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  • Centenares de personas, son la prueba viva de la emergencia sanitaria. Es que el veneno no llega directamente a nuestra mesa, pero algún día nos alcanza.
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    Centenares de personas, son la prueba viva de la emergencia sanitaria. Es que el veneno no llega directamente a nuestra mesa, pero algún día nos alcanza.

El agro negocio del glifosato, ha detenido las campañas de salud en muchos países, aun cuando ha sido calificado por la OMS con el término plañidero de “probablemente cancerígeno”.  También la International Agency for Research of Cancer (IARC), grupo consultor de la ONU, lo afirma.

“El glifosato es un arma de destrucción masiva, que no sólo afecta a la biodiversidad del agua y del suelo, sino también a la salud de las personas”, afirma el responsable de Agricultura de Greenpeace España, Luis Ferreirim. 

Los casos de intoxicación aguda por plaguicidas (IAP) son una causa importante de mortalidad a nivel mundial. “Al ser un herbicida de uso masivo, sus daños potenciales aumentan, como demuestra una sentencia reciente en Estados Unidos, que da la razón a un jardinero víctima de un cáncer, a causa del uso reiterado de este producto”.

En este escenario, los países en desarrollo son especialmente vulnerables, pues es donde coinciden una escasa regulación de esos productos, un acceso insuficiente a los sistemas de información y la falta de sistemas de vigilancia. 

El asunto explotó en el Caribe. Investigaciones anteriores han puesto de relieve una gran variabilidad de las tasas de incidencia de IAP, afirma la Organización Mundial de la Salud. Quizá hoy día, se vean como indicadores menores, cuando se trata de millones de personas intentando sobrevivir a una pandemia y al hambre. Si fuera así, toca no morirse hoy, quizá mañana.

Crisis sanitaria - emergencia alimentaria

El perjuicio es inmedible frente al caos actual. Cuando el mundo se deshace en no morir por el virus de la COVID-19, quién se ocupa de saber con qué calidad llega el alimento al plato.

La única urgencia es sobrevivir y proveer alimentos. La pandemia está causando un aumento del hambre aguda en países vulnerables, esos que ya atravesaban crisis alimentarias, incluso antes de que el nuevo coronavirus apareciera en escena.

Informes de la  -FAO- Organización de las Naciones Unidas para la alimentación y la agricultura, se centran en la urgencia de proveer alimentos. Además de la República Democrática del Congo- 21,8 millones de personas-, los mayores aumentos del hambre aguda en los últimos meses, se han producido en Burkina Faso, Nigeria, Somalia y Sudán.

En cuanto a la prevalencia de la inseguridad alimentaria aguda, entre la población de un mismo país, señalan a: Honduras, Haití, Eswatini- Suazilandia- , Lesotho, Somalia y la República Centroafricana. Están a un nivel tal, de inseguridad alimentaria, que necesitan ayuda urgente.

El 2020 se llevó a 1, 8 millones de personas por el virus letal. A su alrededor, arrastró al hambre a 130 millones de personas. Para el 2030, por el rumbo marcado por la pandemia, más de 840 millones de personas del planeta, tendrán serias limitaciones para alimentarse.

En nuestro ámbito geográfico, no bastan las acciones de los ministros de Agricultura de 25 países de América Latina y el Caribe. Recientemente firmaron un acuerdo para unir fuerzas y proteger el suministro de alimentos a más de 620 millones de personas en la región. 

En el 2021, ya la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de la ONU alertó que, crecerá en un 40 por ciento el número de personas -hasta 235 millones- necesitadas de ayuda humanitaria, sólo por la Pandemia.
Cifras, hechos y realidades que vislumbran otro año complicado. ¿Cómo evitar que la crisis sanitaria, derive en una dificultad alimentaria mayor?

El agro negocio vs el hambre

La Campaña Contra los Plaguicidas causó revuelo diez años atrás, al afirmar que cada brasileño consumía 5,2 litros de plaguicidas al año. La industria del veneno, se jactaba de haber vendido mil millones de litros de pesticidas, que los ecologistas dividieron por los entonces entre 192 millones de habitantes, en el gigante sudamericano. 

En cuatro años, el Sistema Único de Salud (SUS), apenas reportó 34.282 casos de intoxicaciones por plaguicidas. Entonces, los productores del veneno omitieron la cifra de ventas, pero -para atraer más accionistas- publicaban las ganancias: 12 mil millones de dólares en 2014. 

Los agroquímicos, agrupan a varias sustancias que se utilizan en la agricultura y en el control de vectores urbanos. Los precios de los plaguicidas en Internet, revelan el espantoso acceso y sus posibles consecuencias.

