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    La escala de la devastación provocada por las inundaciones es comparada a las causadas por el huracán Katrina en 2005.

Las inundaciones en el sur de Brasil son una nueva alerta para Latinoamérica, una región cada vez más expuesta a fenómenos climáticos extremos.

Tras una pausa, las lluvias reiniciaron y el Río Guaíba retomó su crecimiento. 

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El agua vuelve a Porto Alegre. El río sube por las riberas pero también por los drenajes. Sube de nuevo, después de que muchos de los evacuados habían vuelto a sus casas a limpiar e intentar recuperar lo poco que quedaba.

En las orillas donde el Río Guaíba, el barro lo cubre todo: los juguetes de los niños, los electrodomésticos, las camas. Todo huele a humedad y a podrido. Muchos techos se vinieron abajo y en las paredes quedan como huellas de las líneas horizontales del nivel de agua, que en ocasiones sobrepasan la altura de las personas que recorren lo que quedo de sus hogares.

Hasta el 24 de mayo, las autoridades habían confirmado más de 160 muertes y al menos 86 personas permanecen desaparecidas. Se estima que unas 540.000 personas se quedaron sin hogar y el 93 por ciento de los municipios del sureño estado de Brasil fueron afectados, según el último parte de la Defensa Civil.

La situación en el asentamiento Terra Libre del Movimiento de trabajadores rurales Sin Tierra (MST), en la zona rural del estado, no es mejor que en la capital. El corresponsal de teleSUR, Ignacio Lemus, relata que “hay mucha basura; se mezcla un cerdo, un chancho con pelotas de fútbol, artículos de limpieza con resto de casas y escombros de vivienda. Las personas perdieron todo en esta región”.

Las condiciones favorecen la difusión de plagas y enfermedades. En las últimas semanas, cuatro personas murieron tras contagiarse de leptospirosis, una enfermedad transmitida por el agua, y existen al menos 26 contagios confirmados. También se registran casos de hepatitis B.

El profesor de la Facultad de Medicina de la Universidad de Sao Paulo que investiga el impacto del cambio climático en la salud pública, Paulo Saldiva, señala que “hay quienes mueren durante la inundación, pero después vienen las secuelas, la misma falta de agua potable significará que la gente empezará a usar agua de estanques, la cual no es de buena calidad”. 

A las pérdidas humanas y enfermedades se suman las pérdidas económicas. El sureño estado de Brasil cultiva más del 80 por ciento del trigo producido en el país y, como consecuencia de las lluvias, se perdió todo lo sembrado y no se ha podido cultivar la siguiente tanda. 

Antes de las inundaciones, se estimaba que las casi 3 millones y medio de hectáreas de la provincia producirían más de 10 millones de toneladas del cereal. “Todavía es demasiado pronto para evaluar los daños”, reseñó la prensa especializada.

Del mismo modo, el sector industrial también se ve afectado. "Pasamos 30 años trabajando y luchando y ahora lo hemos perdido todo”, dice Nelson Javier mientras recorre los escombros de lo que era su fábrica de hormigón.

“Antes siempre dábamos trabajo y eran varias personas las que venían aquí, pero ahora no hay nadie. No salimos perdiendo sólo nosotros, sino que también salen perdiendo otras personas", expresa el empresario de Canoas, un distrito de la zona periurbana de Puerto Allegre, capital de Rio Grande Do Sul.

Sin embargo, las inundaciones continuarán. Nuevas olas de frío vienen desde el sur y la deforestación junto al monocultivo han reducido la barrera que detenían las corrientes húmedas provenientes del norte. La ecuación tiene un solo resultado: lluvias.

La capital permanece inundada y unas 78.000 personas se encuentran en albergues debido a que no tienen a dónde regresar. Quienes se acomodan allí con la llegada del frío, enfrentan la necesidad de donaciones de ropa de abrigo. En total, más de 2 millones de personas resultaron afectadas y el número total de heridos supera los 800.

Lula

“Todos recibirán una casita, sólo tiene que tener algo de paciencia”, dijo el presidente Luiz Ignacio Lula da Silva a una de las damnificadas que se encuentra en un albergues de Sao Leopoldo, uno de los más de 700 que están funcionando para alojar a los evacuados por las inundaciones.

El Gobierno de Brasil prometió unos 10.000 millones de dólares para reconstruir Rio Grande do Sul, donde se intensificó en los últimos días la entrega de ayuda humanitaria para socorrer a la población sin vivienda, electricidad ni agua tras las históricas inundaciones.

El ministro de Finanzas, Fernando Haddad, prometió una "inyección de recursos del orden de 50.000 millones de reales". El paquete de medidas contempla principalmente la entrega de créditos para ayudar a trabajadores, empresas y municipios afectados.

