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  • Al cumplirse 226 años del natalicio del Gran Mariscal de Ayacucho la canción popular de Venezuela le sigue rindiendo homenaje, un homenaje eterno, como su Gloria.
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    Al cumplirse 226 años del natalicio del Gran Mariscal de Ayacucho la canción popular de Venezuela le sigue rindiendo homenaje, un homenaje eterno, como su Gloria.

Fue el cantor venezolano Alí Primera quien agregó el vocablo 'pundonor' al intenso tránsito vital que significó la vida de Antonio José de Sucre, el Gran Mariscal, del que se llega al aniversario 226 de su nacimiento en la ciudad primogénita del Continente, Cumaná. Este vocablo 'pundonor' que emplea Alí Primera para definir a Sucre tiene que ver con la percepción que el cantor, y con él los suramericanos tienen de esta figura tan importante en la historia del continente americano, y en el fin del colonialismo en las tierras a las que Simón Bolívar dio Libertad. Sucre fue leal a sí mismo, a sus convicciones, a la causa independentista y a Bolívar, su jefe y amigo.

En Cumaná

Cuando Alejandro de Humboldt y Aimé Bonpland llegaron a Cumaná, ya Antonio José de Sucre y Alcalá contaba con 4 años de edad. No se visualizaba en el cielo cumanés el cúmulo de circunstancias que habría de atravesar su hijo más glorioso.

Cumaná, descrita por Humboldt, era así: "Al pie de una colina sin verdor, la ciudad está dominada por un castillo, ningún campanario, ninguna cúpula que pueda atraer de lejos la mirada del viajero, sino más bien algunos troncos de tamarindo, cocoteros y datileras que se elevan por sobre las casas, cuyos techos son de azoteas. Las llanuras circundantes, principalmente la del lado del mar, tienen un aspecto triste, polvoriento y árido, al paso de una vegetación fresca y vigorosa manifiesta desde lejos las sinuosidades del río que separa la ciudad de los arrabales: a un lado la población de razas europeas y mixtas al otro la de los indígenas de color cobrizo. La colina del fuerte de San Antonio, aislada, desnuda y blanca, exhibe una gran masa de luz y de calor radiante, en lontananza, hacia el Sur, se prolonga una vasta y sombría serie de montañas". "Todas las tardes -anota Humboldt- frecuentábamos una sociedad de personas amabilísimas, en el arrabal de los guaiqueríes. Cuando hacía una bella claridad de luna, colocábamos sillas casi en el agua, vestidos ligeramente hombres y mujeres, como en algunos balnearios del norte de Europa; y reunidos en el río la familia y los extranjeros, gastábamos algunas horas fumando cigarros y conversando según la costumbre del país, sobre extremada sequía de la estación, sobre la abundancia de agua sobre las regiones vecinas, y ante todo sobre el lujo de que acusaban las damas de Cumaná a las de Caracas y la Habana. Los delfines, que a veces remontaban el río, asustaban a los bañistas… los niños pasan una parte de su vida en el agua".

No era Venezuela el destino original de Humboldt en su viaje pues era a México a donde se dirigía, pero la naturaleza, las condiciones atmosféricas lo llevaron a Cumaná donde todas las maravillas estuvieron a su disposición: vio un eclipse de Sol, una fabulosa lluvia de estrellas, padeció un terremoto y por si fuera poco vio por primera vez a un hombre amamantar a su hijo ante la ausencia de la madre enferma. De todo dejó constancia Humboldt en su obra “Viaje a las regiones equinocciales del nuevo continente”.

En esa primogénita Cumaná nació Antonio José de Sucre el 3 de febrero de 1795. Nada que ver con carencias porque tuvo afecto, comodidades y conocimientos. Eso sí:  La muerte de su madre cuando él apenas contaba con 7 años de edad supuso un cambio total en la personalidad del predestinado de Ayacucho, quien sufrió en primera persona la barbarie de la guerra y perdió mucha familia en ella, incluyendo a dos hermanos y una hermana.

 “Antonio José de Sucre no vivió sino treinta y cinco años. Y en este lapso brevísimo -apenas cuatros lustros de verdadera acción- lo alcanzó todo: máximos honores en el ejército y en la política: éxito en el amor; riquezas, hacia el final. Se le consideró el más afortunado de los generales de la independencia americana. Envidiábanle, por lo mismo, con odio y rencorosa saña, hasta que lo asesinaron.