La atrazina (disruptor endocrino) se encontraba a 34 centavos el litro, mientras que el glifosato (carcinógeno) -más caro- se vendía a $ 35.  El precio promedio, ponderado por participación del mercado, podría alcanzar $ 24,68 por litro de plaguicidas. 

La fusión de grandes empresas (como Bayer-Monsanto), la ciencia al servicio de las corporaciones, el peligro de los nuevos transgénicos y la necesidad de promover la agricultura indígena y campesina, son los grandes temas. Silvia Ribeiro, periodista y directora para América Latina de la organización internacional sin fines de lucro Grupo de Acción sobre Erosión, Tecnología y Concentración, Grupo ETC, trabaja en ellos desde hace tres décadas. Para ella, los países de la Latinoamérica  "han perdido su soberanía, por la extrema dependencia de las empresas biotecnológicas".

 

Soberanía alimentaria

La fusión Monsanto-Bayer, impone condiciones inaceptables al nivel de vulnerabilidad de los países que dependen de estas corporaciones.  

El resto de América Latina, está más cerca del consumo mundial promedio. La mayor parte de los alimentos sigue siendo producida por pequeños agricultores urbanos, campesinos, a través de la pesca artesanal. El 70% del mundo se alimenta de productos de la agricultura familiar y este camino merece ser explorado más a fondo.

Monsanto no tuvo semillas durante 20 años y ahora es el mayor productor de semillas del mundo.

La estructura agraria sufrió un proceso de concentración empresarial y agrupó la tierra en menos manos. A esto se suman las enfermedades provocadas por plaguicidas.

En 20 años se unieron los productores de veneno. Las seis empresas agrícolas más grandes: Monsanto, Syngenta, Dupont, Dow, Basf y Bayer, dominan el mercado mundial de semillas. 

Para Greenpeace, “las autoridades sanitarias deberían primar el principio de proteger al consumidor por encima de todo”. 

Si esto no ocurre es, “porque el glifosato es el herbicida más vendido del mundo, y existen una serie de intereses que se encuentran por encima del bien común”. 

La FAO ha advertido recientemente que nuestro modelo de agricultura está agotado. Apostar por la agricultura ecológica y buscar otros sistemas de control de plagas, puede ser la salvación. Va desde la rotación de cultivos, el uso de abonos verdes o los acolchados, es decir, la cobertura de las malas hierbas mediante materiales naturales. Estos tres métodos, además, mejoran la calidad del suelo y evitan el uso de químicos.

Lo cierto es que los pesticidas son altamente peligrosos y siguen siendo una importante fuente de ingresos para las principales industrias agroquímicas. Aproximadamente un tercio de los pesticidas vendidos, están clasificados como "altamente peligrosos" y tienen como principal destino a los países menos desarrollados. 

Según datos analizados por Unearthed -una organización periodística independiente financiada por Greenpeace y la ONG suiza Ojo Público- en 2018, las ventas de este tipo de pesticidas generaron ganancias por el orden de los US$4.800 millones para las principales empresas del sector.

"Casi la mitad (41%) de los de los principales productos de los gigantes agroquímicos BASF, Bayer, Corteva, FMC y Syngenta contienen al menos un plaguicida altamente peligroso (HHP, por sus siglas en inglés)", afirma Página 12. Las ventas de estos productos representaron el 36% de todos los ingresos de estas cinco empresas.

Además, según Unearthed, más de dos tercios de esas ventas se realizaron en países de bajos y medianos ingresos como India y Brasil,  constituyendo la nación latinoamericana, su principal mercado.

 

Veneno por todos lados

Dean pasó al sur de Jamaica cruzando el Arco de las Antillas. Para cuando entró a la isla caribeña de Martinica, el huracán llevaba ráfagas de hasta 170 kilómetros por hora. Entonces Ambroise tenía 56 años y estaba hecho un trinquete, de los 70 lastrados que hoy lleva encima.

Recuerda particularmente la devastación de la isla. Pero sobre todo el esfuerzo que les llevó replantar, y hacer crecer los vastos cultivos de plátanos, que le han dado de comer a toda su familia.

Porque el asunto de los huracanes y los cultivos le ocuparon toda su vida. Antes, el Abby, Allen, Dean, y después Dorian, Irma y María, sin contar con las tormentas, así es en el trópico. Al menos eso pensaba él, la vida es así, una tormenta puede acabar con todo y se vuelve a empezar. Pero no todo es sólo el esfuerzo, ni lo que aparentemente haces para adelantar.

El asunto de la siembra le ha costado la vida, porque Ambroise Bertin ya fue operado de cáncer de próstata, pero ahora sigue sufriendo de cáncer de tiroides.

"Nos solían decir que no bebiéramos o comiéramos nada cuando lo echábamos", y fue lo único que llamó la atención de Bertin, en el manejo de los plaguicidas, en los cultivos bananeros. Pero el que no sabe, es como el que no ve. 

