• Telesur Señal en Vivo
  • Telesur Solo Audio
  • facebook
  • twitter
  • Las injusticias sociales, la migración forzada, el cambio climático, la erosión de los suelos y el control de los recursos hídricos, dejan aproximadamente a 267 millones de personas como víctimas de la inseguridad alimentaria.
    En Profundidad

    Las injusticias sociales, la migración forzada, el cambio climático, la erosión de los suelos y el control de los recursos hídricos, dejan aproximadamente a 267 millones de personas como víctimas de la inseguridad alimentaria.

La pandemia fue la razón principal, pero no la única, para que millones de seres humanos en el mundo pasaran de un año al otro con el plato vacío.

“¡Está todo caro! Con esta crisis, que te toque un hueso es toda una alegría! ”, dice Joacil Romão da Silva, de unos 60 años.

LEA TAMBIÉN:

"Al que se le permitió quedarse"

El Atacadão da Carne es un local conocido por sus precios bajos, pero esta larga fila tiene que ver con los estragos de la pandemia y del estómago en la ciudad de Cuiabá, la capital del estado de Mato Grosso.

Bajo un sol intenso y durante horas, decenas de personas esperan hasta que un empleado reparte el sobrante de las reses deshuesadas.

No son sólo huesos cuando se dispara el hambre, quizá esta sea la única fuente de proteína disponible para la precaria vida de unos cuantos, entre los 19 millones de personas hambrientas en Brasil.

En 2018, eran 10,3 millones, de acuerdo con cifra referida por el último estudio de la Red Brasileña de Investigación sobre Soberanía y Seguridad Alimentaria y Nutricional (Red Penssan). Actualmente, hay unos 116,8 millones de brasileños, o sea un 55,2 por ciento de la población, que no siempre podrían realizar tres comidas al día, indica el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística.

Otros estudios de “Acción contra el Hambre” señalan que en Colombia, ocho de cada diez núcleos familiares no cubren sus necesidades básicas. Tampoco en Perú, donde los ingresos familiares se redujeron a un promedio del 33 por ciento. Antes de la pandemia, la inseguridad alimentaria ya lastimaba al menos a una de cada tres personas en la región latinoamericana.

Durante la epidemia de Covid-19, poco se pudo ahorrar en la casa salvadoreña de Zulma Larin. “A pesar de racionar los consumos, escasearon los alimentos y también porque mi marido quedó desempleado hasta la fecha y bueno, para enfrentar el impacto económico, sólo contamos con mi salario. La unidad en nuestra familia es muy buena y así se ha podido ir resolviendo la vida".

"Yo promuevo la economía solidaria en mi trabajo y los pequeños productores/as, nos venden a precios más justos. Eso ha permitido que haya en la casa hortalizas, granos básicos como frijol, arroz y lácteos. No creo, para nada, que se nos facilitarán condiciones para avanzar en la incipiente democracia que se venía construyendo, después de 28 años de firmados los Acuerdos de Paz”, afirma para teleSUR la jefa de un núcleo familiar de seis personas y líder social.

Para la mayoría de la población ha empeorado la economía familiar, incluso un 24 por ciento le añade la reducción de los ingresos y de las remesas familiares que durante la pandemia, llegaron desde Estados Unidos (EE.UU.) llegan a El Salvador.

Mercedes Monge es otra lideresa salvadoreña. Ella crea espacios en WhatsApp, donde orienta cómo deben aprovechar los conocimientos ya adquiridos para sembrar en pequeños espacios. Tiene claro lo que significaría la defensa de la soberanía alimentaria, en el municipio de Santiago Texacuangos.

Comparten lo que están haciendo desde sus casas, para alimentar y cuidar a su familia. Como también las hierbas, hortalizas y huevos de su casa, que puedan prestar o donar; la solidaridad en concreto con las mujeres de su territorio, que dice, “no podría tener mejor nombre que “La Esperanza”.

Unas 126 millones de mujeres en Latinoamérica y el Caribe son trabajadoras informales, reporta la Organización Internacional del Trabajo (OIT), de ellas casi la mitad se quedaron sin ningún empleo en estos dos últimos años de confinamiento. Otras padecían los salarios bajos por jornadas laborales más largas que las de los hombres, si consideramos el trabajo doméstico y de cuidado no remunerado, tanto como la falta de empleos dignos.