No se supo feliz nunca. Introvertido, observador, severo, aunque elegantemente cortés, reía difícilmente, y nunca fue propenso a las manifestaciones ruidosas de alegría. Grave, circunspecto, mostraba edad mayor que la real. Creía, con cabal creer, en el honor, en el desprendimiento, en las lealtades todas. Recto, metódico y hasta rígido, exigía mucho de los demás. Severo para la debilidad ajena, duro en mantener la disciplina militar, clemente sólo cuando se trataba de perdonar ataques a su persona, mostrábase tenazmente inflexible contra el más ligero olvido del honor público”. (Joel Meléndez M. Universidad de Carabobo. Mariscal Sucre: su gloria y el ocaso)

 El Doctor Carlos R. Tovar (Ecuador) esbozó el siguiente retrato de Sucre: “Érase el General de mediana estatura, aunque más alto que pequeño; delgado sin ser enjuto de carnes; la cabeza simétrica y sin prominencias; la frente vasta, en especial hacia los lados, por donde formaban grandes entradas en los cabellos negros, recios y ensortijados; la piel morena... las cejas delgadas y perfectas; los ojos castaños expresivos y dulces...; la nariz larga, combada...; la boca regular, los labios finos, pero salientes,... las tersas mejillas, sombreadas apenas por una estrecha y corta patilla. El entrecejo, ligeramente marcado... Poseyó una sola ambición: la de la virtud...; era uno de esos hombres que en las cualidades del cuerpo y del alma llevan el diploma de una gran predestinación providencial”. (Hugo Alemán, Sucre parábola ecuatorial, Quito, Editorial Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1970)

José Martí catalogará a Sucre de "Hombre Solar", diciendo: "sus victorias eran puras; su amistad, viril; su corazón, de alas, su muerte, súbita y sombría, como la puesta de la luz. Por él parecen reales, aun quien lleva los ojos sin vendas, las peleas de los dioses, y aquellos escudos de oro que bajaban del cielo a defender a los héroes. Amó la América, y la gloria, pero no más que la libertad. La prosa que lo cante debe ser apretada y movible, como sus batallones cuando daba en ellos el sol; y su oda, como el eco que va de monte en monte, por las crestas blancas de los Andes."

Perpetuado en la música

No hay dudas de que existe una gran cantidad de temas en el repertorio venezolano donde la figura de Sucre sea protagonista. Al fin y al cabo, es el pueblo y sus juglares sencillos, muchas veces anónimos, el depositario de tanta historia y ternura. Pero hay tres temas definitivamente rotundos, que tienen en la figura del Gran Mariscal de Ayacucho su razón de ser.

Compuso y entonó “Canción cumanesa” Alí Primera, el falconiano Cantor de la Patria Buena:

“Ay Sucre, cuando te supe la tierra del Mariscal/ quise brindarte este canto en nombre de Luis Mariano/ Montaño y Andrés Eloy/ y de María la cantora/ del negro Perucho Cova/ estribillo y corazón”…

“La canción de Salmerón/ el que su vida cambió por un día de lluvia/ porque su pueblo moría de sol”…

“Sucre, cuando supe que estuviste en Ayacucho con tu espada y tu valor/ ibas desbrozando sendas para romper las cadenas que tenía el Ecuador/ y tu amistad y tu nobleza hizo menor la tristeza de nuestro Libertador”…

Pero en Berruecos un día/ afinó la puntería, escondida, la traición/ todavía no te vengamos, pero el pueblo va tronchando en busca de la canción/ que se eleve victoriosa/ como hermosa mariposa/ convertida en tricolor. Es la bandera que besa/ ay Cumaná, cumanesa/ el Mariscal del pundonor”

“La canción de Salmerón/ el que su vida cambió por un día de lluvia/ porque su pueblo moría de sol”…

Esta Canción Cumanesa es la que deja conocer cómo llamó Alí Primera a Antonio José de Sucre: Mariscal del pundonor.

