólera -invadió en cuatro ocasiones durante el siglo XIX- al camposanto llegaban -por lo menos- 3.000 cadáveres por año, sin dar tiempo a la exhumación de otros. Ante la imposibilidad de ampliarlo, fue necesario construir un nuevo cementerio.

Del camposanto público de Espada, también el primero en Hispanoamérica, hoy sólo se conserva un tramo de pared, con algunos nichos en la calle Aramburu y Vapor.

Elegido el proyecto del joven arquitecto Loira, tenía entonces la gran tarea de crear la nueva necrópolis de Cuba. A partir de ese momento, la ejecución se convirtió en una misión obsesiva.

La construcción del Cementerio de Colón, comienza por la Galería de Tobías. Concebida magistralmente, extensa y subterránea, al estilo de las catacumbas romanas. A lo largo de cien metros fueron ubicados los espacios para 526 nichos, perforados en sus paramentos. Cada elemento constructivo vertical, media exactamente 67 centímetros de ancho, por 80 de alto y por 2 metros de fondo. El remate semicircular sobre cada nicho, armonizaba el corredor fúnebre.

El techo abovedado de la galería permitía la entrada natural de luz y aire, por sus 6 claraboyas o lucenarios de cristal. Para acceder, cómodamente dos entradas, con una treintena de escalones. Una por el este y otra por el oeste, con sus respectivos pórticos y escalinatas.

No hubo horas de descanso para él, apenas. El derroche de esfuerzos físicos, en condiciones adversas de la construcción, lo llevaron al agravamiento de su padecimiento crónico respiratorio. 

En aquella carrera desenfrenada por avanzar, el arquitecto tenía delante 560 000 m2, para edificar la ciudad de los muertos. Todo en medio de la polémica entre las autoridades eclesiásticas y gubernamentales, quienes le presionaban y finalmente lograron fijar cuatro periodos constructivos. 

Mientras tanto, Loira insistía tenazmente en avanzar. Todo estaba concebido en su alma creativa, impetuosa y desenfrenada. Expresado delicadamente en los planos de su proyecto Pallida Mors, que lo alcanza primero que a nadie. Muere, apenas a trece meses de iniciarse la construcción, que duro en total 15 años.

Siempre pudo contemplar momentos muy especiales, como el inicio de la construcción de la Puerta Norte de la Necrópolis habanera, magnífico acceso principal  y su monumento más significativo. 

El día de la colocación de la primera piedra, el 30 de octubre de 1871, sólo la visión artística del arquitecto Calixto de Loira y Cardoso, pudo verlo claramente realizado, cuando apenas todo estaba por hacer. 

Puerta de Paz

Sucede el acto oficial, en medio de una Cuba en guerra. La de los Diez Años- la primera de las tres beligerancias por la independencia de Cuba, contra las fuerzas coloniales españolas- tenía lugar simultáneamente con la pomposa ceremonia, a la entrada del “futuro” Cementerio. 

El arquitecto principal, reverenció al Señor General del Segundo Cabo, que acudió en lugar del Capitán General Blas Vilate de la  Hera, Conde de Valmaseda, quien se encontraba combatiendo a los insurrectos mambises.

Una crónica de la época narra, que junto a la primera piedra quedó sepultada la memoria del momento. Dentro de una caja de caoba sellada, colocaron un ejemplar de la Guía de los Forasteros, un calendario de 1871, un número de cada periódico, varias monedas de oro y plata del reinado español y una copia del acta firmada por las autoridades del momento, dando fe del inicio de la colosal obra. Todo ello se depositó dentro de un arca de plomo, en el hueco abierto para la piedra asentada y colocada justamente.

La Puerta de Paz, fue concebida como el mayor arco de triunfo de la isla de Cuba. Con la soleada iluminación caribeña, ella recibe tanto a los difuntos, sus dolientes, como los destellos desde el este, cuando despierta el Sol y por el oeste, al terminar su ciclo diario.

El arco principal proyecta un encantador paisaje urbano, camposanto afuera -ahora hacia las Calles Zapata y 12, del Vedado- como desde sus distintas entradas, orientadas hacia los cuatro puntos cardinales.

De estilo neo bizantino obra del arquitecto español, Calixto de Loira, el pórtico fue diseñado como un monumento escultórico. El modelado en mármol de Carrara -encima del arco de entrada- es creación del cubano José Vilalta y Saavedra (1865- 1912). Las Tres Virtudes Teologales "Fe, Esperanza y Caridad", fueron representadas por tres estatuas femeninas: la del centro, de pie, acompañada por niños, y las otras dos sentadas mirando una hacia el Este y otra al Oeste. Cada una porta  atributos alegóricos entre sus manos. Y para que así conste, el rezo inscrito en latín: "JANUA SUM PACIS", “Soy la puerta de la paz”.