Haití

“Es impresionante escuchar cómo la gente dice, que entre morir de hambre y morir de coronavirus, prefieren quedarse de pie para luchar por la vida”, comenta la haitiana Colette Lespinasse. Casada, con tres niños, dos biológicos y una adoptada. Ella está acostumbrada a la familia numerosa, viene de una con ocho hermanos y ahora también cuida de su anciana madre. “En mi casa, somos seis personas, y hay dos más que vienen a alimentarse, cada día”, comenta a teleSUR.

“La sociedad haitiana vive una situación de desempleo muy grande. La mayoría de las familias sobreviven haciendo algo en el sector informal, donde la generalidad son las mujeres. Muchas no pueden alimentar a sus familias monoparentales, sin ningún apoyo del Estado”. Lespinasse es activista a favor de los derechos de esa mayoría femenina en Haití, quienes pertenecen a las categorías más pobres, más explotadas en la sociedad haitiana.

La pobreza extrema alcanza a una cuarta parte de la población, más de 2,5 millones de haitianos. Allí, donde más de la mitad de sus habitantes son menores de 25 años y un 22 por ciento de los niños sufre desnutrición crónica, afirma la organización no gubernamental (ONG) “Acción Contra el Hambre”.

Si se pudiera ser más pobre, el escenario ideal fue la pandemia, en el cual se palpó una alta inflación del 25 por ciento anual, repercutiendo sobre 6,3 millones en precariedad, indica la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal).

Haití sufre la combinación de la inestabilidad macroeconómica, con el impacto de la sequía en las temporadas agrícolas principales. Insiste la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) que 4, 4 millones de personas se enfrentaron a una alta inseguridad alimentaria. Allí es cotidiano el asunto de no tener ningún alimento que llevarse a la boca y el 46, 8 por ciento de su población, ingiere menos calorías de la que necesita.

El plato vacío

La inseguridad alimentaria aguda podría afectar a 3,5 millones de personas en Guatemala. La pandemia fue la razón principal, pero no la única, para que millones de seres humanos en el mundo pasaran de un año al otro con el plato vacío.

Las injusticias sociales, la migración forzada, el cambio climático, la erosión de los suelos y el control de los recursos hídricos, dejan aproximadamente a 267 millones de personas como víctimas de la inseguridad alimentaria y a 106 millones de adultos con obesidad.

En cualquier escenario descrito, las mujeres son más vulnerables. Un 41, 8 por ciento de las féminas siguen como las más afectadas por la inseguridad alimentaria.

Por todo ello, se insta a la transformación de sistemas agroalimentarios eficientes, inclusivos y sostenibles, porque al menos cuatro de cada diez personas en Latinoamérica sabe bien lo que es el hambre.

Para los latinoamericanos, la dieta saludable es también la más costosa. Los pequeños agricultores están a cargo de un tercio del consumo, dice la oficial de Programas del Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA) en la División de América Latina y el Caribe, Isabel Peña. “En comunidades afrodescendientes, indígenas y rurales, son ellos los que no pueden llevar comida a sus casas. Toca que sean transversales en las políticas, para tomar acción”.

Ha habido un retroceso en más de 30 años, según el Banco Interamericano de Desarrollo, en cuanto a participación laboral de las mujeres durante la Covid-19. Y esto ha dejado en la región a 13 millones de mujeres sin trabajo.

Otros indicadores de cuidado señalan que el 75 por ciento de las muertes en esta zona del planeta se deben a enfermedades no trasmisibles relacionadas con la obesidad, el cáncer, la diabetes y patologías cardiovasculares.

El sobrepeso infantil también aumenta en las últimas dos décadas. A los 3,9 millones de niños obesos, se le sumaron unos 400.000 menores. Tres de cada diez adolescentes también lo padecen.

Hambre estacional

Tras el impacto económico de la Covid-19, en la zona del Corredor Seco entre Guatemala y Honduras, nueve de cada diez familias apenas logran alimentarse.

Frente a ello, Guatemala es el país con peores cifras de desnutrición crónica con un 42, 8 por ciento, refiere una confederación internacional humanitaria. No existe el control de la natalidad, lo que genera una dificultad piramidal, en la que toda la base de la sociedad no tiene que comer. A veces existen familias sin recursos, con cinco y seis niños, cuyo ciclo de la indigencia se perpetúa.

Para eso llegaron los huracanes Eta e Iota. Agravaron las condiciones de vida, dejando a miles de niños sin asidero. Cuando pueden comer, el menú suele ser tortillas de maíz y no recuerdan cuando fue la última vez que consumieron carne. A veces frijoles, otro día sólo arroz.

