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Quienes conducen el golpe de Estado cometieron un error tan profundo que ya no hay puesta en escena que logre frenar la escalada que empuja hacia la ciudad de La Paz.

Quienes conducen el golpe de Estado cometieron un error tan profundo que ya no hay puesta en escena que logre frenar la escalada que empuja hacia la ciudad de La Paz. | Foto: Reuters

Publicado 15 noviembre 2019



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Cada noche hay vigilias, fuegos, una decisión inquebrantable: activaron la memoria histórica, aimara, antigua, y la reciente, del levantamiento del 2003 donde fueron asesinadas sesenta personas.

“Te vas, yo me quedo en este infierno”, fue la frase que dijo el taxista al dejarme en el aeropuerto de El Alto en la madrugada de lluvia helada, luego de dar vueltas por los laberintos de una ciudad alzada. No es una metáfora: el primer día, el lunes, fue apocalíptico.

Eran decenas de cuadras cortadas con alambres de púa, grupos con palos en cada esquina, columnas que llegaban de diferentes distritos, multitudes con palos, piedras, hondas, sombreros, comisarías incendiadas, rabia, tanta rabia como pocas veces escuché en mi vida. Y sangre, mucha sangre en el piso, en los videos, en las palabras.

Desde ese lunes hay banderas whipalas en todas las calles de El Alto y han bajado día tras día. Cada noche hay vigilias, fuegos, una decisión inquebrantable: activaron la memoria histórica, aimara, antigua, y la reciente, del levantamiento del 2003 donde fueron asesinadas sesenta personas. “Mesa, cabrón, octubre no se olvida”, es ese recuerdo del Alto contra las balas y la renuncia de un gobierno.  

Quienes conducen el golpe de Estado cometieron un error tan profundo que ya no hay puesta en escena conciliadora que logre frenar la escalada que empuja desde diferentes rincones del país hacia la ciudad de La Paz, centro del poder político. Se han cruzado varias demandas que confluyen hacia un enemigo común sintetizado en cuatros partes: Fernando Camacho, Carlos Mesa, Jeanine Añez y la Policía Nacional Boliviana.

La principal exigencia es la renuncia de la autoproclamada Añez, y la radicalidad proviene del carácter excluyente, anti-indígena del golpe de Estado que se condenso en el irrespeto a las whipalas y las agresiones a las mujeres por usar polleras, es decir ser indígenas.

Son las tres consignas que regresan en cada movilización que ingresa a La Paz desde El Alto, de los habitantes de esa ciudad, de los altiplanos, trópicos, minas, yungas. Ingresan por la avenida El Prado hasta la Plaza Murillo, el lugar donde se materializó en hechos y símbolos el golpe de Estado.

Quienes llevaron adelante el golpe se equivocaron y desataron una reacción que no formaba parte de sus variables en esa magnitud. La primera respuesta ante la escalada fue de la Fuerza Armada Boliviana (FAB) que salió a las calles en un estado de sitio de facto. Comenzaron a circular aviones militares, helicópteros, tanquetas ahora con whipala, en La Paz, El Alto, las carreteras del país.  

¿Cuál es el plan de quienes condujeron el derrocamiento? Esa es la pregunta central. Los pasos serían tres. El primero, logrado, fue derrocar al gobierno encabezado por Evo Morales y Álvaro García Linera. El segundo, en parte consumado, construir una ficción institucional que se materializó en la autoproclamación de Añez, la designación de ministros y de altos mandos militares y policiales.

Este segundo paso cuenta con un punto sin resolverse aún: el poder legislativo, bicameral, en manos del Movimiento Al Socialismo (MAS) que detenta la mayoría de dos tercios y eligió nuevas presidencias. La arquitectura golpista debe resolver cómo moverse ante ese escenario: deshacer el poder legislativo en un acto de consumación golpista, o buscar un punto de acuerdo con el MAS.

Ese acuerdo tiene que ver con el tercer paso, el llamado a elecciones. La estrategia golpista parece haber contemplado esta salida desde su génesis: no se trata de un golpe que proclame a un comandante general o una junta por tiempo indeterminado, sino que busca presentarse como constitucional y prometedor de elecciones en un tiempo breve.