La puerta es magnífica y austera a la vez. Construida con piedra caliza, tal vez demasiado dura, como para que el arquitecto se excediera en ornamentos o por su preferencia hacia la sobriedad. Siempre presentes, no obstante, antorchas invertidas que simbolizan la llama extinguida de esta vida, cruces y las hojas de laurel, como símbolos católicos.

La fachada decorativa, sigue los cánones clásicos con el triángulo truncado en el vértice superior. Bajo esta, el acceso hacia el interior de la ciudad funeraria habanera, tiene lugar por los laterales para el paso peatonal y una senda amplia, principal y acogedora, facilita la entrada al cortejo fúnebre y los vehículos.

Es una puerta perfecta, con manifiesta simetría. Armoniosa, refinada como culto a los grandes símbolos de la cultura europea, católica y romana.

Finalmente, el pórtico no fue terminado por el arquitecto español y principal, muerto tempranamente, sino por el habanero Eugenio Raynieri y Sorrentino, también graduado como su antecesor en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, de Madrid. Raynieri, es  autor de valiosísimas obras de la arquitectura cubana - Palacio de Aldama- en las que rompe con el más estricto código del neoclasicismo, con atrevidos criterios en la concepción de sus formas. Después del fallecimiento de Loira en 1872, encabezó la terminación de la Puerta de la Paz, durante todo el año siguiente.  

Cuenta la leyenda, que en el pórtico se encuentra una urna sin nombre. Son las cenizas de un obrero muerto durante la construcción. Nadie supo su identidad, pero los arquitectos tuvieron la gran delicadeza de dejarlo donde perteneció en sus últimos momentos, el monumento de entrada al reino de los muertos.

Un cementerio de 56 hectáreas al centro del cual como joya engastada, tiene su capilla, desde donde se extienden en todos sentidos, espléndidos monumentos funerarios. Antes de detallar las más famosas y colosales urnas mortales, un detalle inherente a su nombre. 

Con y sin Colón

El Cementerio fue efectivamente llamado así, en reverencia al navegante y explorador Cristóbal Colón, quien desembarcó en la isla a la que llamó Juana -en honor a Juan, primogénito de los Reyes católicos- un 28 de octubre de 1492.

El llamado gran Almirante, después de tan arriesgada vida, falleció de un paro cardíaco el 20 de mayo de 1506. Inicialmente fue enterrado donde murió, en el convento de San Francisco, de la ciudad española de Valladolid.

Foto Alejandro Azcuy.

Treinta años después, sus restos mortales se trasladan a la isla La Española, de acuerdo con su última voluntad. De aquí deciden traerlo a Cuba en 1795, terminada la guerra franco hispana -con la paz de Basilea- cedida a Francia la parte española de Santo Domingo.

Cuando el buque San Lorenzo desembarcó en el puerto de La Habana, al amanecer del 15 de enero de 1796, miles de ciudadanos cubanos y españoles, colmaron las plazas aledañas para recibir sus despojos.
El Capitán General, tuvo a bien cumplir con el desagradable protocolo, de permitir que abrieran la caja fúnebre y comprobar su contenido. La ceremonia sucede, junto a la legendaria ceiba de la Plaza de Armas, sobre una mesa aterciopelada en negro, con 36 hachones encendidos en señal de reverencia.
El Obispo Trespalacios inició las honras fúnebres, tras las cuales partió el cortejo hacia la cercana Catedral de La Habana, precedido de cuatro cañones de campaña, tirados por 16 mulas negras.
Después del panegírico a cargo del doctor José Agustín Caballero, el féretro fue colocado en una de las columnas del altar mayor y sellado en losa sepulcral.

Al arquitecto principal español, Calixto de Loira y Cardoso, no le pasó inadvertido que este elemento, dignificaría la notoriedad del cementerio. Por lo que fue concebido, entre la Capilla Central y la portada, la construcción de una plazoleta especialmente destacada. Allí colocarían un monumento para el reposo definitivo de los restos del célebre Colón, a quien la metrópoli le “debía” el “descubrimiento” de esta joya, Cuba.  

La ciudad de La Habana fue durante todo un siglo, el mayor cofre fúnebre de las cenizas del gran Almirante, hasta 1898 en que Cuba logró su independencia de España.

Foto Alejandro Azcuy.

Otra vez los restos de Colón volvieron a la Madre Patria, a donde pertenecían. Sin embargo, hoy por hoy, tanto España, como República Dominicana, confirman pruebas de ADN, con la convicción de que ambos tienen los restos de Cristóbal Colón. 

En cualquier lado, menos en Cuba, a donde le guardaron espacio y le cedieron su nombre al cementerio más grande y bello de América.

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