Un par de anécdotas o lo que no puede anticiparse de los pueblos | Blog | teleSUR
8 enero 2018
Un par de anécdotas o lo que no puede anticiparse de los pueblos

En medio de la lucha para derrotar la dictadura del bipartidismo, se me vienen muchas interrogantes, sobre todo alrededor de lo que teóricamente he aprendido a lo largo de los años. Sé que no es fácil transitar entre la teoría y la praxis, y que buscar moldes en los que quepa la realidad es una tarea estéril. Sin embargo, algunas lecciones de vida, bastan, a veces, para explicar lo que queremos decir y hacer.

En la repetición una y otra vez de la primera táctica exitosa, fuimos encontrando fortaleza.

Hace muchísimos años, siendo adolescente, llego un amigo a la esquina donde nos reuníamos siempre con otros muchachos de nuestra edad, con la noticia de que teníamos un reto para jugar una potra contra el equipo de un amigo suyo del colegio San Francisco.  Muy emocionados, aceptamos de buena gana la potra que se jugaría el dia sábado. Muy “disciplinadamente”, el viernes nos fuimos de parranda, con la consecuente goma el dia del partido.

Nosotros éramos muchachos de potras de tres contra tres, ese dia, jugábamos en “cancha grande”, once contra once, eso no lo habíamos hecho nunca, al menos juntos. Cuando nos bajamos del carro gomosos y desvelados vimos al otro equipo que ya calentaba, once jóvenes con buen dominio del balón, con uniforme, color verde, por cierto, y tacos de última generación. Nosotros íbamos vestidos con cualquier ropa; recuerdo a Moncho, un muchacho humilde que trabajaba de mozo en la casa de un coronel, iba con sus jeans, y sus botas vaqueras Laredo, iba de domingo.

Al ver al otro equipo, nos movimos inmediatamente a hablar, a ver como hacíamos. A los más lentos, nuestro improvisado capitán, nos puso en la defensa, los demás para atacar. Recuerdo que, a Moncho, el de las botas, se le encomendó jugar de defensa lateral, con la instrucción precisa “que la pase pero el jugador nunca”.  No quiero pensar lo que les pasaba por la cabeza a los jugadores del otro equipo sobre nosotros.

Esa mañana fuimos una sinfonía, con movimientos increíbles. Los más lentos éramos lentos, pero siempre había alguien para sacar la marca. El portero inspirado no dejaba pasar nada, y los once, de medio campo abajo, sudamos fuerte todo el primer tiempo. Recuerdo que a mí me regañaban por “la maceta”, pero siempre hasta después de haber alejado el peligro. Los de verde estaban cansados de atacar, pero era su única opción contra nosotros. Las botas de Moncho quedaron impregnadas en varias pantorrillas, hasta que lo expulsaron.

Y en el segundo tiempo llego lo inexplicable, metimos un gol; los de verde, se miraban incrédulos. El tiempo comenzó a irse rápido para ellos y lento para nosotros, pero fuimos perfeccionando lo que habíamos estado haciendo, y entonces, otro Gol de nuestro equipo improvisado. Dos a cero, diez minutos por jugar, nosotros aferrados ahora a la victoria cierta, a la defensa necesaria de esa victoria, a cualquier precio, de repente parecíamos 15 jugadores en lugar de 10. Hacia el final, una escapada de nuestro capitán desde media cancha sello el tres a cero definitivo. Privo el espíritu irreductible de la colectividad, nos agrandamos ante lo adverso, ahí donde cualquiera apostaría contra nosotros no levantamos, en una potra gloriosa e inolvidable.

Una semana después llego la inevitable solicitud de una revancha. Claro esta vez fuimos más planificadores; invitamos otros amigos con más cancheo, y pronto iniciamos las discusiones sobre quien debía ser el capitán y quien era el mejor. Cambiamos el portero por uno más ágil y experto que en el primer juego, y varios nos fuimos a la banca. Creo que más confiados. En cuanto arranco el partido, nuestro portero comenzó a gritar instrucciones y a pelear con los contrarios. Antes de la media hora ya se había agarrado a trompadas y con alguien y resulto expulsado.

Rápidamente comenzaron a recriminarse unos a otros; desde la banca también hablábamos papadas sobre que debió hacerse y que no. Ya en el medio tiempo, teníamos muchos “culpables”, el capitán era una m… y el portero una tragedia. Estábamos cometiendo el terrible error de creer que éramos superiores al otro equipo en términos de futbol, y a buscar las culpas en nuestras propias creencias, como si el otro equipo no jugaba.  Indudablemente, perdimos la idea de la cancha con mucha celeridad. La arrogancia individual, nos había quitado de la mirada el objetivo, la victoria, la defensa de la victoria.

Nunca decidimos jugar sistemáticamente; preferimos seguir de potra en potra, de esas en las que el dueño de la bola se enoja y entonces se va la pelota. Nunca fuimos equipo, excepto aquel sábado. Teníamos grandes jugadores, aunque la mayoría no sobresalió en el futbol. Lo que nos pasó nos mostró que podíamos tener un momento de gloria si todos jugábamos para todos, además de que no teníamos derecho a pensar siquiera en una copa del mundo.

Pues bien, estas anécdotas parecen esclarecer mucho sobre lo que sucede con las masas. Al fin y al cabo, lo sucedido, es un ejemplo a escala de lo que puede o no ser una experiencia colectiva. Creo que así funcionan las insurrecciones, no se planifican, no se convocan, eso si, se pueden ir construyendo las condiciones para que se den y tengan resultados favorables. En la repetición una y otra vez de la primera táctica exitosa, fuimos encontrando fortaleza. En la medida que perfeccionamos lo que hacíamos, surgían nuevas y mejores jugadas, hasta que, por fin, logramos el objetivo mayor.

Por que sigamos reforzando nuestro camino hacia la victoria.


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