Eso significa entonces abrir el canal electoral habiendo generado las condiciones necesarias para esa fecha. Esas condiciones son las que comenzaron antes de lograr el derrocamiento de Morales, es decir persecusiones, asesinatos, masacres, a los cuales se suman ahora detenciones en el marco de una ruptura del Estado de derecho e impunidad absoluta. El ministro de gobierno designado por la autoproclamada lo ha dicho, comenzó la “cacería”.

Varios puntos no están aún resueltos y la evolución dependerá, entre otros factores, de la presión en las calles, así como de la estrategia político/parlamentaria del MAS. Uno de los puntos es sí el plan golpista -heterogéneo y en disputa por dentro- buscará proscribir al MAS o le permitirá presentarse en una situación de persecución de sus cuadros y dirigentes.

La otra pregunta central es: ¿cuál es la estrategia de resistencia al golpe? Algunas respuestas están contenidas en cómo fue el enfrentamiento a la escalada golpista: sin claridad de mando que lograra ordenar un esquema articulado, en particular en los últimos días. Las movilizaciones masivas, en la fase de la escalada, postergaron el desenlace sin poder detenerlo, mientras por dentro se desprendían pilares del apoyo hasta llegar a la FAB.

Se asistió a llamados de Evo Morales a la movilización sin efectos inmediatos, coordinados, con una perdida de calle en el asalto final. Responder a por qué sucedió implica preguntarse, además por los tiempos internos de los movimientos, por cómo estaba el proceso de cambio a la hora del golpe de Estado.

Un ejemplo de esa situación puede verse en El Alto, donde la principal organización, la Federación de Juntas Vecinales (Fejuve), se había separado en dos: una afín al gobierno, la otra opositora, y la alcaldía estaba en manos de la oposición. El día miércoles tuvo lugar un cabildo para intentar conformar una nueva directiva unificada -siendo las anteriores fuertemente cuestionadas-, objetivo que aún no se logró.

Esto significa tres aspectos centrales. En primer lugar, que la figura de Evo Morales, su defensa y retorno, no es una demanda unificadora, al menos por el momento. En segundo lugar, que las dirigencias en los movimientos atraviesan, en muchos casos, escenarios de desgastes y divisiones. La traducción en El Alto es de una gran potencia y radicalidad sin, aún, línea ni dirigencia con capacidad de conducción.

En tercer lugar, construir una estrategia que articule a movimientos -como aquellos que son parte de la Coordinadora Nacional para el Cambio- a la Central Obrera Boliviana, al espacio parlamentario, dentro de un plan conjunto, es una tarea tan imprescindible como compleja.

Muchas preguntas solo pueden quedar, a esta hora, como preguntas. El escenario es de ofensiva de un golpe que necesita asentarse, mide las respuestas ante la represión y militarización del país, cuenta con un apoyo central de la gran mayoría de los medios de comunicación del país.

La clausura informativa dentro de Bolivia es grande, cada persona entrevistada agradece a la prensa internacional por estar. Los periodistas bolivianos que no se alinean con la narrativa golpista son amenazados en sus casas, teléfonos, trabajos. La ministra de comunicación de facto afirmó que perseguirá a “periodistas y pseudoperiodistas” por “sedición”. Toda dictadura necesita medios que reproduzcan la narrativa y un cono de silencio.

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Viernes en la tarde: llegan imágenes de la masacre en Cochabamba, son cuatro muertos hasta el momento.

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Estamos en la fase de ofensiva del golpe, donde se aceleran y masifican las represiones, persecuciones y asesinatos. Son muchos compañeros, compañeras bajo amenaza, en embajadas, en un estado de excepción sin más ley que la que necesita el golpe de Estado en este momento central.

Su objetivo es descabezar, diezmar, y dividir a las fuerzas del proceso de cambio e impedir que se unifique una articulación de resistencia a la vez que una próxima alternativa electoral.

“Te vas, yo me quedo en este infierno”, repito, mientras reviso fechas y me pregunto qué sucederá el sábado en Venezuela, desde donde escribo estas líneas. La derecha ha anunciado movilizaciones, y, se sabe, el asunto no es Juan Guaidó sino quienes ordenan estrategias y financian, tanto en Venezuela como en Bolivia, como a escala continental y están en fase de ofensiva.

Lo que sucede en la tierra de la cual tuvo que partir Evo Morales en búsqueda de asilo no es un hecho aislado, es un plan en desarrollo para varios países. El infierno es una carta que nos han reservado.   


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