 

Pero no sólo Alí Primera ha cantado al Gran Mariscal. María Rodríguez, La voz de Cumaná dio a conocer hace unos cuantos años un tema que le pertenece al poeta Félix Calderón Chacín y que tiene por título “Los dos titanes” en el que queda evidenciada la vinculación histórica de Bolívar y Sucre:

“Hay dos gigantes que Dios en la historia/ con mil laureles coronó de fama/ Bolívar, adalid de la victoria/ y Sucre, de mi tierra soberana.

Los dos lucharon por el más fecundo ideal de inefable probidad/ y alcanzaron la gloria de este mundo/ dándole a medio mundo libertad.

Bolívar, cual Jesús el peregrino/ y Sucre, como Abel, sacrificado/ los dos forman el alma del soldado y a América brindó mejor destino.

Ellos son ideal bolivariano que nos conduce/ hacia las obras buenas/ y a la fe que circula por las venas de nuestro corazón venezolano.

Por eso en esta tierra capitana/ donde no prosperó la tiranía/ si veo flamear otra bandera ufana/ yo respondo orgullosa con la mía.

Y si un día el pie del extranjero profana el suelo de El Libertador/ con el ejemplo suyo lucharemos / hasta poner en fuga al invasor.”

 

También de Cumaná es la voz de Hernán Marín, inigualable intérprete de estribillos, quien tomó el tema “Glorioso Antonio José” del gran compositor Enrique Hidalgo (de El Tigre, estado Anzoátegui) para rendir honores a Sucre:

“Glorioso Antonio José de Sucre/ toda bondad/ alma que en la libertad puso su vida y su fe/ hoy que la historia lo ve como un soldado ejemplar/ le dedico mi cantar en honor a su memoria/ y a su limpia trayectoria de valiente Mariscal. Desde muy temprana edad defendió nuestra bandera/ también en otra frontera luchó con integridad/ pero la negra maldad en Berruecos lo acechó/ y allí su vida acabó cuando el genio despuntaba/ cuando más se le entregaba a la América que amó/ La Batalla de Ayacucho te llenó de fama y gloria/  fue una brillante victoria que a Bolívar le dio mucho/ todo lo bueno que escucho habla de tu simpatía/ de nobleza y gallardía/ de tu gran inteligencia/ porque fuiste luz y esencia/ de nuestra raza bravía/ Sucre fue muy estimado por nuestro Libertador/ por ser un batallador aguerrido y denodado/  siempre lo tuvo a su lado/ amigo incondicional/ porque en su espada triunfal/ puso la mayor confianza/ en él brilló la esperanza de una patria liberal/”.

 

*Los guaros con Sucre*

El pueblo de Lara, a través de una de sus glorias, el compositor y fundador

de “Carota, Ñema y Tajá”, Adelis Freitez, rindió tributo al Gran Mariscal a

través de su obra “De Pichincha a Cumaná:

*De Pichincha a Cumaná y de Cumaná a Pichincha/ se escucha cuando relincha

el potro del Mariscal/ 200 años después vivo está su pensamiento/ el pueblo

rebelde grita: Antonio José no ha muerto*

 

El caso de Sucre no es aislado en la música venezolana, que a través de muchos compositores ha retratado acciones, batallas, personajes, epopeyas, semblanzas y gratitudes. Desde las figuras de Bolívar y Sucre, pasando por las de Miranda, el Negro Primero, Guaicaipuro, Páez y Urdaneta, por citar a algunos de la gesta emancipadora hasta Ezequiel Zamora y muchos más, el cancionero popular contiene la gesta libertaria. Y un poco más acá, la música también inscribe a personajes que enarbolaron otras herramientas emancipatorias. Pío Alvarado, Armando Reverón, Aquiles Nazoa, Andrés Eloy Blanco, Alí Primera… guerreros de alma fusionados con el ánimo del colectivo que siempre reconoce (aunque se le haya tratado de confundir) dónde están sus valores patrimoniales.

Los pueblos latinoamericanos cuentan con herramientas para romper el cerco que ha impedido que los pueblos hermanos se conozcan con mayor profundidad, y que por esta vía se sepa de cantos a Sucre en Ecuador, Colombia, Perú y Bolivia, territorios que supieron de su grandeza.

Que vengan esos cantos con forma de cumbias y pasajes, de bambucos y valses, de corridos, carnavalitos, zamacuecas y golpes, de tambor y malagueña, y que nunca serán suficientes para el más puro de los libertadores de América.


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