"Veremos el tamaño de los problemas cuando el agua baje y los ríos vuelvan a la normalidad", dijo Lula. "Mucha gente perdió mucho y tenemos que tener eso en cuenta", añadió.

Además, el Banco Brics destinará más de mil millones de dólares en recursos para la recuperación. Del mismo modo, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) aportará un monto similar "para protección de empleos, el apoyo a empresas y proyectos de reconstrucción de infraestructura", anunció el presidente brasileño del organismo, Ilan Goldfajn.

El presidente Lula se comprometió personalmente a reconstruir las viviendas de los damnificados. | Foto: Presidencia Brasil

Latinoamérica afectada por el cambio climático

Las aguas se desplazan río abajo hacia nuevas regiones, afectando a casi 3.000 ciudadanos de Uruguay. El Gobierno de ese país declaró la emergencia agropecuaria, afectando a más de un millón de hectáreas en el sureste del territorio nacional. A su vez, unas 500 personas de la ciudad argentina de Concepción debieron ser evacuadas. 

Esta situación ejemplifica que el cambio climático no se da de forma aislada en una nación y toda la región experimenta condiciones inéditas, cuyo común denominador es que las condiciones son cada vez más extremas.

Antes de las abundantes precipitaciones, la zona que ahora se encuentra cubierta por agua hace pocos meses sufrió una sequía inédita y ríos como el Amazonas, el Paraná y el Uruguay alcanzaron niveles mínimos. Según datos oficiales, el caudal del río Negro en la Amazonia alcanzó un nivel excepcionalmente bajo, sin precedentes desde que comenzaron las observaciones en 1902.

La Organización Meteorlógica Mundial (OMM) elabora un reporte anual específico para Latinoamérica y el Caribe. En su más reciente edición, detalla que el 2023 fue el año más cálido que se tenga registro en la región que trajo como consecuencia “una sequía severa e intensa” y menciona como ejemplo el caso mexicano, que para finales del ese año la sequía había afectado el 76 por ciento de su territorio.

En tanto, la entidad dependiente de Naciones Unidas destinada a dar seguimiento al clima señala que en Brasil se registraron 12 fenómenos meteorológicos extremos en 2023, nueve de los cuales fueron considerados inusuales y dos sin precedentes: informó de cinco olas de calor, tres lluvias intensas, una ola de frío, una inundación, una sequía y un ciclón extratropical.

A su vez, el nivel del mar siguió subiendo a un ritmo superior a la media mundial en gran parte de la costa atlántica de la región, mientras que el huracán Otis tocó tierra como ciclón de categoría 5 cerca de Acapulco (México) y fue el más potente jamás registrado y el que más rápido intensificó su magnitud según indica el reporte. 

Responsabilidades comunes pero diferenciadas

El pasado 9 de mayo se cumplieron 32 años de surgido tratado de la Cumbre de la Tierra de Río de 1992 el cual expresa que “la naturaleza mundial del cambio climático requiere la cooperación más amplia posible de todos los países y su participación en una respuesta internacional efectiva y apropiada, de conformidad con sus responsabilidades comunes pero diferenciadas, sus capacidades respectivas y sus condiciones sociales y económicas”.

La frase "responsabilidades comunes pero diferenciadas" se refiere al hecho de que el problema del cambio climático es común a todos los países, dado que ninguno es inmune a su impacto nocivo; en cambio, reconoce que la responsabilidad de los países desarrollados es mayor que la del resto, dado que se han beneficiado del colonialismo y del combustible de carbono durante siglos.

Pese a que este tratado fue firmado por los países ricos, los países occidentales se niegan a admitir que siguen siendo los principales responsables del problema y a comprometerse a pagar su deuda climática financiando la transición energética de los países en desarrollo cuya riqueza siguen extrayendo, y son las poblaciones locales las que sufren el pasivo ambiental.

Los datos del Proyecto Global del Carbono, que dirigía el ya desaparecido Centro de Análisis de la Información sobre el Dióxido de Carbono del Departamento de Energía de Estados Unidos (EE.UU.), muestran que este país ha sido, por lejos, el mayor productor de dióxido de carbono desde 1750.

Por sí solo, EE.UU. ha emitido más dióxido de carbono que toda la Unión Europea (EE.UU.), el doble que China y ocho veces más que India. 

Según detalla el historiador y director del Instituto Tricontinental, Vijay Prashad, “el capitalismo alimentado por el carbono, enriquecido por las riquezas robadas por el colonialismo, ha permitido a los países de Europa y América del Norte aumentar el bienestar de sus poblaciones y alcanzar un nivel de desarrollo relativamente avanzado. La extrema desigualdad entre el nivel de vida de la persona media en Europa (748 millones de personas) y en India (1.400 millones de personas) es siete veces mayor que hace un siglo“.


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