Raymundo vive en su casa de adobe, sin agua ni luz. Aunque están a 40 minutos en carro del municipio de Camotán, los autobuses no pasan. Dice también, que con tales dificultades, tampoco hay madre que pueda dar seguimiento en los distantes puestos de salud, a un niño con desnutrición crónica y ya suman 147 niños depauperados entre las comunidades de Jocotán y Camotán. A muchas madres les llevaría horas caminando, del tiempo que tienen para trabajar la tierra y cuidar de los otros hijos.

Cuando una madre va directo al mercado, tiene que emplear unos 44 quetzales por dos kilos de carne de pollo, que son unos cinco euros. Lo que compre debe cocinarlo en el día, porque tampoco tiene nevera, ni electricidad para conservarla. Debe pensar si pudiera llevar leche o avena, aunque sus niños estén anhelantes, porque es muy cara. Le costaría más de tres euros.

Una madre de estos poblados debe andar atenta a que no le coja la noche en cualquier gestión. Para cuando llegue a casa, sus hijos ya habrán pasado el desayuno y el almuerzo con quién sabe qué en el estómago. Aunque le consuele que, al menos hoy, no se acostarán sin comer.

El sector cinco de Matasanos ha enterrado a siete vecinos en tres meses. De entre los fallecidos hay un niño de ocho años y una niña de un año. La líder comunitaria Marta Alicia Sucile dice que la mayoría de los 75 pobladores no tienen para comer y mucho menos para un antibiótico que los sacara de la neumonía, la fiebre o la diarrea. Frente al cementerio, un señor pregona por el altavoz: “tengo vitaminas pa’niños flacos y con mal color”, pero la mirada desconsolada de las familias parece decir, “ya para qué”.

Al oriente de Guatemala, el 38 por ciento de los niños sufre desnutrición crónica en el departamento de Chimicula. La infancia, considerada como una etapa trascendental para la vida de un ser humano y su proceso evolutivo, en el cual la nutrición es determinante para su evolución y desarrollo, allí puede ser una teoría ilusoria.

Es común apreciar el bajo peso y la disminución de la talla, en muchos países de Latinoamérica y el Caribe, porque el asunto viene desde la gestación del ser humano. Antes de la pandemia -refiere la Cepal-  más del 10  por ciento de los niños y niñas del área nacieron con retardo en el crecimiento intrauterino. Particularmente, las niñas que nacen con menos de 2,500 gramos, tienen mayor riesgo de muerte.

Si un niño no mide y pesa lo necesario en los primeros cinco años de vida, especialmente en los primeros dos, su desarrollo adulto estará condicionado a ello. Antes de declararse la calamitosa etapa pandémica, América Latina sumaba 7 millones de niños desnutridos. Ahora señalan los casos más extremos en Haití, Guatemala y Guyana.

Particularmente, para niñas y niños indígenas, la situación empeora. Los datos históricos refieren que los afectados, son más del doble de la población infantil no indígena. Desde el 2017, la Cepal indicaba las brechas más extremas de precariedad, entre la comunidad indígena de Colombia y Guatemala, con 22, 3 por ciento y  58 por ciento, respectivamente.

El 46, 5 por ciento de los niños guatemaltecos, o sea una población de más de 900.000 infantes, padecían desnutrición crónica, según un estudio de 2015 a partir de la Encuesta Nacional Materno Infantil. “Tienen las cifras de un país en guerra, sin estarlo”, dice Abelardo Villafuerte, delegado de Chimicula. Todo lo que ha hecho el tiempo, es profundizar las desigualdades y la miseria. En el 2020 sufrieron desnutrición aguda 28.000 niños.

Seco y con hambre

Corredor Seco significa un lastre de hambre para varios países centroamericanos, donde 102.436 familias viven en inseguridad alimentaria debido a la sequía. Para los campesinos que lo habitan, la desnutrición es 60 veces mayor en las comunidades indígenas.

Un saco de maíz le dará para 15 días a la familia, señala una joven madre de tres niños. Ella se ocupa de la casa, mientras el marido mira al cielo, rogando por lluvia para que florezcan los pocos metros sembrados sobre la tierra agrietada.

El pequeño de ocho meses de Asedeci duerme sobre una cama de bambúes. Tiene una desnutrición aguda moderada, aparentemente tratada con medicina. No tuvo igual suerte el mediano de dos años, quien estuvo hospitalizado y en grave estado. Algo que la madre no quiere recordar en este, ni cualquier otro día caluroso y polvoriento, desde su casa de paja, sin cocina, ni baño, ni electricidad.