Es común el bajo nivel educativo y de conocimientos sobre el uso de los plaguicidas. La falta de información sobre los posibles daños es casi absoluta, entre los campesinos de Latinoamérica y el Caribe. O no conocen los efectos perjudiciales o son engañados por las empresas y gestores agrícolas. 

Hoy Martinica y Guadalupe, dos departamentos franceses de ultramar, enfrentan uno de los peores escándalos sanitarios, refiere la prensa. Casi todos los habitantes de estas islas han sido contaminados por la clordecona, un pesticida extremadamente tóxico, prohibido en los años 1990, pero aún presente en los suelos.

La Clordecona, es un potente pesticida, empleado masivamente en los cultivos bananeros entre 1972 y 1993, año en que se prohibió su uso, aunque ilegalmente se siguió utilizando. Las consecuencias están sobre los nueve de cada diez habitantes de Martinica y Guadalupe. 

La molécula de la clordecona persiste en el medio ambiente. Se demuestra que hasta 700 años después, de haber sido regada en los cultivos. El periódico francés Le Monde, explica: "Hoy en día, el químico, que pasa a la cadena alimentaria, disemina su veneno por todos lados". 

Hablaban de plátanos, pero hay otros productos agropecuarios más vulnerables, como los boniatos, las zanahorias, los huevos, los peces de agua dulce y los crustáceos, especialmente las gambas de criadero. Pero “la especie más vulnerable a la contaminación por clordecona debido a su alimentación”, es el ser humano.  

"No solamente en los suelos, pero también en los ríos, en una parte del litoral marino, en el ganado, en las aves, los pescados, los crustáceos, los vegetales, las raíces y luego en la población."

Un estudio de la agencia francesa de salud pública estima que el 95% de la población de Guadalupe y el 92% de Martinica han sido contaminados por un promedio de 0,14 microgramos por litro de sangre. 

"Tratas de llevar una vida sana para quizás limitar los efectos del veneno. Pero no estás seguro", dice la historiadora Valy Edmond-Mariette, de 31 años. "Mis amigos y yo nos preguntamos si realmente queremos hijos. Si les damos leche materna, quizás tendrán clordecona en su sangre". 

Martinica presenta la tasa más elevada del mundo de cáncer de próstata, tiene una alta incidencia de nacimientos prematuros y limitaciones en el crecimiento cognitivo y motriz de los niños.

En el 2013 se registraron 6 600 muertes en los tres departamentos. La primera causa de muerte fueron las neoplasias. Como promedio anual, se registran aproximadamente 1 300 muertes por neoplasias malignas. En los hombres, las formas más comunes son el cáncer de próstata y el colorectal. En las mujeres, los más frecuentes son el cáncer de mama, el colorectal y el cáncer de cuello uterino.

La clordecona es un interruptor endoctrino con diferentes consecuencias. En 1977, los obreros estadounidenses que producían el químico desarrollaron problemas como pérdida de memoria, del habla y de motricidad o movimientos desenfrenados de los globos oculares.

La gente siguió muriendo en Martinica, mientras tanto a la metrópoli, Francia, le ha costado reconocer su responsabilidad. El presidente Emmanuel Macron durante su visita a Martinica, en septiembre del 2018, lo hizo en parte. Ahora, sindicatos del ámbito agrícola de las dos islas, reclaman que el Estado asuma los gastos médicos de las víctimas y las indemnice. 

Guadalupe, la Guayana Francesa y Martinica son territorios franceses de ultramar en la Región de las Américas y han sido parte integrante de Francia desde 1946. Para la mayoría de los turistas franceses, significa mar azul, arena fina, cocoteros y espectaculares puestas de sol. Para los martiniqueños como Ambroise Bertain: -"primero nos esclavizaron y luego nos envenenaron". 

“Cuando íbamos a las plantaciones, regábamos “la clordecona” -químico en forma de polvo blanco- debajo de la fruta para protegerla de los insectos. Nos decían que era buena para combatir la plaga del gorgojo negro”. Se calcula que se esparcieron 300 toneladas del pesticida, casi el 17% de toda la producción mundial de este producto. 

Para que se tenga una idea, en 1640, Guadalupe autorizó la llegada de más esclavos, controlados por un único propietario; hacia 1660 había unos 6 000 esclavos, dos veces superior al de Martinica con 3.000 esclavos, que trabajaban el doble. Cuando la esclavitud fue abolida en 1848, la población de Martinica, era de 121.130 habitantes: 9.542 blancos, 38.729 liberados y 72.859 esclavos. En el 2021, aun el Gobierno de Francia, administra y lastima la vida de 413 417 martiniqueños, lo prueba este inaudito sentimiento de abandono y el escándalo medioambiental.


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