Los ciclones son la otra cara de la rabia de Dios, dice la joven mujer. También empeoraron el escenario, afirma el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef). Últimamente, los huracanes perjudicaron a 4,6 millones de personas en Centroamérica.

El punto más alto

El hambre en América Latina aumentó drásticamente más que en cualquier otra región, entre el 2019 y 2020, informa la Organización Panamericana de la Salud (OPS). Suman 59, 7 millones de personas, su punto más alto desde el año 2000, lo que significa un aumento del 30 por ciento.

Centroamérica, que abarca a México, Guatemala, El Salvador, Belice, Honduras, el occidente de Nicaragua y Costa Rica, experimentó el mayor aumento, es decir 19 millones de personas en dicha precariedad, entre 2019 y 2020, el mayor de las últimas dos décadas.

Sin embargo, en proporción al nivel poblacional, es en el Caribe donde existe mayor prevalencia, unas 7 millones de personas. Mientras en América del Sur, el hambre afecta a 33,7 millones de personas, un 8 por ciento de la población. Se dice que unas 93 millones de personas han pasado, al menos, un día sin comer, de las cuales la mayoría son mujeres.

Estamos hablando que 267 millones de latinoamericanos experimentaron inseguridad alimentaria, de moderada a grave en el 2020, lo que significan 60 millones más que en el 2019, relata el último informe de la Organización de Naciones Unidas (ONU).

“Una cruda realidad que debemos enfrentar de lleno, para mitigar la situación de la población más vulnerable. Al expandir los sistemas nacionales de protección social, por ejemplo, los gobiernos pueden llegar los más necesitados con asistencia, para ayudarlos a superar los momentos difíciles", dijo la directora regional del Programa Mundial de Alimentos (PMA) para América Latina y el Caribe, Lola Castro.

Aunque la pandemia agravó la situación, el hambre ha ido en aumento desde 2014. En ese sentido, indican “debemos corregir las vulnerabilidades profundas de nuestros sistemas alimentarios, hacerlos más inclusivos, sostenibles y asegurarnos de que brinden bienestar a las personas que alimentan a nuestras sociedades”, declaró la directora del FIDA para la región, Rossanna Polastri.

La malnutrición es otro flagelo que daña a unas 106 millones de personas, uno de cada cuatro adultos. Al respecto, la directora de la OPS, Carissa Etienne, expresó “si queremos acabar con el hambre y brindar bienestar y vidas saludables a las personas de las Américas, tenemos que  transformar nuestros sistemas agrícolas y alimentarios para ofrecer dietas saludables para todos y no dejar a nadie atrás”.

Igualmente, señalan que en los últimos 20 años, el sobrepeso infantil ha ido en aumento en la región. Al respecto, en América Latina existe un 8,2 por ciento, seguido por el Caribe con 6,6 por ciento y Centroamérica con 6, 3 por ciento. Durante la pandemia, en la región aproximadamente unos 4 millones de niños menores de cinco años tenían sobrepeso, por encima del promedio mundial.

También refieren un 1,3 por ciento de desnutrición aguda. Significativamente más baja que el promedio mundial del 6,7 por ciento.

Inseguridad alimentaria

Para mayo del 2022, en un año se sumaron al gran foro que tristemente sufre de inseguridad alimentaria, unas 40 millones de personas.

Las agencias de la ONU piden abordar las raíces del problema, porque en América Latina y el Caribe alcanzaron unos 12,7 millones los que padecen el flagelo.

Fueron 183 millones de personas con platos vacíos de un año a otro, en 53 países, y son 39 naciones las que repiten cada año en la lista mundial, donde su población hambrienta se duplicó entre el 2016 y el 2021.

Mientras un sinnúmero de personas en decenas de países están al borde de la inanición, refieren el alza de precios de los alimentos básicos, la oferta -incluso la demanda- laboral baja, debido al impacto de la pandemia, eventos climatológicos extremos y los altos niveles de inseguridad alimentaria, como características comunes.

Particularmente en Haití, la emaciación severa llevó a los hospitales a un 26 por ciento de los niños, en los primeros tres meses del 2021. Se trata de una forma de malnutrición potencialmente mortal, que provoca debilidad y una delgadez extrema, lo que aumenta las posibilidades de muerte o retraso en el desarrollo y del aprendizaje.

Convendría pensar en ellos cuando agradecidos, nos llevemos ese plato de comida a la boca o indolentes, observemos sin protestar los alimentos que son desvalorados antes de ser compartidos.  


Comentarios
0
Comentarios
Nota sin comentarios.